sábado, 6 de octubre de 2012

Ocaso


Pájaros que vuelan raso en el olor de la primavera
 y se hielan ante el frío descomunal de la indiferencia,
en la caída naranja del sol,
los pensamientos son como la piel que se eriza
y de ella fluyen tú y yo y yo y tú y los dos…

Durante la intemperie se rompen las lágrimas
como el cristal desvanecido,
sus restos son los tiempos grabados a fuego lento
que implican pensar que ya eres, que ya no eres…

Se deshojan a la suerte los recuerdos como una margarita
los pétalos vuelan indecisos, no saben dónde ir,
puede que a un puerto descolorido,
puede que a un prado adormecido,
puede que a un sueño prometido…


José María Fernández Vega






jueves, 28 de julio de 2011

El día del nacimiento

Dicen que las prisas no son buenas consejeras y la tranquilidad no es aconsejable para quien tiene prisa. Prisa, entendida como la forma de apresurarse para realizar alguna acción, no tiene la mayor importancia en un contexto corriente como por ejemplo ir a trabajar cada mañana. Quién no ha llegado tarde alguna vez sin consecuencias mayores  por mucho que nos pensemos que seremos advertidos y como máximo llegamos a inadvertidos. Es así de triste y real. Pero hay prisas que por mucho templar los nervios, siempre son mayores, estos últimos, que toda la calma del mundo que se pretenda conseguir, aun de forma engañosa para uno mismo. Y es que cuando la coincidencia se une a la casualidad, qué no hay que esperar, todo está al alcance de un suceso. Con esto vengo a decir que, cierto día o mejor dicho cierta noche que, para algo están las tonalidades de las horas, para diferenciar sus periodos, en su residencia, una joven pareja yacía tranquilamente sobre un sofá que servía de cómodo mirador a la pantalla de una televisión. Él más tranquilo que ella en apariencia, puesto que se encontraba en estado de buena esperanza, tranquilo en apariencia, repito, porque estaba tan pendiente de su mujer en cada momento que entre segundos no había descanso ninguno. Qué si estás bien cariño, que si te duele la espalda, que si te traigo algo caliente, que si lo sientes moverse, que si tienes localizado cerca el número de teléfono del médico. Ella paciente como una futura madre. Así son las parejas. Ellas están embarazadas físicamente y ellos psicológicamente. En un momento en el que se sintió indispuesta por un extraño retorcijón en el vientre fue al baño y para no alertar ni dar falsas alarmas, puesto que la fecha del desembarco del bebe estaba fijada aproximadamente para una semana más adelante, no dijo nada a su marido y simplemente se calló la boca y disimuló como un niño, mal, pero como un niño. No quiso compartir el malestar con su fiel guardián, quizás para no seguir sometida al interrogatorio de preguntas que, con la paciencia de cualquiera, por muy buena fe que se tenga, puede acabar. Aunque no sé hasta qué punto puede ser bueno ocultar estados ya que los acontecimientos se suceden en el mismo tiempo que dura un relámpago. Un fuerte quejido vino desde la luz que iluminaba el baño. El eterno marido, sobresaltado, fue flagrante a socorrer a su mujer. Cuál fue su asombro al ver qué por sus piernas femeninas chorreaban las aguas que se rompen cuando se va a dar a luz. Esa dulce mujer, asustada, a duras penas se sostenía temblorosa. Ese hombre petrificado, acudió súbito a llamar a un taxi por teléfono, pero la casualidad hizo mella y cuando los problemas vienen, suelen hacerlo en batallón. Una noche de fiesta donde la lluvia es torrencial, no había ni taxi disponible ni un burro que los pueda llevar por las colinas, sólo cabía esperar, decía la centralita, todo el mundo tiene prisa, qué quiere usted en una festividad como la de hoy. No había ni tiempo para llamar una ambulancia, ya que el niño, al parecer, decidió el momento para salir y lo quiso esa noche de agua y celebración. Él, desaliñó una cama y arropó a ella con una manta para guarecerla del miedo y de la lluvia. Con su inexperiencia, decidieron salir a buscar ayuda o algún alma bendita que los recogiera y los llevara al hospital que, es donde debían estar ya, a pesar de que días atrás, su mismo médico la enviaba a casa y que no regresara hasta casi llegado el momento, el hospital estaba abarrotado y las urgencias tienen preferencias. –Decía. En la calle ni alma ni sombra, ni ayuda ni suerte, ni respuesta a ninguna plegaria. El cielo se volvió rojo pálido y lloró con la pena de mil tristes. Por más que caminaban, el milagro no llegaba y el acontecimiento se acercaba.  Cada vez el agua era más notable. No tuvieron más remedio que guarecerse en un oscuro portal frió y hueco de sonido. Dejó caer la manta en el suelo para que la agónica víctima se tumbara. Tocaba su voluminosa barriga como un tesoro odiado, el dolor era tan intenso que apenas dejaba abrir sus pestañas. Está, liberó la salida de su cuerpo que se haya entre sus piernas y comenzó a empujar con fuerza. No tenían ni idea, estos primerizos de que, llegado el momento, el momento no se detiene. El marido soplaba el rostro de su mujer para dar frescor, apartaba los cabellos mojados de la cara y trataba de aliviarla en su sufrimiento. Los gritos de la joven pareja alertaron a varios vecinos que acudieron en su auxilio. Uno trajo agua caliente con el aroma de pétalos de rosas y paños de seda humedecidos, otro trajo cojines bordados con plata y oro para el apoyo de la madre y el otro, indigente, pobre como el hambre y negro como la piel de África, simplemente ofreció su mano. Para ayudar y dar lumbre a una escena que de por si debe ser vista para no cometer graves errores, golpeó la bombilla del portal que a duras penas ofrecía luz. De pronto se encendió y brilló como una estrella en el firmamento y parpadeaba como si el sol se reflejara en ella. La cabeza tímida asomaba entre sus piernas. Su padre, con precisión, lo ayudo abriendo aun más su paso entre las puertas de carne que daban asomo a la nueva vida. En un último esfuerzo agónico por parte de la madre y de respiro para el padre, el bebé reposó en sus manos masculinas llenas de sangre cuajada y demás restos de un parto doloroso. Desde la puerta del portal, curiosos observaban un perro que tumbado parecía mirar el acontecimiento con detenimiento y un gato temeroso por los chillidos de esa mujer. Ya se escuchaban los demás vecinos que venían a socorrer a estos pobres padres que con suerte salieron adelante.

-¡José!, ¡José! –Sollozaba entre lágrimas y risas la madre.

-María es nuestro hijo. –Dijo José.

-Bienvenido Jesús. –Dijo María a su humilde retoño.


José María Fernández Vega



viernes, 22 de julio de 2011

Al romper el alba

En la latitud del confín,
en la ladera del fin,
en la rivera de la espera,
tuvo un encuentro que
ni esperado ni planeado,
sólo fue el deseo de no pedir nada…

Cuánto se vio en el púrpura de la tarde
y en el rincón opaco de la penumbra
y en la primera alborada…

Fue al romper el alba
donde los sueños y anhelos eran uno,
fue en el ocaso, donde la luz acaba
y se prende la vela que ilumina el paraíso desconocido,
luz luchadora de inerte y pesada oscuridad…


José María Fernández Vega



domingo, 17 de julio de 2011

Sueño

Al cerrar los ojos
veo grabado al recuerdo
que de ti me deja
la plata de tu mirada
y el sol de tu sonrisa
y el aire de tu brisa
y el negro de tu cabello…

Eres el recuerdo de un sueño vago
que vuelve real lo inesperado,
eres el brillo de una estrella,
el calor de una fogata,
eres el camino que comienza
con la esperanza del que sueña,
eres la lluvia del desierto,
eres la danza en el júbilo,
la alegría desbordada,
el clamor de un anhelo,
la firmeza al caminar,
eres la sorpresa que se espera
y nunca llega,
eres la excepción que confirma la regla,
eres… el sueño de este humilde poeta…


José María Fernández Vega




viernes, 8 de julio de 2011

Ser de noche

Ser, será lo que se pensó para no ser,
fue quizás algo por encima de nosotros
y aun siendo nosotros, sentimos que no pudimos ser…

En la sombra amurallada, en el vacío oscuro,
encontramos refugio en el que logramos ver,
y bajo un manto de plata nos cubrimos en noches de piel
para sentir todo aquello que no logramos tener,
pero sé que lo tuvimos porque allí, estuvo mi ser…

Ahora vuelvo por el camino que pisé
y rondando las horas en las que soñé,
revivo, por un instante,
mi vida por ti que fue todo mí ser…

Es tan plácido el silencio cuando te escucho
que no tengo palabras para describir que
ser sin sentir, ni se es, ni se siente,
gracias a ti, sé que soy un ser viviente…


 José María Fernández Vega




martes, 5 de julio de 2011

Cuando el tiempo se detiene

La lluvia, incesante, bloqueaba la entrada a la ciudad. El agua se movía por una riada forzuda y caudalosa. Era gris, como el asfalto que ocultaba. No era muy largo el trayecto que tenía que realizar, hubiese sido más corto si su limitada vista en ese momento tan delicado lo hubiese dejado ver. Lo único que lograba observar agudizando la mirada como un cegato que se empeña en saber que hay a lo lejos, era una manta líquida que arrastraba, sin compasión, todo lo que encontraba a su paso. Para olvidar el contexto o liberar tensiones propias de situaciones embarazosas se escuchaba de fondo la radio del coche. Qué gran invento. Sentirse arropado por personas que, de forma desinteresada, hablan para el entretenimiento del oyente el día completo. Este hombre silenció hasta los pensamientos para no perder el hilo de la retransmisión, sabiendo que estando solo, hasta nuestra mente se escucha en el vacío más inerte. El parte del tiempo, según la voz sin rostro, no era nada halagüeño. Las lluvias no cesarían en casi una semana y en momentos puntuales se intensificarían. Recomendaban no utilizar vehículos para los desplazamientos.
-A buenas horas lo dices. –Contestó este hombre.
Por supuesto, no obtuvo respuesta, más bien una nueva noticia que nada tenía que ver con tanta agua caída del desconsuelo de nubes lloronas. –Un motín en la prisión. –Decía la radio. –Decenas de presos han tomado la cárcel durante este mediodía. Se ha saldado con la muerte de cinco, entre ellos el precursor de la revuelta y dos guardias. Al cabo de varias horas el control ha sido devuelto, gracias a la rápida y magnífica  intervención de las fuerzas del estado. Hay que dar la alerta a la fuga de un preso del ala psiquiátrica. Es muy peligroso y responde al nombre de Leonardo el “Corta cuellos”. Es moreno con pelo corto, de complexión fuerte, vestido con un pijama de rayas negras y blancas y va descalzo. Tiene en su poder un cuchillo de grandes dimensiones. El caos reinado durante la reyerta y un descuidado han permitido que se fugase. Se agradece a la población cualquier información acerca del paradero de este preso. Como precaución no abran la puerta a ningún desconocido, podría haber cambiado su ropa. Aunque demente, es muy inteligente. Aumenten todas las medidas de seguridad posibles a su rango más alto. Puntualizar una cosa, mata por placer. –Añadió. Este hombre, con rostro preocupado, pensó en las pobres personas que, por desgracia del destino, no tuvieran más remedio que enfrentarse a tan desdichado encuentro. –Un loco suelto. –Pensaba. Y no se le ocurrió otra cosa mejor que imaginar cómo sería tenerlo delante. Primero sin saber de quién se trataba y luego, uniendo cabos, sentir como el miedo te paraliza y se apodera de lo que normalmente somos dueños incondicionales, nuestra voluntad. A veces, los sueños y la imaginación son la premonición de sucesos que aun no han ocurrido y se manifiestan en nosotros por arte de dios o de magia, según lo creyentes que seamos. Dicen que cuando el año está de leches hasta los burros la dan. Por lo visto, la tremenda ovación de agua caída no fue suficiente para el momento y la puerta del vehículo se abrió. Un hombre empapado por el agua lo miró fijamente. En su mirada perdida por la locura vio el resplandor de la hoja de un cuchillo que envainaba en su mano derecha. Su ropa de rayas, delataba el temor hecho realidad. No tuvo tiempo de reaccionar. En menos de un suspiro agarró su cabeza con la mano libre apresándolo contra el asiento. Sin demora llevó el arma hasta su cuello dispuesto a sentenciar de un sesgo la ilusión por la vida y todo ápice de esperanza que pueda haber en una persona con ánimo de vivir. Este loco sesga vidas sintió en su poder el pánico de este pobre hombre y llevó a cabo su macabra intención. Como todo acto requiere un periodo para hacerlo efectivo y éste no fue menos. El desdichado tuvo, en lo que sucede en un segundo, tiempo para detener al mismo tiempo. Por su cabeza transcurrió una vida entera, paso a paso, con lo lenta que parece vivida en el presente, lo rápida que pasa cuando el final llama a tu puerta. Todo tiempo vivido sabe, realmente, a poco. Su cabeza fue un continuo vaivén de recuerdos hechos imágenes. Sus ojos fueron como platos al sentir ese último momento tan inesperado pero que a todos, por imposición natural, nos espera.
– ¡Oh Dios! ¡Cariño! Mi amor, mi sentir, gracias por ser la madre de mis hijos y darles la vida que necesitan, gracias por tu esfuerzo y dedicación, ellos sin ti no serían nadie. Agradeceré eternamente al que tuvo la genial idea de cruzar nuestros caminos en esta vida que, ahora veo insignificante y corta. No puede acabar ahora, necesito seguir viviendo, necesito decirles a Daniel y María, que son mi orgullo, mi motor de cada día. Por ellos me muevo hasta en la dureza más rabiosa. ¿Por qué no te he dicho todo lo que te amo cada día? ¿Hemos perdido el origen de nuestra unión?, ahora sé que no, en este triste momento, por desgracia, descubro que siento lo mismo por ti que el primer día que te vi. Te vi discutir con tu amiga, ¿recuerdas? de la que ya no sé ni el nombre, sí, era Cristina, y pasasteis delante de mí, sin percataros que estaba allí. Recuerdo nuestro primer beso y los nervios que nos envolvían, era normal, éramos puros adolescentes envueltos en hormonas. Recuerdo la picaresca de tu mirada y el cuchicheo de tus amigas al acercarme, tu sonrisa de diablesa y mirada felina. Volvería a enamorarme de ti un millón de veces y todas serían pocas. Volvería a verte por primera vez, una y otra vez y jamás me cansaría. Volvería a tener la primera y misma discusión tonta por dejarme esperando un largo rato en el portal de tu casa, una y otra vez, hasta reconciliarnos todas las veces que hiciesen falta ¿Recuerdas nuestras risas? Desde que te conocí las tardes de primavera tienen tu voz grabada cuando cae naranja el firmamento y es en ese mismo instante, cuando el aroma de la noche me decía que ya estabas aquí. Siento de todo corazón el no haber sido un marido perfecto, lo he hecho lo mejor que he podido. Tu altura ha sido la de una diosa para mí. Guárdame con celo como lo harías con nuestros hijos, yo te esperaré allí, donde esté, observando a las tres criaturas más maravillosas de este planeta. No tengas prisa en venir y disfruta de los niños, sé fuerte y piensa que ellos te necesitan y yo, pero ya no podré estar. El destino no ha sido piadoso conmigo y en un mal sorteo, demoníaco quizás, salió mi nombre en la primera remesa de infortunados. Ojala puedas, al menos sentir mis palabras de desahogo y lleguen hasta ti mi querida María. Deja que los niños vivan y hagan lo que les plazca y…
La sangre cabalgaba por su torso enrojeciendo todo color a su paso, la respiración perdió su agitación y se fue apagando poco a poco, los brazos perdieron tensión y cayeron a plomo y las pestañas por última vez se cerraron en un sueño imperecedero.


José María Fernández Vega


domingo, 3 de julio de 2011

El burlador burlado

-¡Con vosotros! ¡Llegada desde las frías estepas rusas! ¡La extraordinaria trapecista Dalila Ivanov! –Se escuchó por el megáfono del circo. El tumulto de asistentes, los que se podrían contar por cientos, aplaudieron, juntos pero no al unísono. Inmediatamente una luz cilíndrica apareció como un rayo desde el cielo acaparando toda la atención y en  el circo se hizo la noche dejando ver sólo lo que hay que ver y enseñar únicamente lo que se ha de mostrar. Redobles de tambores acompañaron el acto de la rusa que, más bien rusa, parecía una diosa griega, si el estereotipo de diosa griega hubiese sido de mujer rubia y cabello fino y desmayado como la crin de una yegua, por no decir caballo y mezclar géneros que no se pueden confundir. Fue seguida por miradas atónitas y asombradas ya que la diva volaba, no en sentido figurado, volaba de trapecio a trapecio sin red que la protegiese en caso de caída, sin duda era la estrella del circo. En su niñez fue gimnasta para deducir el por qué de su fabulosa destreza, por si alguien se pregunta qué de dónde sacó tales virtudes de las que presumen elegidos y la diva mostraba al gentío. –¡Magistral la actuación de Dalila! –Decía la voz sin nombre. –¡Un fuerte aplauso para nuestra trapecista Ivanov! Aplausos y más aplausos rezumbaban en la carpa, señal inequívoca que había merecido la pena estar presente. De repente, en el coso central aparece un forzudo, con el cabello moreno y ondulado, el torso descubierto y enseñando una musculatura marcada como el tallo del perfil en el mármol, de su mano brotaba un perfecto ramo rojo de rosas y de sus rodillas admiración al clavarlas en la arena justo debajo de donde se encontraba tan espléndida amazona.
-¡Estimada Dalila! –Dijo el forzudo ante el silencio expectante. -¡Querida amada mía! –Repitió ante el asombro ya de todos. –Estás flores son para ti, pero no porque las crea bellas, porque más bella que tú ni la luna sabe dibujarlo en el océano con la plata de su brillo, son para ti, porque su color es rojo, como el rojo que brota de mi corazón exhalante de tu pálpito y como mi sangre que corre rauda por este forzudo cuerpo que, ante ti, tiembla como un niño ante un león. Acepta esta ofrenda, aquí, delante de todos, donde rompo mi cobardía y alentando a la valentía te pido tu amor eterno. ¡Cásate conmigo Dalila Ivanov!
Silencio, lo que se dice silencio, no fue lo que precedió a la declaración del forzudo. Un murmullo se apoderó del gentío. La trapecista, con la sorpresa por rostro, descendió con la gracia de las hadas revoloteando hasta llegar a las rodillas cubiertas de polvo y  clavadas en la arena de su pretendiente.
-Levántate forzudo Sansón y guarda tu osadía para cuando el rubor crezca en tu mejilla porque nada tienes que temer. Guarda tu miedo que de nada vale y ofréceme de nuevo este ramo de rosas tan preciosas que sólo puedo admirarlas con el mismo brillo que me miran tus ojos y no tengo más remedio que corresponder diciéndote que sí, seré tuya para siempre.
-¡¡¡Nooo!!! -Gritó en la soledad de su caravana. Su frente era sudor y la almohada un paño que secaba las gotas que emanaban. -¡No! ¡Maldición!, ¡No! ¡Yo te maldigo! ¡Estúpido Sansón! Te creerás alguien por tu esculpida figura de David. Se levantó y corrió una puerta de la que un espejo formaba una de sus caras. Tristemente se reflejó en él y se miró de arriba abajo con la pena de un real fracaso. Su cabeza, voluminosa, cobijaba unos ojos saltones y una nariz corpulenta como su cabeza, sus brazos eran pequeños y sus manos torpes, su tronco lánguido y sus piernas curvas, o llamadas también zambas, eran para el enano Igor una señal de identidad, le hacían andar como un pato mareado o como una manigueta rígida que podría servir de tirachinas a cualquier niño que se precie a hacer travesuras o más metido en faena, destrozos, nunca mejor dicho. Como ya se sabe que los secretos bien guardados son comunes como aficiones y el que lo niegue, simplemente miente, Igor no era menos por muy enano que fuese. Dalila era la cara de su caravana, todas las paredes estaban cubiertas con imágenes suyas y algunas cubiertas por besos de su admirador oculto por no decir secreto que, secreto ya tenía bastante. Pasaba largas horas tumbado en su cama, para él, tan grande como la de un gigante, dilucidando cómo podría conquistar ese preciado corazón que lo tenía en la penumbra suspirando y anhelando y hablando solo. –Pero, -Se preguntaba. –Qué forma tendría, este bufón de la corte, de conquistar a la reina del palacio, si yo sólo soy una herramienta de burla y ella es el estandarte del reino. Tal era su obsesión por Dalila que su necesidad terminó por agudizar su ingenio. Esto no quiere decir que su intención fueses buena ya que su única idea era satisfacer sus necesidades sin contar con la aprobación de Dalila, lo que quiere decir que, el fin, para él, no justifica los medios, o dicho en pocas palabras, era un auténtico egoísta y como las ideas sólo las pone en práctica en principio quien las piensa, pensó e hizo de una estratagema su solución y para solucionarla, como caballo que vuelve a su cuadra, se encaminó a la caravana de tan distinguida Dalila. Con poco disimulo golpeó su puerta.
-¿Quién es? –Se escuchó de una voz dulce y femenina que por descarte no podría ser otra si no la de Dalila.
-Soy Igor. –Respondió.
-¿Igor? No sé quién es Igor.
-Soy el enano del circo.
Durante un momento hubo un silencio incómodo que termino por romperse cuando la trapecista lo invitó a entrar. Igor, asombrado por estar en la alcoba de su sueño enmudeció.
-Bien. Qué te trae por aquí. –Preguntó Dalila. ¿En qué puedo ayudarte?
Igor, pálido, tuvo que hacer un esfuerzo para trazar una palabra y quitar sus ojos de las largas y sinuosas piernas que delante de él se cruzaban.
-Verás Dalila. No sé por dónde empezar. Me siento ridículo aquí, delante de ti. Es muy importante lo que tengo que decirte.
Dalila, extrañada, se arrodilló ante el enano y lo atrajo hacía su pecho para arroparlo.
-Estás muy nervioso Igor. Vamos, cuéntame que te sucede y en todo lo que pueda te ayudaré sin pensarlo.
-Mi padre ha muerto y no tengo a nadie con quién desahogarme, todo el mundo en este circo me toma a burla sólo por ser el bufón y no piensan que también tengo sentimientos. Seguro que digo que mi padre ha muerto y se lo tomarán a broma.
-¡Oh! Lo siento mucho, de verás que lo siento. –Dijo Dalila apretándolo aun más en su regazo.
-Voy a recibir una suculenta herencia y no sé qué hacer con ella. No quiero dinero de mi padre fallecido, quiero a mi padre vivo y coleando y no papeles que puedo cambiar por todo lo que se me antoje.
El morbo de la trapecista salió a relucir y en lugar de preguntarle más por su estado de ánimo entró en el juego del enano tal y como éste había planeado.
-¿Y es muy suculenta esa herencia? ¿Cómo amasó tu padre tanto dinero?
-¿Suculenta? Tanto como para dejar este maldito circo y volver sólo como espectador, aunque eso me lo pensaría muy bien antes de hacerlo, conozco tanto esta carpa que me dan nauseas pensar en ella. Mi padre fue dueño de un circo que recorrió el mundo pero terminó por abandonarme, mis limitaciones le avergonzaban y por lo visto su vergüenza se ha transformado en arrepentimiento. No sabía nada de él desde hace años, pero el muy ladrón me ha seguido la pista siempre. Estoy tan desolado por su muerte que no soy capaz de tener malos pensamientos hacia él
-Qué tierno por tu parte. ¿Qué harás con tanto dinero? ¿Una persona sola puede gastar lo que no pudo un padre en toda su vida?
-¿Gastar la fortuna de toda una vida? ¿Sólo? No quiero nada que no pueda compartir. –Dijo el enano con pesadumbre.  –Quiero compartirlo con alguien y recorrer el mundo como hizo mi padre con su circo. Sé que es una locura lo que voy a pedirte, pero, ¿querrás ser tú mi compañera de viajes?
-¡Qué comparta mi vida contigo viajando! -Dijo Dalila con asombro y lo apartó de su cobijo. -¿Quieres que sea tu compañera sentimental? ¿Piensas que con dinero puedes comprarme?
-No lo mires de esa forma, yo no quiero comprarte, quiero que me acompañes, a cambio de algunos favores, eso sí, pero los devolveré solucionando tu vida con los mayores lujos que haya encima de este planeta, serán todos para ti y las joyas se rendirán ante tus pies.
Dalila calló por un momento, en su cabeza no cabía que la duda existiera y por un instante pensó que no sería mala idea. Tarde o temprano el enano moriría y ella sería la dueña de tan distinguida fortuna o eso o lo mataría lentamente para que la sospecha no fuese parte de su muerte. Aunque la idea de liquidar a Igor pesaba más de lo que pudiera llegar a imaginar y eso era algo que de algún modo la atormentaba. Matar a una persona por su dinero, quién sabe, si junto con las prostitutas, es el oficio más antiguo que se recuerda. Ese morbo desatado sería puesto en marcha no pasado mucho tiempo desde su huida. Por muy bien pagada que esté comer una carne que se detesta, tarde o temprano termina por aborrecerse, no por el exceso, sino por su repugnancia. El enano no era el tipo de hombre que atraía la atracción suya, era un hombre del tipo de Sansón, tan musculoso y tan seguro y tan arrogante y además era su novio, cómo dejar al hombre de su vida por una fortuna, segura, eso sí. Podrían asesinarlo entre los dos y apropiarse de aquello que no era suyo y sólo le correspondía a uno por sus servicios de compañía. Como buen secreto fue a contárselo a Sansón, ya se sabe que hay cosas que no se cuentan y otras que queman si no son contadas. Sansón no sabía cómo interpretar las palabras de su amada. Que huyesen juntos. Una extraordinaria carcajada salió de la boca su boca. O lo mataba o lo mataba. –Decía. Una proposición tan indecente es un robo o una mentira, no tiene otra explicación lógica y lógicamente había que salir de dudas. Alguien en el circo debería conocer al enano mejor que ellos, sin duda, ya que no era el único enano burlón. La diva que por diva tenía hasta sus atributos femeninos se insinuó tanto a Charlie, otro enano del repertorio de Igor que, éste acabo largando por su boca tanto como un borracho malhumorado.
-Igor no tiene padre. –Decía. Fue rescatado de un orfanato donde fue abandonado por unos padres que no lo querían. ¿Imagina lo triste que debe ser eso? Que tus padres renieguen de su hijo. Debe crear algún tipo de trauma seguro.
De la confesión, Dalila, dedujo que el burlón Igor había tratado de tomarle el pelo y encima sacar de ella favores que ninguna persona que se precie pone precio. Sintió tal impotencia que no podía quedarse así, sin más y este enano ya no salirse con la suya, sino salir impune de tanta mentira junta. Así que ella como buena mujer lastimada y rencorosa, elaboró un plan junto a Sansón de la talla y medida de Igor, enorme de malicia. Aceptó su proposición y el enano no cabía en sí. Ahora bien, para no desatar la ira de su amado al huir con el bufón del circo, la trapecista puso encima de la mesa un plan para fugarse junto a él del circo. Éste, seguro aceptó. Las instrucciones fueron las siguientes:
-Debemos simular la muerte de ambos, para eso conseguiremos narcóticos que nos hagan dormir y bajen tanto nuestras pulsaciones que parezcamos muertos a los ojos de los vivos. Nos encontrarán en el suelo del comedor porque por casualidad comimos la misma comida infectada de mata ratas que por error un cuidador del circo puso en la cámara de frío en lugar de los rincones más solicitados por estos moradores de la noche. Cuando recojan nuestros cuerpos y los metan en los correspondientes ataúdes, el efecto de la droga se pasará cuando estemos dentro. Con todo el sigilo que se pueda tener escaparemos sin ser vistos y huiremos al fin del mundo como me prometiste. ¿Estás de acuerdo? –Preguntó Dalila.
Igor, asombrado por el plan elaborado por Dalila, asentó con la cabeza y preguntó. -¿Pero quién tomará primero la droga?
-Lo haremos los dos a la vez y así caeremos plácidos y juntos.
Dalila extendió su mano y en su palma guardaba un frasco pequeño con líquido en su interior.
-Bébelo rápidamente para que no sientas su amargor y yo lo haré de este.
Igor, apresurado, bebió tan rápido su láudano que, a duras penas logró ver como Dalila bebía de su frasco. En efecto lo hizo, pero de uno relleno de agua fresca de manantial, incoloro, como su narcótico. Para disimular fingió caer al suelo, como buena actriz, junto al cuerpo inerte y vacío de Igor. Los ojos le pesaban como planchas de acero y la vista se difuminó como el calor emanante en el horizonte. Se despertó en un ataúd, en mitad del desierto, en una villa árida e inhóspita como la cal. En su lenta vuelta a la realidad, el sol, abrasador le cegaba.
-Dalila, Dalila. –La llamo repetidas veces.
A su alrededor el sonido del viento y la arena volátil lo desorientaban. Sólo había una mortaja. ¿Dónde estaba la de su fugitiva? Ni rastro del circo, ni rastro de nada ni nadie, ni una mala sombra, condición pues, de que algún ente físico se levantaba, aunque fuese para acecharlo, pero ni allí eso se encontraba. Miró allí donde se pierde la vista, allí donde el azul de pierde con el naranja de la superficie desértica.


José María Fernández Vega