domingo, 3 de julio de 2011

El burlador burlado

-¡Con vosotros! ¡Llegada desde las frías estepas rusas! ¡La extraordinaria trapecista Dalila Ivanov! –Se escuchó por el megáfono del circo. El tumulto de asistentes, los que se podrían contar por cientos, aplaudieron, juntos pero no al unísono. Inmediatamente una luz cilíndrica apareció como un rayo desde el cielo acaparando toda la atención y en  el circo se hizo la noche dejando ver sólo lo que hay que ver y enseñar únicamente lo que se ha de mostrar. Redobles de tambores acompañaron el acto de la rusa que, más bien rusa, parecía una diosa griega, si el estereotipo de diosa griega hubiese sido de mujer rubia y cabello fino y desmayado como la crin de una yegua, por no decir caballo y mezclar géneros que no se pueden confundir. Fue seguida por miradas atónitas y asombradas ya que la diva volaba, no en sentido figurado, volaba de trapecio a trapecio sin red que la protegiese en caso de caída, sin duda era la estrella del circo. En su niñez fue gimnasta para deducir el por qué de su fabulosa destreza, por si alguien se pregunta qué de dónde sacó tales virtudes de las que presumen elegidos y la diva mostraba al gentío. –¡Magistral la actuación de Dalila! –Decía la voz sin nombre. –¡Un fuerte aplauso para nuestra trapecista Ivanov! Aplausos y más aplausos rezumbaban en la carpa, señal inequívoca que había merecido la pena estar presente. De repente, en el coso central aparece un forzudo, con el cabello moreno y ondulado, el torso descubierto y enseñando una musculatura marcada como el tallo del perfil en el mármol, de su mano brotaba un perfecto ramo rojo de rosas y de sus rodillas admiración al clavarlas en la arena justo debajo de donde se encontraba tan espléndida amazona.
-¡Estimada Dalila! –Dijo el forzudo ante el silencio expectante. -¡Querida amada mía! –Repitió ante el asombro ya de todos. –Estás flores son para ti, pero no porque las crea bellas, porque más bella que tú ni la luna sabe dibujarlo en el océano con la plata de su brillo, son para ti, porque su color es rojo, como el rojo que brota de mi corazón exhalante de tu pálpito y como mi sangre que corre rauda por este forzudo cuerpo que, ante ti, tiembla como un niño ante un león. Acepta esta ofrenda, aquí, delante de todos, donde rompo mi cobardía y alentando a la valentía te pido tu amor eterno. ¡Cásate conmigo Dalila Ivanov!
Silencio, lo que se dice silencio, no fue lo que precedió a la declaración del forzudo. Un murmullo se apoderó del gentío. La trapecista, con la sorpresa por rostro, descendió con la gracia de las hadas revoloteando hasta llegar a las rodillas cubiertas de polvo y  clavadas en la arena de su pretendiente.
-Levántate forzudo Sansón y guarda tu osadía para cuando el rubor crezca en tu mejilla porque nada tienes que temer. Guarda tu miedo que de nada vale y ofréceme de nuevo este ramo de rosas tan preciosas que sólo puedo admirarlas con el mismo brillo que me miran tus ojos y no tengo más remedio que corresponder diciéndote que sí, seré tuya para siempre.
-¡¡¡Nooo!!! -Gritó en la soledad de su caravana. Su frente era sudor y la almohada un paño que secaba las gotas que emanaban. -¡No! ¡Maldición!, ¡No! ¡Yo te maldigo! ¡Estúpido Sansón! Te creerás alguien por tu esculpida figura de David. Se levantó y corrió una puerta de la que un espejo formaba una de sus caras. Tristemente se reflejó en él y se miró de arriba abajo con la pena de un real fracaso. Su cabeza, voluminosa, cobijaba unos ojos saltones y una nariz corpulenta como su cabeza, sus brazos eran pequeños y sus manos torpes, su tronco lánguido y sus piernas curvas, o llamadas también zambas, eran para el enano Igor una señal de identidad, le hacían andar como un pato mareado o como una manigueta rígida que podría servir de tirachinas a cualquier niño que se precie a hacer travesuras o más metido en faena, destrozos, nunca mejor dicho. Como ya se sabe que los secretos bien guardados son comunes como aficiones y el que lo niegue, simplemente miente, Igor no era menos por muy enano que fuese. Dalila era la cara de su caravana, todas las paredes estaban cubiertas con imágenes suyas y algunas cubiertas por besos de su admirador oculto por no decir secreto que, secreto ya tenía bastante. Pasaba largas horas tumbado en su cama, para él, tan grande como la de un gigante, dilucidando cómo podría conquistar ese preciado corazón que lo tenía en la penumbra suspirando y anhelando y hablando solo. –Pero, -Se preguntaba. –Qué forma tendría, este bufón de la corte, de conquistar a la reina del palacio, si yo sólo soy una herramienta de burla y ella es el estandarte del reino. Tal era su obsesión por Dalila que su necesidad terminó por agudizar su ingenio. Esto no quiere decir que su intención fueses buena ya que su única idea era satisfacer sus necesidades sin contar con la aprobación de Dalila, lo que quiere decir que, el fin, para él, no justifica los medios, o dicho en pocas palabras, era un auténtico egoísta y como las ideas sólo las pone en práctica en principio quien las piensa, pensó e hizo de una estratagema su solución y para solucionarla, como caballo que vuelve a su cuadra, se encaminó a la caravana de tan distinguida Dalila. Con poco disimulo golpeó su puerta.
-¿Quién es? –Se escuchó de una voz dulce y femenina que por descarte no podría ser otra si no la de Dalila.
-Soy Igor. –Respondió.
-¿Igor? No sé quién es Igor.
-Soy el enano del circo.
Durante un momento hubo un silencio incómodo que termino por romperse cuando la trapecista lo invitó a entrar. Igor, asombrado por estar en la alcoba de su sueño enmudeció.
-Bien. Qué te trae por aquí. –Preguntó Dalila. ¿En qué puedo ayudarte?
Igor, pálido, tuvo que hacer un esfuerzo para trazar una palabra y quitar sus ojos de las largas y sinuosas piernas que delante de él se cruzaban.
-Verás Dalila. No sé por dónde empezar. Me siento ridículo aquí, delante de ti. Es muy importante lo que tengo que decirte.
Dalila, extrañada, se arrodilló ante el enano y lo atrajo hacía su pecho para arroparlo.
-Estás muy nervioso Igor. Vamos, cuéntame que te sucede y en todo lo que pueda te ayudaré sin pensarlo.
-Mi padre ha muerto y no tengo a nadie con quién desahogarme, todo el mundo en este circo me toma a burla sólo por ser el bufón y no piensan que también tengo sentimientos. Seguro que digo que mi padre ha muerto y se lo tomarán a broma.
-¡Oh! Lo siento mucho, de verás que lo siento. –Dijo Dalila apretándolo aun más en su regazo.
-Voy a recibir una suculenta herencia y no sé qué hacer con ella. No quiero dinero de mi padre fallecido, quiero a mi padre vivo y coleando y no papeles que puedo cambiar por todo lo que se me antoje.
El morbo de la trapecista salió a relucir y en lugar de preguntarle más por su estado de ánimo entró en el juego del enano tal y como éste había planeado.
-¿Y es muy suculenta esa herencia? ¿Cómo amasó tu padre tanto dinero?
-¿Suculenta? Tanto como para dejar este maldito circo y volver sólo como espectador, aunque eso me lo pensaría muy bien antes de hacerlo, conozco tanto esta carpa que me dan nauseas pensar en ella. Mi padre fue dueño de un circo que recorrió el mundo pero terminó por abandonarme, mis limitaciones le avergonzaban y por lo visto su vergüenza se ha transformado en arrepentimiento. No sabía nada de él desde hace años, pero el muy ladrón me ha seguido la pista siempre. Estoy tan desolado por su muerte que no soy capaz de tener malos pensamientos hacia él
-Qué tierno por tu parte. ¿Qué harás con tanto dinero? ¿Una persona sola puede gastar lo que no pudo un padre en toda su vida?
-¿Gastar la fortuna de toda una vida? ¿Sólo? No quiero nada que no pueda compartir. –Dijo el enano con pesadumbre.  –Quiero compartirlo con alguien y recorrer el mundo como hizo mi padre con su circo. Sé que es una locura lo que voy a pedirte, pero, ¿querrás ser tú mi compañera de viajes?
-¡Qué comparta mi vida contigo viajando! -Dijo Dalila con asombro y lo apartó de su cobijo. -¿Quieres que sea tu compañera sentimental? ¿Piensas que con dinero puedes comprarme?
-No lo mires de esa forma, yo no quiero comprarte, quiero que me acompañes, a cambio de algunos favores, eso sí, pero los devolveré solucionando tu vida con los mayores lujos que haya encima de este planeta, serán todos para ti y las joyas se rendirán ante tus pies.
Dalila calló por un momento, en su cabeza no cabía que la duda existiera y por un instante pensó que no sería mala idea. Tarde o temprano el enano moriría y ella sería la dueña de tan distinguida fortuna o eso o lo mataría lentamente para que la sospecha no fuese parte de su muerte. Aunque la idea de liquidar a Igor pesaba más de lo que pudiera llegar a imaginar y eso era algo que de algún modo la atormentaba. Matar a una persona por su dinero, quién sabe, si junto con las prostitutas, es el oficio más antiguo que se recuerda. Ese morbo desatado sería puesto en marcha no pasado mucho tiempo desde su huida. Por muy bien pagada que esté comer una carne que se detesta, tarde o temprano termina por aborrecerse, no por el exceso, sino por su repugnancia. El enano no era el tipo de hombre que atraía la atracción suya, era un hombre del tipo de Sansón, tan musculoso y tan seguro y tan arrogante y además era su novio, cómo dejar al hombre de su vida por una fortuna, segura, eso sí. Podrían asesinarlo entre los dos y apropiarse de aquello que no era suyo y sólo le correspondía a uno por sus servicios de compañía. Como buen secreto fue a contárselo a Sansón, ya se sabe que hay cosas que no se cuentan y otras que queman si no son contadas. Sansón no sabía cómo interpretar las palabras de su amada. Que huyesen juntos. Una extraordinaria carcajada salió de la boca su boca. O lo mataba o lo mataba. –Decía. Una proposición tan indecente es un robo o una mentira, no tiene otra explicación lógica y lógicamente había que salir de dudas. Alguien en el circo debería conocer al enano mejor que ellos, sin duda, ya que no era el único enano burlón. La diva que por diva tenía hasta sus atributos femeninos se insinuó tanto a Charlie, otro enano del repertorio de Igor que, éste acabo largando por su boca tanto como un borracho malhumorado.
-Igor no tiene padre. –Decía. Fue rescatado de un orfanato donde fue abandonado por unos padres que no lo querían. ¿Imagina lo triste que debe ser eso? Que tus padres renieguen de su hijo. Debe crear algún tipo de trauma seguro.
De la confesión, Dalila, dedujo que el burlón Igor había tratado de tomarle el pelo y encima sacar de ella favores que ninguna persona que se precie pone precio. Sintió tal impotencia que no podía quedarse así, sin más y este enano ya no salirse con la suya, sino salir impune de tanta mentira junta. Así que ella como buena mujer lastimada y rencorosa, elaboró un plan junto a Sansón de la talla y medida de Igor, enorme de malicia. Aceptó su proposición y el enano no cabía en sí. Ahora bien, para no desatar la ira de su amado al huir con el bufón del circo, la trapecista puso encima de la mesa un plan para fugarse junto a él del circo. Éste, seguro aceptó. Las instrucciones fueron las siguientes:
-Debemos simular la muerte de ambos, para eso conseguiremos narcóticos que nos hagan dormir y bajen tanto nuestras pulsaciones que parezcamos muertos a los ojos de los vivos. Nos encontrarán en el suelo del comedor porque por casualidad comimos la misma comida infectada de mata ratas que por error un cuidador del circo puso en la cámara de frío en lugar de los rincones más solicitados por estos moradores de la noche. Cuando recojan nuestros cuerpos y los metan en los correspondientes ataúdes, el efecto de la droga se pasará cuando estemos dentro. Con todo el sigilo que se pueda tener escaparemos sin ser vistos y huiremos al fin del mundo como me prometiste. ¿Estás de acuerdo? –Preguntó Dalila.
Igor, asombrado por el plan elaborado por Dalila, asentó con la cabeza y preguntó. -¿Pero quién tomará primero la droga?
-Lo haremos los dos a la vez y así caeremos plácidos y juntos.
Dalila extendió su mano y en su palma guardaba un frasco pequeño con líquido en su interior.
-Bébelo rápidamente para que no sientas su amargor y yo lo haré de este.
Igor, apresurado, bebió tan rápido su láudano que, a duras penas logró ver como Dalila bebía de su frasco. En efecto lo hizo, pero de uno relleno de agua fresca de manantial, incoloro, como su narcótico. Para disimular fingió caer al suelo, como buena actriz, junto al cuerpo inerte y vacío de Igor. Los ojos le pesaban como planchas de acero y la vista se difuminó como el calor emanante en el horizonte. Se despertó en un ataúd, en mitad del desierto, en una villa árida e inhóspita como la cal. En su lenta vuelta a la realidad, el sol, abrasador le cegaba.
-Dalila, Dalila. –La llamo repetidas veces.
A su alrededor el sonido del viento y la arena volátil lo desorientaban. Sólo había una mortaja. ¿Dónde estaba la de su fugitiva? Ni rastro del circo, ni rastro de nada ni nadie, ni una mala sombra, condición pues, de que algún ente físico se levantaba, aunque fuese para acecharlo, pero ni allí eso se encontraba. Miró allí donde se pierde la vista, allí donde el azul de pierde con el naranja de la superficie desértica.


José María Fernández Vega


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