jueves, 28 de julio de 2011

El día del nacimiento

Dicen que las prisas no son buenas consejeras y la tranquilidad no es aconsejable para quien tiene prisa. Prisa, entendida como la forma de apresurarse para realizar alguna acción, no tiene la mayor importancia en un contexto corriente como por ejemplo ir a trabajar cada mañana. Quién no ha llegado tarde alguna vez sin consecuencias mayores  por mucho que nos pensemos que seremos advertidos y como máximo llegamos a inadvertidos. Es así de triste y real. Pero hay prisas que por mucho templar los nervios, siempre son mayores, estos últimos, que toda la calma del mundo que se pretenda conseguir, aun de forma engañosa para uno mismo. Y es que cuando la coincidencia se une a la casualidad, qué no hay que esperar, todo está al alcance de un suceso. Con esto vengo a decir que, cierto día o mejor dicho cierta noche que, para algo están las tonalidades de las horas, para diferenciar sus periodos, en su residencia, una joven pareja yacía tranquilamente sobre un sofá que servía de cómodo mirador a la pantalla de una televisión. Él más tranquilo que ella en apariencia, puesto que se encontraba en estado de buena esperanza, tranquilo en apariencia, repito, porque estaba tan pendiente de su mujer en cada momento que entre segundos no había descanso ninguno. Qué si estás bien cariño, que si te duele la espalda, que si te traigo algo caliente, que si lo sientes moverse, que si tienes localizado cerca el número de teléfono del médico. Ella paciente como una futura madre. Así son las parejas. Ellas están embarazadas físicamente y ellos psicológicamente. En un momento en el que se sintió indispuesta por un extraño retorcijón en el vientre fue al baño y para no alertar ni dar falsas alarmas, puesto que la fecha del desembarco del bebe estaba fijada aproximadamente para una semana más adelante, no dijo nada a su marido y simplemente se calló la boca y disimuló como un niño, mal, pero como un niño. No quiso compartir el malestar con su fiel guardián, quizás para no seguir sometida al interrogatorio de preguntas que, con la paciencia de cualquiera, por muy buena fe que se tenga, puede acabar. Aunque no sé hasta qué punto puede ser bueno ocultar estados ya que los acontecimientos se suceden en el mismo tiempo que dura un relámpago. Un fuerte quejido vino desde la luz que iluminaba el baño. El eterno marido, sobresaltado, fue flagrante a socorrer a su mujer. Cuál fue su asombro al ver qué por sus piernas femeninas chorreaban las aguas que se rompen cuando se va a dar a luz. Esa dulce mujer, asustada, a duras penas se sostenía temblorosa. Ese hombre petrificado, acudió súbito a llamar a un taxi por teléfono, pero la casualidad hizo mella y cuando los problemas vienen, suelen hacerlo en batallón. Una noche de fiesta donde la lluvia es torrencial, no había ni taxi disponible ni un burro que los pueda llevar por las colinas, sólo cabía esperar, decía la centralita, todo el mundo tiene prisa, qué quiere usted en una festividad como la de hoy. No había ni tiempo para llamar una ambulancia, ya que el niño, al parecer, decidió el momento para salir y lo quiso esa noche de agua y celebración. Él, desaliñó una cama y arropó a ella con una manta para guarecerla del miedo y de la lluvia. Con su inexperiencia, decidieron salir a buscar ayuda o algún alma bendita que los recogiera y los llevara al hospital que, es donde debían estar ya, a pesar de que días atrás, su mismo médico la enviaba a casa y que no regresara hasta casi llegado el momento, el hospital estaba abarrotado y las urgencias tienen preferencias. –Decía. En la calle ni alma ni sombra, ni ayuda ni suerte, ni respuesta a ninguna plegaria. El cielo se volvió rojo pálido y lloró con la pena de mil tristes. Por más que caminaban, el milagro no llegaba y el acontecimiento se acercaba.  Cada vez el agua era más notable. No tuvieron más remedio que guarecerse en un oscuro portal frió y hueco de sonido. Dejó caer la manta en el suelo para que la agónica víctima se tumbara. Tocaba su voluminosa barriga como un tesoro odiado, el dolor era tan intenso que apenas dejaba abrir sus pestañas. Está, liberó la salida de su cuerpo que se haya entre sus piernas y comenzó a empujar con fuerza. No tenían ni idea, estos primerizos de que, llegado el momento, el momento no se detiene. El marido soplaba el rostro de su mujer para dar frescor, apartaba los cabellos mojados de la cara y trataba de aliviarla en su sufrimiento. Los gritos de la joven pareja alertaron a varios vecinos que acudieron en su auxilio. Uno trajo agua caliente con el aroma de pétalos de rosas y paños de seda humedecidos, otro trajo cojines bordados con plata y oro para el apoyo de la madre y el otro, indigente, pobre como el hambre y negro como la piel de África, simplemente ofreció su mano. Para ayudar y dar lumbre a una escena que de por si debe ser vista para no cometer graves errores, golpeó la bombilla del portal que a duras penas ofrecía luz. De pronto se encendió y brilló como una estrella en el firmamento y parpadeaba como si el sol se reflejara en ella. La cabeza tímida asomaba entre sus piernas. Su padre, con precisión, lo ayudo abriendo aun más su paso entre las puertas de carne que daban asomo a la nueva vida. En un último esfuerzo agónico por parte de la madre y de respiro para el padre, el bebé reposó en sus manos masculinas llenas de sangre cuajada y demás restos de un parto doloroso. Desde la puerta del portal, curiosos observaban un perro que tumbado parecía mirar el acontecimiento con detenimiento y un gato temeroso por los chillidos de esa mujer. Ya se escuchaban los demás vecinos que venían a socorrer a estos pobres padres que con suerte salieron adelante.

-¡José!, ¡José! –Sollozaba entre lágrimas y risas la madre.

-María es nuestro hijo. –Dijo José.

-Bienvenido Jesús. –Dijo María a su humilde retoño.


José María Fernández Vega



viernes, 22 de julio de 2011

Al romper el alba

En la latitud del confín,
en la ladera del fin,
en la rivera de la espera,
tuvo un encuentro que
ni esperado ni planeado,
sólo fue el deseo de no pedir nada…

Cuánto se vio en el púrpura de la tarde
y en el rincón opaco de la penumbra
y en la primera alborada…

Fue al romper el alba
donde los sueños y anhelos eran uno,
fue en el ocaso, donde la luz acaba
y se prende la vela que ilumina el paraíso desconocido,
luz luchadora de inerte y pesada oscuridad…


José María Fernández Vega



domingo, 17 de julio de 2011

Sueño

Al cerrar los ojos
veo grabado al recuerdo
que de ti me deja
la plata de tu mirada
y el sol de tu sonrisa
y el aire de tu brisa
y el negro de tu cabello…

Eres el recuerdo de un sueño vago
que vuelve real lo inesperado,
eres el brillo de una estrella,
el calor de una fogata,
eres el camino que comienza
con la esperanza del que sueña,
eres la lluvia del desierto,
eres la danza en el júbilo,
la alegría desbordada,
el clamor de un anhelo,
la firmeza al caminar,
eres la sorpresa que se espera
y nunca llega,
eres la excepción que confirma la regla,
eres… el sueño de este humilde poeta…


José María Fernández Vega




viernes, 8 de julio de 2011

Ser de noche

Ser, será lo que se pensó para no ser,
fue quizás algo por encima de nosotros
y aun siendo nosotros, sentimos que no pudimos ser…

En la sombra amurallada, en el vacío oscuro,
encontramos refugio en el que logramos ver,
y bajo un manto de plata nos cubrimos en noches de piel
para sentir todo aquello que no logramos tener,
pero sé que lo tuvimos porque allí, estuvo mi ser…

Ahora vuelvo por el camino que pisé
y rondando las horas en las que soñé,
revivo, por un instante,
mi vida por ti que fue todo mí ser…

Es tan plácido el silencio cuando te escucho
que no tengo palabras para describir que
ser sin sentir, ni se es, ni se siente,
gracias a ti, sé que soy un ser viviente…


 José María Fernández Vega




martes, 5 de julio de 2011

Cuando el tiempo se detiene

La lluvia, incesante, bloqueaba la entrada a la ciudad. El agua se movía por una riada forzuda y caudalosa. Era gris, como el asfalto que ocultaba. No era muy largo el trayecto que tenía que realizar, hubiese sido más corto si su limitada vista en ese momento tan delicado lo hubiese dejado ver. Lo único que lograba observar agudizando la mirada como un cegato que se empeña en saber que hay a lo lejos, era una manta líquida que arrastraba, sin compasión, todo lo que encontraba a su paso. Para olvidar el contexto o liberar tensiones propias de situaciones embarazosas se escuchaba de fondo la radio del coche. Qué gran invento. Sentirse arropado por personas que, de forma desinteresada, hablan para el entretenimiento del oyente el día completo. Este hombre silenció hasta los pensamientos para no perder el hilo de la retransmisión, sabiendo que estando solo, hasta nuestra mente se escucha en el vacío más inerte. El parte del tiempo, según la voz sin rostro, no era nada halagüeño. Las lluvias no cesarían en casi una semana y en momentos puntuales se intensificarían. Recomendaban no utilizar vehículos para los desplazamientos.
-A buenas horas lo dices. –Contestó este hombre.
Por supuesto, no obtuvo respuesta, más bien una nueva noticia que nada tenía que ver con tanta agua caída del desconsuelo de nubes lloronas. –Un motín en la prisión. –Decía la radio. –Decenas de presos han tomado la cárcel durante este mediodía. Se ha saldado con la muerte de cinco, entre ellos el precursor de la revuelta y dos guardias. Al cabo de varias horas el control ha sido devuelto, gracias a la rápida y magnífica  intervención de las fuerzas del estado. Hay que dar la alerta a la fuga de un preso del ala psiquiátrica. Es muy peligroso y responde al nombre de Leonardo el “Corta cuellos”. Es moreno con pelo corto, de complexión fuerte, vestido con un pijama de rayas negras y blancas y va descalzo. Tiene en su poder un cuchillo de grandes dimensiones. El caos reinado durante la reyerta y un descuidado han permitido que se fugase. Se agradece a la población cualquier información acerca del paradero de este preso. Como precaución no abran la puerta a ningún desconocido, podría haber cambiado su ropa. Aunque demente, es muy inteligente. Aumenten todas las medidas de seguridad posibles a su rango más alto. Puntualizar una cosa, mata por placer. –Añadió. Este hombre, con rostro preocupado, pensó en las pobres personas que, por desgracia del destino, no tuvieran más remedio que enfrentarse a tan desdichado encuentro. –Un loco suelto. –Pensaba. Y no se le ocurrió otra cosa mejor que imaginar cómo sería tenerlo delante. Primero sin saber de quién se trataba y luego, uniendo cabos, sentir como el miedo te paraliza y se apodera de lo que normalmente somos dueños incondicionales, nuestra voluntad. A veces, los sueños y la imaginación son la premonición de sucesos que aun no han ocurrido y se manifiestan en nosotros por arte de dios o de magia, según lo creyentes que seamos. Dicen que cuando el año está de leches hasta los burros la dan. Por lo visto, la tremenda ovación de agua caída no fue suficiente para el momento y la puerta del vehículo se abrió. Un hombre empapado por el agua lo miró fijamente. En su mirada perdida por la locura vio el resplandor de la hoja de un cuchillo que envainaba en su mano derecha. Su ropa de rayas, delataba el temor hecho realidad. No tuvo tiempo de reaccionar. En menos de un suspiro agarró su cabeza con la mano libre apresándolo contra el asiento. Sin demora llevó el arma hasta su cuello dispuesto a sentenciar de un sesgo la ilusión por la vida y todo ápice de esperanza que pueda haber en una persona con ánimo de vivir. Este loco sesga vidas sintió en su poder el pánico de este pobre hombre y llevó a cabo su macabra intención. Como todo acto requiere un periodo para hacerlo efectivo y éste no fue menos. El desdichado tuvo, en lo que sucede en un segundo, tiempo para detener al mismo tiempo. Por su cabeza transcurrió una vida entera, paso a paso, con lo lenta que parece vivida en el presente, lo rápida que pasa cuando el final llama a tu puerta. Todo tiempo vivido sabe, realmente, a poco. Su cabeza fue un continuo vaivén de recuerdos hechos imágenes. Sus ojos fueron como platos al sentir ese último momento tan inesperado pero que a todos, por imposición natural, nos espera.
– ¡Oh Dios! ¡Cariño! Mi amor, mi sentir, gracias por ser la madre de mis hijos y darles la vida que necesitan, gracias por tu esfuerzo y dedicación, ellos sin ti no serían nadie. Agradeceré eternamente al que tuvo la genial idea de cruzar nuestros caminos en esta vida que, ahora veo insignificante y corta. No puede acabar ahora, necesito seguir viviendo, necesito decirles a Daniel y María, que son mi orgullo, mi motor de cada día. Por ellos me muevo hasta en la dureza más rabiosa. ¿Por qué no te he dicho todo lo que te amo cada día? ¿Hemos perdido el origen de nuestra unión?, ahora sé que no, en este triste momento, por desgracia, descubro que siento lo mismo por ti que el primer día que te vi. Te vi discutir con tu amiga, ¿recuerdas? de la que ya no sé ni el nombre, sí, era Cristina, y pasasteis delante de mí, sin percataros que estaba allí. Recuerdo nuestro primer beso y los nervios que nos envolvían, era normal, éramos puros adolescentes envueltos en hormonas. Recuerdo la picaresca de tu mirada y el cuchicheo de tus amigas al acercarme, tu sonrisa de diablesa y mirada felina. Volvería a enamorarme de ti un millón de veces y todas serían pocas. Volvería a verte por primera vez, una y otra vez y jamás me cansaría. Volvería a tener la primera y misma discusión tonta por dejarme esperando un largo rato en el portal de tu casa, una y otra vez, hasta reconciliarnos todas las veces que hiciesen falta ¿Recuerdas nuestras risas? Desde que te conocí las tardes de primavera tienen tu voz grabada cuando cae naranja el firmamento y es en ese mismo instante, cuando el aroma de la noche me decía que ya estabas aquí. Siento de todo corazón el no haber sido un marido perfecto, lo he hecho lo mejor que he podido. Tu altura ha sido la de una diosa para mí. Guárdame con celo como lo harías con nuestros hijos, yo te esperaré allí, donde esté, observando a las tres criaturas más maravillosas de este planeta. No tengas prisa en venir y disfruta de los niños, sé fuerte y piensa que ellos te necesitan y yo, pero ya no podré estar. El destino no ha sido piadoso conmigo y en un mal sorteo, demoníaco quizás, salió mi nombre en la primera remesa de infortunados. Ojala puedas, al menos sentir mis palabras de desahogo y lleguen hasta ti mi querida María. Deja que los niños vivan y hagan lo que les plazca y…
La sangre cabalgaba por su torso enrojeciendo todo color a su paso, la respiración perdió su agitación y se fue apagando poco a poco, los brazos perdieron tensión y cayeron a plomo y las pestañas por última vez se cerraron en un sueño imperecedero.


José María Fernández Vega


domingo, 3 de julio de 2011

El burlador burlado

-¡Con vosotros! ¡Llegada desde las frías estepas rusas! ¡La extraordinaria trapecista Dalila Ivanov! –Se escuchó por el megáfono del circo. El tumulto de asistentes, los que se podrían contar por cientos, aplaudieron, juntos pero no al unísono. Inmediatamente una luz cilíndrica apareció como un rayo desde el cielo acaparando toda la atención y en  el circo se hizo la noche dejando ver sólo lo que hay que ver y enseñar únicamente lo que se ha de mostrar. Redobles de tambores acompañaron el acto de la rusa que, más bien rusa, parecía una diosa griega, si el estereotipo de diosa griega hubiese sido de mujer rubia y cabello fino y desmayado como la crin de una yegua, por no decir caballo y mezclar géneros que no se pueden confundir. Fue seguida por miradas atónitas y asombradas ya que la diva volaba, no en sentido figurado, volaba de trapecio a trapecio sin red que la protegiese en caso de caída, sin duda era la estrella del circo. En su niñez fue gimnasta para deducir el por qué de su fabulosa destreza, por si alguien se pregunta qué de dónde sacó tales virtudes de las que presumen elegidos y la diva mostraba al gentío. –¡Magistral la actuación de Dalila! –Decía la voz sin nombre. –¡Un fuerte aplauso para nuestra trapecista Ivanov! Aplausos y más aplausos rezumbaban en la carpa, señal inequívoca que había merecido la pena estar presente. De repente, en el coso central aparece un forzudo, con el cabello moreno y ondulado, el torso descubierto y enseñando una musculatura marcada como el tallo del perfil en el mármol, de su mano brotaba un perfecto ramo rojo de rosas y de sus rodillas admiración al clavarlas en la arena justo debajo de donde se encontraba tan espléndida amazona.
-¡Estimada Dalila! –Dijo el forzudo ante el silencio expectante. -¡Querida amada mía! –Repitió ante el asombro ya de todos. –Estás flores son para ti, pero no porque las crea bellas, porque más bella que tú ni la luna sabe dibujarlo en el océano con la plata de su brillo, son para ti, porque su color es rojo, como el rojo que brota de mi corazón exhalante de tu pálpito y como mi sangre que corre rauda por este forzudo cuerpo que, ante ti, tiembla como un niño ante un león. Acepta esta ofrenda, aquí, delante de todos, donde rompo mi cobardía y alentando a la valentía te pido tu amor eterno. ¡Cásate conmigo Dalila Ivanov!
Silencio, lo que se dice silencio, no fue lo que precedió a la declaración del forzudo. Un murmullo se apoderó del gentío. La trapecista, con la sorpresa por rostro, descendió con la gracia de las hadas revoloteando hasta llegar a las rodillas cubiertas de polvo y  clavadas en la arena de su pretendiente.
-Levántate forzudo Sansón y guarda tu osadía para cuando el rubor crezca en tu mejilla porque nada tienes que temer. Guarda tu miedo que de nada vale y ofréceme de nuevo este ramo de rosas tan preciosas que sólo puedo admirarlas con el mismo brillo que me miran tus ojos y no tengo más remedio que corresponder diciéndote que sí, seré tuya para siempre.
-¡¡¡Nooo!!! -Gritó en la soledad de su caravana. Su frente era sudor y la almohada un paño que secaba las gotas que emanaban. -¡No! ¡Maldición!, ¡No! ¡Yo te maldigo! ¡Estúpido Sansón! Te creerás alguien por tu esculpida figura de David. Se levantó y corrió una puerta de la que un espejo formaba una de sus caras. Tristemente se reflejó en él y se miró de arriba abajo con la pena de un real fracaso. Su cabeza, voluminosa, cobijaba unos ojos saltones y una nariz corpulenta como su cabeza, sus brazos eran pequeños y sus manos torpes, su tronco lánguido y sus piernas curvas, o llamadas también zambas, eran para el enano Igor una señal de identidad, le hacían andar como un pato mareado o como una manigueta rígida que podría servir de tirachinas a cualquier niño que se precie a hacer travesuras o más metido en faena, destrozos, nunca mejor dicho. Como ya se sabe que los secretos bien guardados son comunes como aficiones y el que lo niegue, simplemente miente, Igor no era menos por muy enano que fuese. Dalila era la cara de su caravana, todas las paredes estaban cubiertas con imágenes suyas y algunas cubiertas por besos de su admirador oculto por no decir secreto que, secreto ya tenía bastante. Pasaba largas horas tumbado en su cama, para él, tan grande como la de un gigante, dilucidando cómo podría conquistar ese preciado corazón que lo tenía en la penumbra suspirando y anhelando y hablando solo. –Pero, -Se preguntaba. –Qué forma tendría, este bufón de la corte, de conquistar a la reina del palacio, si yo sólo soy una herramienta de burla y ella es el estandarte del reino. Tal era su obsesión por Dalila que su necesidad terminó por agudizar su ingenio. Esto no quiere decir que su intención fueses buena ya que su única idea era satisfacer sus necesidades sin contar con la aprobación de Dalila, lo que quiere decir que, el fin, para él, no justifica los medios, o dicho en pocas palabras, era un auténtico egoísta y como las ideas sólo las pone en práctica en principio quien las piensa, pensó e hizo de una estratagema su solución y para solucionarla, como caballo que vuelve a su cuadra, se encaminó a la caravana de tan distinguida Dalila. Con poco disimulo golpeó su puerta.
-¿Quién es? –Se escuchó de una voz dulce y femenina que por descarte no podría ser otra si no la de Dalila.
-Soy Igor. –Respondió.
-¿Igor? No sé quién es Igor.
-Soy el enano del circo.
Durante un momento hubo un silencio incómodo que termino por romperse cuando la trapecista lo invitó a entrar. Igor, asombrado por estar en la alcoba de su sueño enmudeció.
-Bien. Qué te trae por aquí. –Preguntó Dalila. ¿En qué puedo ayudarte?
Igor, pálido, tuvo que hacer un esfuerzo para trazar una palabra y quitar sus ojos de las largas y sinuosas piernas que delante de él se cruzaban.
-Verás Dalila. No sé por dónde empezar. Me siento ridículo aquí, delante de ti. Es muy importante lo que tengo que decirte.
Dalila, extrañada, se arrodilló ante el enano y lo atrajo hacía su pecho para arroparlo.
-Estás muy nervioso Igor. Vamos, cuéntame que te sucede y en todo lo que pueda te ayudaré sin pensarlo.
-Mi padre ha muerto y no tengo a nadie con quién desahogarme, todo el mundo en este circo me toma a burla sólo por ser el bufón y no piensan que también tengo sentimientos. Seguro que digo que mi padre ha muerto y se lo tomarán a broma.
-¡Oh! Lo siento mucho, de verás que lo siento. –Dijo Dalila apretándolo aun más en su regazo.
-Voy a recibir una suculenta herencia y no sé qué hacer con ella. No quiero dinero de mi padre fallecido, quiero a mi padre vivo y coleando y no papeles que puedo cambiar por todo lo que se me antoje.
El morbo de la trapecista salió a relucir y en lugar de preguntarle más por su estado de ánimo entró en el juego del enano tal y como éste había planeado.
-¿Y es muy suculenta esa herencia? ¿Cómo amasó tu padre tanto dinero?
-¿Suculenta? Tanto como para dejar este maldito circo y volver sólo como espectador, aunque eso me lo pensaría muy bien antes de hacerlo, conozco tanto esta carpa que me dan nauseas pensar en ella. Mi padre fue dueño de un circo que recorrió el mundo pero terminó por abandonarme, mis limitaciones le avergonzaban y por lo visto su vergüenza se ha transformado en arrepentimiento. No sabía nada de él desde hace años, pero el muy ladrón me ha seguido la pista siempre. Estoy tan desolado por su muerte que no soy capaz de tener malos pensamientos hacia él
-Qué tierno por tu parte. ¿Qué harás con tanto dinero? ¿Una persona sola puede gastar lo que no pudo un padre en toda su vida?
-¿Gastar la fortuna de toda una vida? ¿Sólo? No quiero nada que no pueda compartir. –Dijo el enano con pesadumbre.  –Quiero compartirlo con alguien y recorrer el mundo como hizo mi padre con su circo. Sé que es una locura lo que voy a pedirte, pero, ¿querrás ser tú mi compañera de viajes?
-¡Qué comparta mi vida contigo viajando! -Dijo Dalila con asombro y lo apartó de su cobijo. -¿Quieres que sea tu compañera sentimental? ¿Piensas que con dinero puedes comprarme?
-No lo mires de esa forma, yo no quiero comprarte, quiero que me acompañes, a cambio de algunos favores, eso sí, pero los devolveré solucionando tu vida con los mayores lujos que haya encima de este planeta, serán todos para ti y las joyas se rendirán ante tus pies.
Dalila calló por un momento, en su cabeza no cabía que la duda existiera y por un instante pensó que no sería mala idea. Tarde o temprano el enano moriría y ella sería la dueña de tan distinguida fortuna o eso o lo mataría lentamente para que la sospecha no fuese parte de su muerte. Aunque la idea de liquidar a Igor pesaba más de lo que pudiera llegar a imaginar y eso era algo que de algún modo la atormentaba. Matar a una persona por su dinero, quién sabe, si junto con las prostitutas, es el oficio más antiguo que se recuerda. Ese morbo desatado sería puesto en marcha no pasado mucho tiempo desde su huida. Por muy bien pagada que esté comer una carne que se detesta, tarde o temprano termina por aborrecerse, no por el exceso, sino por su repugnancia. El enano no era el tipo de hombre que atraía la atracción suya, era un hombre del tipo de Sansón, tan musculoso y tan seguro y tan arrogante y además era su novio, cómo dejar al hombre de su vida por una fortuna, segura, eso sí. Podrían asesinarlo entre los dos y apropiarse de aquello que no era suyo y sólo le correspondía a uno por sus servicios de compañía. Como buen secreto fue a contárselo a Sansón, ya se sabe que hay cosas que no se cuentan y otras que queman si no son contadas. Sansón no sabía cómo interpretar las palabras de su amada. Que huyesen juntos. Una extraordinaria carcajada salió de la boca su boca. O lo mataba o lo mataba. –Decía. Una proposición tan indecente es un robo o una mentira, no tiene otra explicación lógica y lógicamente había que salir de dudas. Alguien en el circo debería conocer al enano mejor que ellos, sin duda, ya que no era el único enano burlón. La diva que por diva tenía hasta sus atributos femeninos se insinuó tanto a Charlie, otro enano del repertorio de Igor que, éste acabo largando por su boca tanto como un borracho malhumorado.
-Igor no tiene padre. –Decía. Fue rescatado de un orfanato donde fue abandonado por unos padres que no lo querían. ¿Imagina lo triste que debe ser eso? Que tus padres renieguen de su hijo. Debe crear algún tipo de trauma seguro.
De la confesión, Dalila, dedujo que el burlón Igor había tratado de tomarle el pelo y encima sacar de ella favores que ninguna persona que se precie pone precio. Sintió tal impotencia que no podía quedarse así, sin más y este enano ya no salirse con la suya, sino salir impune de tanta mentira junta. Así que ella como buena mujer lastimada y rencorosa, elaboró un plan junto a Sansón de la talla y medida de Igor, enorme de malicia. Aceptó su proposición y el enano no cabía en sí. Ahora bien, para no desatar la ira de su amado al huir con el bufón del circo, la trapecista puso encima de la mesa un plan para fugarse junto a él del circo. Éste, seguro aceptó. Las instrucciones fueron las siguientes:
-Debemos simular la muerte de ambos, para eso conseguiremos narcóticos que nos hagan dormir y bajen tanto nuestras pulsaciones que parezcamos muertos a los ojos de los vivos. Nos encontrarán en el suelo del comedor porque por casualidad comimos la misma comida infectada de mata ratas que por error un cuidador del circo puso en la cámara de frío en lugar de los rincones más solicitados por estos moradores de la noche. Cuando recojan nuestros cuerpos y los metan en los correspondientes ataúdes, el efecto de la droga se pasará cuando estemos dentro. Con todo el sigilo que se pueda tener escaparemos sin ser vistos y huiremos al fin del mundo como me prometiste. ¿Estás de acuerdo? –Preguntó Dalila.
Igor, asombrado por el plan elaborado por Dalila, asentó con la cabeza y preguntó. -¿Pero quién tomará primero la droga?
-Lo haremos los dos a la vez y así caeremos plácidos y juntos.
Dalila extendió su mano y en su palma guardaba un frasco pequeño con líquido en su interior.
-Bébelo rápidamente para que no sientas su amargor y yo lo haré de este.
Igor, apresurado, bebió tan rápido su láudano que, a duras penas logró ver como Dalila bebía de su frasco. En efecto lo hizo, pero de uno relleno de agua fresca de manantial, incoloro, como su narcótico. Para disimular fingió caer al suelo, como buena actriz, junto al cuerpo inerte y vacío de Igor. Los ojos le pesaban como planchas de acero y la vista se difuminó como el calor emanante en el horizonte. Se despertó en un ataúd, en mitad del desierto, en una villa árida e inhóspita como la cal. En su lenta vuelta a la realidad, el sol, abrasador le cegaba.
-Dalila, Dalila. –La llamo repetidas veces.
A su alrededor el sonido del viento y la arena volátil lo desorientaban. Sólo había una mortaja. ¿Dónde estaba la de su fugitiva? Ni rastro del circo, ni rastro de nada ni nadie, ni una mala sombra, condición pues, de que algún ente físico se levantaba, aunque fuese para acecharlo, pero ni allí eso se encontraba. Miró allí donde se pierde la vista, allí donde el azul de pierde con el naranja de la superficie desértica.


José María Fernández Vega


Querido sentir

Querido sentir que creo olvidar,
 huella que se marca honda
como tu recuerdo, que creo olvidar,
y bajo esta piel, sentida y huérfana
que quiere olvidar, aparece una vez más,
ese recuerdo, para traerte consigo
y saber que jamás, te voy a olvidar…


José María Fernández Vega


La pared

Resulta que tan nombrado muro, por más que agudizara la vista, no acababa ni a izquierdas ni a derechas, más bien, era una larga base donde las malas hierbas reposaban vagas al sol del mediodía. Miró hacia arriba para divisar su fin, ya que el otro punto del muro estaba a sus pies y lo delimitaba la tierra, al menos aparentemente, y allí estaba el final de sus piedras, por lo que este santo hombre concluyó que, podría sortearlo por su techo, quién sabe si con más o menos facilidad, ya sabemos que la destreza es un reparto injusto y no era este el caso de la habilidad. Para su suerte, hasta el mármol mejor pulido es pasto de las inclemencias de tiempo y los voluminosos ladrillos que lo formaban fueron amigos del viento y la lluvia, de la arena, el frio y el sol y su perfil se fue dilatando. Con arrojo y como un escalador novel, sin parpadeo ninguno y controlando el temblor de manos y piernas, no por una enfermedad hereditaria, sino porque el miedo, es el miedo, se inclinó a trepar. Su curiosidad en forma de consciencia le hablaba como los gatos se dicen a sí mismos, “para que quiero la curiosidad si no es para derrocharla”. Subió y subió ordenando a sus manos y pies que se quedasen quietos justo dónde él imponía, mandaba fuerza para tensar los músculos y no flaquear como un  muelle de escopetilla. A medio camino suspiró, cerró los ojos durante un instante para evitar que los muy morbosos vieran el peligro y el cercano acecho de la muerte. Sin más continuó, hasta que la pesada cima colmó. Sobre ella divisó páramos, lagos inmensos de aguas de cristal sobre los que se reflejaban hasta las estrellas dormidas y verdes prados como las cunas que cubren vastos los pinos en Andalucía. Sintió en aquel cuadro aires de libertad, sintió su propósito de libertad, y como buen correspondido, no quiso defraudarla. Volviendo por sus pasos pero por la cara inversa del muro, comenzó a descender dejando la cautela a un lado y llevándose consigo la mayor de las entregas. Pero lo mismo que la cara anterior, la base del muro servía de tumbona a la malas hierbas que ni para colorear los parajes servían y sólo al sol sabían secarse, la cara norte, la madre de las sombras, cobijaba naturalezas de diferentes índoles, sombrías y silenciosas, húmedas y deslizantes y estas últimas, llamémoslas musgo por ponerle algún nombre, lo llevaron a un encuentro demasiado forzado con el suelo para detenerlo. Sus ojos se entreabrían, borroso veía la pared que sorteaba que, ya no era un muro, sino una pared y no tengo más remedio que repetir para aclarar. Escuchaba voces que lo socorrían y para su mala suerte daban poca esperanza por su vida.

-¿Qué ha sucedido? –Preguntaba una bella doncella cubierta por un batín blanco, como el de las enfermeras.
-Este loco de nuevo. Ha vuelto a saltar la tapia del manicomio y se ha roto la espalda.


José María Fernández Vega


La ira y la tormenta

Embravecen tus cantos la ira de la tormenta,
fiel seguidor de la leyenda,
valiente guerrero de costumbre perder,
llama victoria a la utopía y derrota, a la misma derrota
cuando clava las rodillas como puntillas en la arena…

Discute con la tormenta aguerrido luchador,
invoca truenos y relámpagos de impotencia,
explosión de naturaleza, acaba con esta mentira,
derrota la verdad que no es tuya,
gana la batalla que no empezaste,
deshazte del miedo que engendraste
y derrocha la virtud que acuñan tus sueños y deseos…

Lluvias de granizo corren por mis ojos
como gotas de cristal desventuradas y el viento huracanado,
abrió las puertas de un final inesperado…

Es de bien sabido que los culpables no tienen por qué ser juzgados,
son impunes como los inocentes, llevan el bien como palabra
que al mal asemejan y la verdad no despejan…

Llegó el fin que llenan los hermanos de discordia,
siembran desorden aparente y reinan en el caos
como elementos que ocupan vacios los sentidos…
¿Es el fin confuso, el liberador de penas o el creador
de dudas? Me pregunto ante esta tromba gris y cegadora…


José María Fernández Vega


 

Mil años de soledad

Por si el mundo acaba de repente
y los hombres se vuelven ninguno
y la tiranía del desamparo
se ceba con el universo
dejándolo vacio como años de espera…

Esperaré, como quien lo hace
sin saber, para que nuestros labios
se posen vacilantes, uno sobre el otro,
y fundir sobre él, mil años de soledad…


José María Fernández Vega


Cuando fuimos uno

Recuerdas cuando solíamos ser uno
y la luz en nuestro lecho nunca se apagó,
se confundieron la noche y el día,
las plácidas horas lunares con sus
estrellas brillantes y reposantes en una
oscura sabana por firmamento y el azul
del inmenso mar que cuelga boca abajo
silencioso y yace sobre nuestras cabezas
como las nubes que visten de sombra
el suelo que pisamos…
Recuerdas que soñamos que la distancia
es una simple palabra que hace distante
dos nombres que tratan de unirse y jamás
pusimos fin a nuestro empeño de recordar
que la unión hace la fuerza…
Ahora, el recuerdo es una laguna difusa
donde los pensamientos se hunden
en sus aguas de gris tristeza
y nuestros sueños, como el polvo,
sueños fueron y en sueños se convirtieron…


José María Fernández Vega


Donde el tiempo termina

Cómo decir que lo que el destino no escribió,
no hizo más que suceder,
que lo que tuvo que ser,
no terminó por consumarse,
en cambio, se extinguen nuestras mentes
como llamas que se ahogan en lágrimas,
llenas de ideas perdidas y esperanzas sin encontrar,
aun en el intento, aun en la marcha
para llegar a la lumbre del final,
a la sombra del principio, allí donde acaba el camino,
donde viven los sueños, donde campan
las historias que sueñan con ser reales,
y reales son porque viven furtivas y escapan a la razón que,
por más que trata de ser cuerda,
pende de un fino hilo de juicio,
y tiembla por su temor como un perro a la intemperie…

Como decir que el destino abrió una puerta equivocada
por donde entraron los miedos
que siempre alejamos y nos hacen caer
a un abismo oscuro y profundo,
donde la luz no tiene nombre ni brilla en la ausencia…

Se van los sueños al país del recuerdo intacto,
se pierden las distancias que
se salvan con la destreza de un felino
y se vuelven muros altos, infranqueables
como el océano a nado…

Como decir que la rosa marchita se deshoja,
que las estrellas se caen de la noche oscura,
que la luna cierra sus ventanas a cal y canto
y el sol se apaga hasta volver mi alma inhóspita…


José María Fernández Vega


Dos estrellas

De noches de tormenta y relámpago súbito,
surgieron dos estrellas que nacieron de una madre única,
del útero de la vida y vida fue en renglones que parecieron torcidos,
parecieron, porque alabo a la inocencia divina y eterna,
de lo que parece errado y sólo es sabiduría vuelta y oculta…

Una, la más tardía, cubierta por cabello tan  negro como el carbón
y fino como el hilo elaborado, su sonrisa,
se contagia como la risa colectiva,
se viste con la curiosidad más sencilla y mira con los ojos
marrones del cacao, la otra, la primera,
cubierta por el fuego y aclarada en su mirada
por el océano más pacífico,
tejida en piel dorada como el pan recién hornado,
cumple las veces de señor de las tierras que, junto al sur,
se encuentran al norte…

Juntas se revuelven como el mar en remolino
y separadas se extrañan como el recuerdo y el olvido,
como la semilla y el trigo,
como la solución y el acertijo,
como la madre y los hijos…


José María Fernández Vega


sábado, 14 de mayo de 2011

La voz imperturbable

En un mundo vacío en el que las voces no suenan y las palabras son mudas, el sin sentido no tiene remedio. Los signos de la Humanidad, el canto del pueblo, las armas del pobre son las letras que emanan de gargantas, las que nos dicen y cuentan y narran historias y cuentos pasados y reales o ficticios o demasiado creíbles. Son distinguidas como la naturaleza y llanas como la pobredumbre. Chorrean en corrillos como corren chiquillos en un patio de vecinos. Es el refugio en el exilio púrpura de la tarde y la pena más lastimosa del recuerdo. Pero para bien o para mal nos acompañan y nos siguen como el sol a la luna o la luna al sol, según se mire, en su interminable persecución cósmica alrededor de la tierra para fundir la luz o alumbrar la lúgubre penumbra. Esa voz imperturbable que habla a nuestra señal y por nosotros cuando no queremos mencionarnos, se vuelve nuestra aliada o nos delata como traidores, pero es su fin, debemos y tenemos que vivir con ella, porque con ella comienza todo lo que anhelamos y aspiramos, ¿verdad palabra…? Por eso yo te pido que nunca calles porque sin ti ni el mundo sería un mudo sin mímica…


José María Fernández Vega


miércoles, 11 de mayo de 2011

Siempre

Cuando el sol cae y la luna acecha,
y el rigor de la noche envuelve
como una sábana negra los sueños,
las estrellas, tus relampagueantes estrellas
que habitan en mi, palpitan como la lava anaranjada
y el astro mayor hace presencia de nuevo
para iluminar, en un arco de fuego,
ese rostro que, como mi sombra,
vendrá siempre conmigo…


José María Fernández Vega


miércoles, 4 de mayo de 2011

Claroscuro

Cuerpo mojado de dudas vivas y sangrantes,
crecientes en noches de luna llena
y menguantes en licores de vasos sobrantes,
dicen que yace observando desde la grada de la montaña
el galope de su caballo huérfano
de paciencia y rebosante de rencor
que se guarda y esconde y oculta
bajo las sombras donde nadie lo ve,
ni los grillos, ni las luciérnagas, ni los de ambulantes,
ni los despistados que desconocen por dónde andan,
y cuando se muestra es como la ficción que
ahonda en la verdad, triste verdad, mísera verdad,
pero sólo es verdad, es el escaparate
de una sentencia anunciada, de un cuerpo celeste
que tiñó el horizonte errante con sonrisas y lágrimas
y recuerdos que no se borran y marchan al antojo
de una nueva memoria intacta basada en el pasado,
y sin querer, el presente dejó de ser alegre y vivarón.
Cuentan que ya no está, que se marchó sin decir adiós…


José María Fernández Vega


sábado, 30 de abril de 2011

El amor verdadero

El amor verdadero, es sincero y afable,
nunca perece, es largo como
el recuerdo intacto, no es envidioso,
no crea disputas, es comprometido y
desinteresado y ciego como el mármol…
Es verdad que inunda como un raudal de paz,
de calma y sosiego y tranquilidad
y no pregunta por incordiar y tiene la extraña manía
de escuchar con atención, porque de sus palabras
brotan luces y suenan campanas y música…


José María Fernández Vega


lunes, 25 de abril de 2011

Y se fue...

Y se fue,
se marchó tal como vino,
se alejó igual que llegó,
de la misma forma,
sin llamarla, sin pedirlo,
se alejó…

Ya no está quien tuvo que ser
la flor más distinguida del jardín,
la savia del tronco erguido,
la raíz del árbol frondoso,
el alma esperanzadora,
el aliento de la energía,
la dama de la noche,
el rayo dorado que corona las nubes grises del invierno,
el pétalo púrpura de la rosa,
la brisa azul del océano,
la lluvia cristalina del verano,
los primeros brotes alegres y joviales de la primavera,
y toda una vida entera…

Se fue,
como se marcha la marea dejando huérfana la orilla en su arena,
como el grito desesperado en el horizonte que nunca acaba…

Se marcharon,
el tosco rosado del otoño,
la paciencia de cada segundo que transcurren en la consciencia,
la virtud de sonreír al pensar que pensamos juntos…

Me quedé sólo…


José María Fernández Vega


lunes, 18 de abril de 2011

Tierra prometida

Es el sol quién baña tu nombre,
en su costa de luz y su mar azul
se mezcla con su cielo azul,
con la sal de la marea, con el blanco de la arena,
con el verde de la arboleda, con su aroma a brisa y a pinar,
y el amarillo de tu sol deslumbrante y brillante,
sofocante y paciente, arropa la tarde
en la que nunca se esconde…

Yo te echo de menos
por no tenerte a cada instante
y me siento egoísta por quererte
como a mi semblante, te guardo
con mis sutiles palabras que llevo por bandera
y agito alegre de orgullo…

De tus letras surgió un Nobel
y el mundo se rindió a sus pies,
como yo me rindo ante ti madre mía,
por eso te escribo tierra mía,
para prometerte que ni la lejanía
borrará de mí ni un ápice de toda tu maestría…

Quizás en la opulencia y tu riqueza,
se guarde el secreto de magia y antaño
que hace de la marisma tu emblema y enseña…


José María Fernández Vega


domingo, 17 de abril de 2011

Incierto este destino

Cuando el destino habla,
no sabe lo que dice,
no mira a quien atiende,
no se pierde en plegarias,
no es emisora de lo que queremos
desesperadamente escuchar,
no separa el océano,
no une continentes,
no prohíbe, no aleja,
no acerca, no vive…

En el umbral de la victoria caí de rodillas,
la vi en el camino, en el firmamento que pierdo,
serán tardes vacías y recuerdos completos…


José María Fernández Vega


En nuestros sueños

Y recordaré que en nuestros sueños
te tuve para siempre, que oiré
por siempre tan dulce voz
y exquisita sonrisa, anhelo tu silencio,
añoro el camino hacia las estrellas
que construimos sin saberlo
y sin saber caímos en las redes
de nuestros sueños y soñamos,
que imposible no se construye con nada
y posible es un imperio, lo es todo,
quiero y puedo,
quisimos y pudimos,
quisiste y lo hicimos…
Por mi parte, seguiré soñando
en este silencio que me rodea
y acompaña a esta oscuridad
que me ronda y planea…


José María Fernández Vega


Ausencia

Blanca y nevada, es fría y helada, torpe e inoportuna, mal invitada, acude como el viento, sin ser llamada, testaruda y rígida como una mula, parlante de habladurías dignas de un loco que profetiza el futuro y aclara el fin del mundo, engaña sueños, destroza ilusiones, amarga esperanzas, libera demonios, derramadora de cuentos con palabras necias y vacías de sentido, alentadora de bailes sin ritmo que sin son, se mueven como parados que viven inquietos… Inquietud es lo que siento en tu ausencia… Nerviosismo, desocupado, vertido en sandeces, amigo de la banalidad, creyente de la desesperanza, ausente de las letras que arropan con calidez como un manto en la intemperie, madre del tiempo que vuelve longevo un segundo y eternos los cortos minutos… Ausencia… esa es la palabra…


 José María Fernández Vega


Un último adiós

En un último adiós,
no tendría palabras que decir,
no interrumpiría al silencio que, de sabio que es,
siempre dice lo justo y oportuno con letras
que nunca pude escuchar,
dejaría mi boca vacía, muda,
para que mis ojos narraran lo que mi alma clama,
volvería atrás en el tiempo una y otra vez,
para no vivir un último instante,
para hacer eterno lo que nació
terrenal y mortal, efímero y perecedero,
pararía el miedo para decirle que,
aun no llegó su momento,
me sumergiría en las calles para no resurgir jamás,
negaría al recuerdo, porque recordarte
es más que una pesadilla,
es una idea necia, es una vida sin respirar,
es una agonía irónica, es una broma mala, pesada y espesa,
detendría al sol en la tarde,
en su media naranja cortada por el filo marítimo,
que derrama su sangre en la plana inmensidad,
pintaría el océano de plata en noches de ausencia lunar,
taparía mis oídos y así no escuchar una última palabra,
me mordería la lengua para no despedirme en un último anhelo,
cerraría mis ojos con planchas de acero para no ver
lo que nunca quise vivir, en su lugar,
pediría al ciego que mirase, al mudo que hablase
y al cojo que caminase, al enfermo que sanase
y al adiós que se esfumase…
No sé decir adiós…


José María Fernández Vega


sábado, 9 de abril de 2011

Navío errante

Si no hay luz que guie el camino,
ni trazo que marque la senda victoriosa,
puede que me halle perdido
y no vea más allá del límite de mis párpados,
aunque quizás, sin el rumbo marcado,
encuentre el puerto donde atracar y
arriar las velas de este barco errante de sentimientos,
vacio de paredes donde el eco late
como un corazón sin pálpito,
o puede que la luz sea un fuego extinguido,
carbón vuelto cenizas de llamas
que un día fueron fogatas y hogueras,
fuegos y lumbres que dieron calor y cobijo
a desconocidos sin nombres que derramaron
rojo fervor como la sangre brotante,
como el crepúsculo en su cumbre…


José María Fernández Vega


jueves, 7 de abril de 2011

Iván

Nació una primavera aquel día de verano,
elegiste el sol para nacer y él,
te  iluminó con su sonrisa, la luna te cobijó
con su manto cubierto de perlas y brillo,
las flores brotaron entre la espesura del calor
para refrescar tu llegada y llegaste,
como llega la mañana con su Rocío
empapando el verdor de las hojas
con gotas cristalinas,
como la inocencia en su ternura
que brota enérgica de tu corteza dorada
y envuelve el migajón que rellena tanta simpleza.

No es posible describir lo que narra el silencio,
y se dice en un segundo tan mudo como el mar profundo,
diría que tanto tiempo mereció la pena de la espera,
ahora sólo toca dejar que la vida siga su ciclo
y haga de la maravilla tu nombre…


José María Fernández Vega


sábado, 2 de abril de 2011

Distancia

Entre esta lejanía y yo
surgirán mil recuerdos
como mil noches y
serán pesados como el hormigón…
No serán piedras las
que limite esta Naturaleza,
si no paredes forjadas
con caminos de larga intención…
En este entonces,
me retiro, abatido,
por esta lucha sin sentido…


José María Fernández Vega


martes, 29 de marzo de 2011

Oculto en el silencio

Oculto en el silencio,
sigo el susurro que pierdo en el tiempo,
persigo con tesón una promesa
que al fuego hice sin temor, llamando al deseo
que inspira en mí tu silueta
y reflejo en ti sobre tu color de oro.
No es ardor ni rubor,
es tan simple como la lluvia que emerge del océano
y vuelve a su madre como brotes de lágrimas.
Camino para ahuyentar el olvido,
para tocar el recuerdo y recordarlo por siempre,
porque recordar no es más que una forma de tenerte...
Siento un continuo desazón,
es la confesión oculta de estas letras…


José María Fernández Vega
  

domingo, 20 de marzo de 2011

Alma de espera

Y llegará el día señalado,
donde nuestros sueños serán consumados,
y las verdades, por fin, reveladas,
lugar perdido entre grises y espesas cortinas de humo,
tan pesadas como la ceguera,
vuelve como la realidad que se aguarda y se añora…
Y terminó el camino indicado,
morada del firmamento
y cuna del reencuentro…
Trayecto salvado por horas de infinita espera
y eterna perseverancia…
Por fin concluyó el miedo a perder lo que nunca tuve,
a caer bajo la fría sombra de la indiferencia,
a pasar desapercibido, a no mirar en tus ojos de nuevo…
Y llegó el día de la luz,
dando cobijo a los deseos
que parecían infortunados,
regando con lágrimas perdidas de temor
el alma jovial de mi amor…


José María Fernández Vega

 

martes, 15 de marzo de 2011

Intemporal

Si del tiempo depende
que nuestro encuentro tenga que surgir,
descubro que, el padre de la envidia,
pinta con distancia
el amor que  nunca pudo tener…

Caminando por la edad,
seré testigo de los años que viviré,
volveré la paciencia mi virtud
y tu cita la recompensa a obtener,
allí, en el final del camino,
donde espera plácida entre luces,
estará el comienzo de la vida
y la armonía cantará sonatas de victoria…
En ese entonces, por fin,
yaceremos juntos en mares infinitos…


José María Fernández Vega


viernes, 11 de marzo de 2011

Cuando tú no estás…

Cuando tú no estás,
navego perdido en un mar de magia y seda,
vuelo sobre nubes púrpuras,
rojas y escarlatas,
viajo errando por ríos helados
como las cuencas del sur de allende,
camino sin rumbo
para asistir a tu inminente llegada.
Cuando tú no estás,
doy la vuelta al mundo
por sólo tener un instante tuyo…
Oh, Diosa del destino,
vuelve cálida esta lejanía
que fría y sola ya me abandona...


José María Fernández Vega


jueves, 10 de marzo de 2011

Tango de nostalgia

Como hojas secas en el otoño caen,
lívidas y apagadas, marchitas y demacradas,
los rumores de nuestros rojos y apasionados corazones,
son derrotados por temores que prometimos
vencer con las más sólidas razones
y abandonar en el primer y solitario resquicio,
dejándolos a su suerte porque en nuestro gozo,
no tenían cabida ni rincón de júbilo y alborozo…
Lloramos desconsolados a la alegría,
reímos vivarachos a la tristeza,
hundimos las semillas de la dificultad,
en un fértil jardín prometido
de sueños y esperanzas
coloreado por una eterna primavera,
esa que un día nos vio nacer,
y nos obligó a crecer,
esa donde  la luz campa de noche
y las estrellas duermen rendidas en el día,
fervientes de acompañarnos con su luminiscencia,
en segundos que luchan con la más rauda resistencia…
No sé si decimos adiós,
o si hablamos con Dios,
no sé si el firmamento en su ocre más pálido,
nos despide o nos da la bienvenida
en su cúpula de naranja más hermosa,
techo de nuestra cuna que nos arropa
y silencia nuestros tímidos terrores,
dignas son estás letras de hablar con inocencia
de lo que tuvo que ser solidaria y permanencia…


José María Fernández Vega


sábado, 26 de febrero de 2011

Luces de bohemia

Luces de bohemia
veo por perlas en el candil de tus ojos
que encienden el fuego
que de mí corazón se desprende,
como el rumor de un tibio riachuelo
sonido hechicero desde tu garganta,
que a mis oídos cautelosos
embrujas con tu sensual sonata,
ni las estrellas presumidas
que pintan de oscuro el firmamento
para realzar aun mas su brillo,
ni la sombra plata de la luna que se cobija
como la panza de una ballena en el vasto océano,
pueden compararse a la brisa cálida
de tus pestañas color azabache
que desprenden aires de recuerdos
y fortalece con tu anhelo mi espera,
ansiado camino que a su fin ha de llegar
y dejar el vacío tan profundo,
ese que marca tedioso tu ausencia,
sólo el tacto de la piel profunda
y el arraigo del ensueño
vuelven placidas tus horas
que sin ti no entiendo
ni quiero un comprendo,
son estos versos endiosados los que hablan de ti,
una vez más…


José María Fernández Vega


martes, 22 de febrero de 2011

En la soledad

Escucho triste una melodía con son de tango,
entre horas que confundo con blancos inviernos...
En el eterno recuerdo,
hojas verdes de primavera
sujeta por raíces valientes  y ramajes crecientes,
fuentes de la rivera…
Aguas de cristal, frondosas y abundantes
por los ríos del tiempo y el caudal de la espera...
Es la soledad la que viste de paciencia el letargo
de una vida verdadera…


José María Fernández Vega


domingo, 13 de febrero de 2011

Confieso

Durante la tenue vigilia, en aquellas horas donde la luz era proyectada por nuestro fuego desbordado, como lo hace un candil que luce en la más absoluta oscuridad… En esos letargos donde el susurro regresa con la fina voz que de tu garganta emanaba y llega sin compasión al recuerdo intacto que dejó tu pasión… Vuelves… Traes contigo el brillo de plata que robaste de mis ojos que observaban detenidos en tu desnudez que, hacía de lo sombrío el más grato y cálido de los paraísos terrenales… Rosados y carnosos fueron tus besos que cubrieron sin pudor la piel de quien fue tu más fiel espectador… Retozamos en mares de sábanas maquilladas de seda y de luna… Traducimos el lenguaje corporal en insinuación que escribimos al aire para que lo guardase bajo un secreto inconfesable… Confieso que recorrí palmo a palmo tu tersa carne de diosa andina, poro a poro tu dulzura de mujer que ofreciste como yo ofrecí mi entrega total y desmedida para sentir nuestro encuentro como doradas llamas bailando un cortejo de efusión, para sentir el gozo de placer que intercambiamos hasta la cuna del alba… Sucumbimos al embrujo, bailamos entrelazados, tendí mi deseo sobre tu deseo… y tú deseosa de él no me dejaste escapar para retener mi fervor, mi arrebato, mi hervor, mi intensidad… Nuestra respiración envuelta en agitación, hablaba por nosotros que, sumidos en la más profunda exaltación, saqueaba nuestras palabras para transformarlas en flagrantes clamores de júbilo y excitación… Confieso que durante esas interminables  noches desperté en tus sueños y comprendí que soñar es tener y tenerte es más un sueño…


José María Fernández Vega


miércoles, 9 de febrero de 2011

Estrella de medianoche

Estrella de medianoche que llega surcando mareas de sueños,
cubierta de fina y transparente seda de cuentos de luces y anhelos,
dama de la luna que se refleja en su agua cristalina
y mira como narciso su belleza encandilada,
de cuerpo celeste y deseo sensual,
guía de mi vida y madre de mi sed,
rebosa pasión incontenida que desborda mi cauce,
cautivadora y seductora,
domadora de mi control y pensamiento que maneja con una sola pretensión,
dulce por antojo de quien hizo la sal su miel y el terciopelo tu piel...
Estrella de medianoche,
guía de navíos repletos de esperanzas y plegarias,
llenos de amados que esperan sus tersas amadas en orillas que,
de espuma blanca como tu reflejo,
colorean la arena que divisas,
desde allí...
desde el firmamento que te tiene en su lecho infinito...


José María Fernández Vega


martes, 1 de febrero de 2011

Entre mis letras

Ni largas hordas feroces,
ni desoladas regiones por legiones romanas enteras,
o el océano embravecido y el viento en cólera,
juntos… ambos…
bajo una tempestad rabiosa e implacable y llena de furia
que vacía su ira con el genio de un final,
ni cientos de muros como cielos de altos,
o el huracán más sediento y hambriento,
ni el vasto abismo de arena tan plácido como despiadado,
ni siquiera un lejano día, o un triste adiós,
o el temor al olvido, por oscuro que sea,
ni el vacio de la nada, ni nada de nada…
por más que nombre y pierda el tiempo divagando,
lograrán que este poeta impida tenerte entre sus letras…


José María Fernández Vega


sábado, 22 de enero de 2011

Hablando de mí

No sé bien qué hora podría ser, si la una o las dos de la madrugada, o quizás más. Cuando el desvelo se une al sueño, es como el agua y el aceite, son enemigos acérrimos. Es como un combate entre el más allá y  la vida, o vives o mueres, son completamente incompatibles. El sueño es conocedor de las horas cortas y el tiempo que vuela, mientras que el desvelo,  narra en largos segundos como transcurre la pausa de la noche, su silencio inalterable, sólo perturbado por sus criaturas, por sus molestos insectos, por la imaginación que da vueltas y vueltas en la oscuridad que yace entre las paredes que te dan cobijo, esa que engaña y hace de las sombras criaturas perfectas. En mi caso, prefiero no pensar más de lo que debo. La noche, ciertamente era muy tranquila, no había manera humana de conciliar el sueño, ya sea por lo temprano de la hora a la que debía levantarme o porque,  simplemente, no tenía sueño. Por la ventana entraba mucha claridad, se entiende que la señora luna estaba de capricho esa noche y salió vestida con sus galas más brillantes y eclipsaba a la negrura que volvía transparente y aunque los colores no se apreciaban, las formas y tonos eran claramente visibles sin necesidad de la fría luz artificial. No se escuchaban coches en la calle circulando, ni gente caminando, ni torpes despertando. Aunque ya se sabe que la noche es como un cuchillo de doble filo, puede ser tan amarga y larga como el desvelo quiera, o por otro lado, puede ser una fiel amiga de los secretos que se guardan con celo en el silencio que da lugar a largas sesiones de reflexiones, de juicios tras meditar. De esas largas noches saqué conclusiones sobre aspectos de mi vida que cobraron importancia a lo largo del tiempo. Quién lo podría decir que el insomnio tiene su lado positivo, ¡y tanto que lo tiene! Acarreas cansancio que se lucen con acentuadas ojeras a cambio de nuevas actitudes. Y así pasaron las horas, como pasan los segundos y los minutos, una a una, hasta que la dueña de la noche decidió dar sombra al otro hemisferio del planeta y llevar consigo historias de desvelos y sueños consumados, dando paso al rey de la luz, al padre de la vida, al calor de la tierra, al espanta miedos, al comienzo del día y eso fue lo que llegó, otro día más, otra rutina a repetir, la misma que la de ayer y antes de ayer y la de cada día mientras tenga que ser un vulgar rutinario y eso es lo que sería hoy, otro día más que, aunque repita de nuevo, no es por insistir, es por revivir las vivencias de lo que se dice nuevo y no deja de ser lo mismo.


José María Fernández Vega


domingo, 16 de enero de 2011

Puede ser

Puede ser que jamás encuentre el camino,
y vague por un pensamiento creído,
por un sentir sentido, nacido de nuestro sentimiento,
por una idea real, viva como un sueño,
latente como un corazón lleno de vigor,
gloriosa como la meta alcanzada…
Puede ser que nada sea cierto,
que te quiera por siempre,
anhele tus besos hasta el día en el que te encuentre
y la lluvia gris cese en este cielo cubierto…
Puede ser que lo que creímos un error,
no sea más que un simple acierto,
que cubrimos con telas de acero por no creer,
que lo maravilloso también puede ser verdadero…
Puede ser que el cielo en su ocaso,
vuelva purpura el horizonte,
que la primavera tiña de color frondosos prados,
y vuelva floridos los desiertos…
Puede ser que los motivos que encuentre,
viajen por tu sonrisa,
esa que eclipsa los rayos del sol y vuelve tímida la luna...
naveguen por tu mirada,
esa que paraliza la voluntad y agita la respiración...
reposen en tu piel,
esa que sirve de musa de letras que nunca acaban
y vuelve envidioso al amor…
Puede ser que seamos como hojas que se mecen al mismo viento,
como dos gotas de agua que se unen para siempre,
como los segundos que se detienen,
como los ojos que hablan cómplices,
como las palabras que susurran entre líneas,
Puede ser que sólo seamos tú y yo… y nada más que eso…


José María Fernández Vega

 

sábado, 15 de enero de 2011

Quiero creer

Quiero pensar que el océano se vuelve piedra a mi paso,
y lo que es lejos se vuelve cercano,
que la tierra es pequeña
y las barreras que nos separan… caen por su propio peso,
que los sueños se vuelven realidad,
y las estrellas que vemos brillar,
lo hacen bajo un mismo cielo,
que nada es imposible,
ya que todo se puede hacer,
que el futuro no vive incierto,
porque cierto es que debe ser,
y que planear forma parte de lo que será…
Quiero creer que creemos…


José María Fernández Vega


jueves, 13 de enero de 2011

No entiendo

No entiendo como el rico envidia la felicidad del pobre,
como la guapa la suerte de la fea la desea,
No entiendo cuando se puede y no se quiere
y cuando se quiere, no se puede,
No entiendo a quien de todo sabe y de nada entiende,
No entiendo a quien calla por no desahogar las fatigas que amargan,
No entiendo tu silencio, ese que oculta verdades y marchitan realidades,
quien no echa de menos a quien quiso y recuerda entre sollozos,
no entiendo a quien no sonríe y lleva por dicha la vida,
no entiendo las desgracias que asolan este mundo,
no entiendo al indiferente ante la desigualdad,
ni a quien no llora de alegría desbordada,
no entiendo los renglones torcidos,
ni la pobreza, ni el hambre, ni la desilusión,
ni la desesperanza, ni la tristeza, ni la agonía, ni la sed,
ni la soledad en compañía, ni el desamor, ni el odio,
ni el rencor, ni la avaricia del que tiene y nunca sacia…
No entiendo tantas cosas… ni trato de entender…
Porque a mi juicio se escapa que la razón no sea una ilusión…


José María Fernández Vega


miércoles, 12 de enero de 2011

Musa de mi inspiración

Rosa de letras, musa de inspiración,
motivo de ensueño y pálpito de amor,
son miradas perdidas que se cruzan
y coinciden en desiertos de cristal,
gestos de complicidad que se unen en alianza,
conocedora de mis palabras que hace de las mías las suyas
y mías las de sí…
Yacen en un encuentro las ideas que nacen de mi cabeza
y brotan de tu simple genio,
maquilla el sol tu perfil con el dorado de su hilo
que transforma en plata cuando la luna asoma por su mirador…
Ni por años venideros se perderá
esa flor que vino un día sin más…
y recordaré que el recuerdo
no es más que tu estancia en este paradisíaco corazón
que la vida sin ti, no es vida,
sino una cruda realidad carente de sueños…


José María Fernández Vega


martes, 4 de enero de 2011

Aguardo…

Sentado espero como el destino llega a mi puerta,
avanza pesado del tiempo que arrastra como una condena,
llama y golpea,
lánguido y sufrido ante el umbral que lo detiene,
que es la entrada de mi alma…
Portón que descubre los confines de mis adentros,
donde guardo los secretos que ni comparto ni reparto
y sólo abro al viento del cálido sur para que vuelen y desvelen,
como vuela el olor de la primavera que emana de su rosa de abril…
Es la llamada al mañana que no descubre nada
y salgo a su encuentro como Mayo sale a su agua de cielo,
Siento incertidumbre…
de ese destino caprichoso que trata de manejar los hilos de los que suspendo
como un títere más en un teatro perdido en calles que brillan sin lugar…
Nunca diré adiós porque el mañana puede ser parte nuestro presente…


José María Fernández Vega