viernes, 24 de diciembre de 2010

Recuerdos…

Me siento tan vacío si no estás…
que no tenerte es vagar sin rumbo
por lugares donde jamás quise estar
y sólo el olvido trae consigo la calma
que me hace olvidar,
aunque es inevitable recordar
porque el recuerdo
es como el aroma que te envuelve
es parte de ti…


José María Fernández Vega


lunes, 13 de diciembre de 2010

Por nunca jamás

Nunca diré jamás cuando todo es para siempre,
nunca repetiré siempre cuando jamás sea cierto,
lo cierto es que en mis sueños de día
eres la noche que la cubre con un manto de plata llena de estrellas
que brillan como nunca lo hicieron en un firmamento perdido
y durante las sombras de la tenue vigilia
son tus rayos de luz los que me indican el camino
que en la ciega oscuridad debo seguir fiel
como se sigue a lo desconocido sin saber el por qué,
sin descubrir el significado de lo que no tiene explicación posible,
no hay preguntas que hacer,
no hubo respuestas que decir,
no hizo falta más que un nunca jamás…


José María Fernández Vega


miércoles, 8 de diciembre de 2010

El sabor del recuerdo

Guarda conmigo los secretos
que como veleros surcaron nuestros sueños,
que como un aventurero se adentró en nuestra aventura,
ten del olvido lo que yo del recuerdo… todo y nada…
Nada que podamos olvidar
y todo lo que el recuerdo por nosotros… pueda guardar,
porque guardaré en un rincón de privilegio tu nombre
ese que se borda con pétalos de abril
y que la brisa de la primavera trae meciéndose para caer en mi memoria
que por nunca borrará…
Será el recuerdo quien vivirá y durante siglos hablará a la luna curiosa
que dirá “bella” de nuestra historia al escucharla
y escribirá con su panza de plata en océanos de nostalgia…
“Bella” repitió emulando el susurro de mis palabras
buscando un destino que solo nuestros versos conservan
y un loco relata…
Ve por la senda y haz mención de las brillantes estrellas
que cubrieron el lecho que nos dio reposo,
que fueron confidentes y guardaron el secreto que se guarda para gritar al silencio…
Alude a la noche que ocultó con pasión nuestra intención,
evoca los nombres que reposan para siempre en nuestro mar
y la marea mece sin cesar…


José María Fernández Vega


viernes, 3 de diciembre de 2010

Papel en blanco

Letras que bordan el nombre de la hermosura…
Sutil lenguaje, palabras y rimas que tiñen papel en blanco…
Escribe la voz del mudo
que viva resuena en trazos legibles e incomprensibles para buen entendedor,
interpreta el acto de la escritura, el culto a la literatura...
Utiliza para sellar en besos que de ti embrujan…
Vuelve mágica esta noche que encuentro vacía de calor y rebosante de frío,
porque son tus líneas las que recuerdo
como dorados destellos que robaron el color de tu oro…
Oro y canela consumadas en rubor…
Ten la intención que nunca di y descubrí un día de ti...
de versos humildes que llenan la simpleza en abstracta...
y sólo comprende quién no quiere por razón sentir…
Expresión de sentimientos que viven en el recuerdo y escribo para olvidar…
Sólo tengo de ti aquello que en algún dulce momento ofreces sin pedir…
yo otorgo por regalar…
Tenme como mensajero entre la idea que inspira el trazo
y la mano que bordea para que tú lo leas…
Yo no soy nadie… y lo único que sé es que no sé nada… todo lo aprendí…
Aun me queda tanto por hacer…


José María Fernández Vega


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Triste poeta

Escucha del silencio la triste voz de un poeta
que clama al susurro sin palabras para no decir nada,
para ahuyentar digna melancolía que late como valentía…
Fuerte es el llanto de la lluvia que no cesa…
aun sentido su afonía,
se palpa su estrecho hilo de vida
que retumba como un oscuro vacio sin fin…
Brinda al anhelo con el clamor de un guerrero
que desgarra su ropaje dispuesto a la lucha sin contrario,
sin condición del sabor que emana de la derrota,
muere en su solitaria victoria…


José María Fernández Vega


lunes, 22 de noviembre de 2010

Inesperado

La luz de las luces que brilla sin cegar,
es tu rayo de plata luna que ilumina una senda de color claroscuro y
lleva la primavera en un otoño tan deshojado como marchito... que
vuelve a la vida la vida que aun no ha muerto, ni morirá…
Se mantendrá a tu lado inconsciente sin pensar…
no hay nada más que pensar…
es la locura la que motiva nuestro inmoral vicio
que descarría el desorden aparente y relaja la incompetencia…
Libre soy si soy loco y acompaño tu locura que me vuelve cuerdo…
Como desnudo me siento en tu ausencia que por corta es eterna y por larga utopía…
No puede ser real… no puedo creer que sea verdad… que sea así…
Y sí así es… que así sea, porque de alguna forma así se ha querido…
O alguien justo en esta vida lo quiso por nosotros y quiso de ti y de mí
lo que él para él… para nosotros… nuestra locura…
Porque aunque lejos supo que en lugares recónditos nace de improvisto…
lo inesperado…



José María Fernández Vega


domingo, 14 de noviembre de 2010

Es decir el nombre que sale de mí… tú…
No sé quién soy cuando perdido vago en pensamientos de ti,
en lagunas eternas que no fingen y son sinceras,
de los que es difícil regresar, tanto que me niego a retroceder,
reconozco como soy cuanto cerca estoy,
contigo es diferente y nunca es lo mismo,
ni pretendo que lo sea, aunque contigo repetir… siempre sea algo nuevo…
Sentimos idénticos deseos que consumamos entre llamas que no se agotan,
apetitos insaciables que no sacian las ganas de ti y de mí,
nuestras ganas…
que viven perpetuas y ninguna desvanece…
Escribimos con letras prohibidas en cavidades ocultas
que no se encuentran fácilmente,
poesías de calor y ritmos de pasión,
conjuros latinos que se celebran en noches de luna llena,
en territorios perdidos, en senderos lejanos que no llevan a ningún lugar
y en el que anhelamos perdernos para no volver jamás…
Eres tú y sólo tú la que hace de mí y consigue conmigo
lo que nadie tiene y brindo por regalártelo
porque nada lo merece más que tú…


José María Fernández Vega


sábado, 13 de noviembre de 2010

En busca de un sueño

-¿A qué se debe tanta calma? El aire es tranquilo, la brisa apacigua el calor del día. Respiro paz.

Tristán estaba sentado, solo, en una playa de aguas turquesas como la Alejandrita. Se dejó caer lánguidamente sobre la cálida arena y respiró profundamente.

-Es tu interior el que da paz a esta naturaleza, no la natura la que tranquiliza los elementos. –Escuchó de pronto.

Tristán engrandeció sus ojos cuando sintió una voz tan delicada. Se levantó sobresaltado al pensar que solo se hallaba en kilómetros de distancia. Cuál fue su sorpresa al observar tanta belleza reunida en tan poco espacio. De cabello castaño y ojos marrones como el más suave de los chocolates. De piel canela y suave como el terciopelo, a la que no se atrevió a tocar por miedo a que no fuera real y llegará a desvanecerse. La brisa, esa que apacigua la temperatura y vuelve agradable la estancia, mecía su pelo al son de las notas de una partitura inigualable. No pudo preguntar de quién se trataba, fue, quizás una pregunta innecesaria en una necesidad de saber más de lo que se requería.

-Esta preciosa la tarde, ¿Verdad? –Preguntó Tristán.

-No tanto como tu compañía. -Respondió la extraña que dejó caer su cabeza en el hombro de Tristán y rodeo la cintura con sus brazos.

Era de extrañar que hubiera un vacio de preguntas por parte de Tristán hacía la aparición que, aunque grata, asombraba. Esta persona de tez fémina lo acompañó en su movimiento y reposaron ambos horizontales, descansando piernas y brazos al unísono.


-Me llamo Isolda. –Dijo de forma súbita.


No esperó respuesta, ya que los dos permanecieron sumidos en un baño de tranquilidad, donde el silencio era un mero acompañante que nunca fue incomodo y siempre correspondido. Isolda giró sobre sí misma y reposó su brazo sobre el torso de Tristán. Este pasó su brazo por debajo de la cabeza de ella a modo de almohada para mayor comodidad. Juntos vieron el atardecer sin cruzar mayor palabra que el sonido de sus corazones latiendo suavemente que hablaron por ellos.

-Sí por mi fuera y pudiera el tiempo detendría. –Dijo Tristán. No te conozco, ni sé quién eres. –Confesó en un arrebato de sinceridad. Pero pasaría contigo aquí el resto de mi vida.

-Si quieres, por qué no lo haces, qué te lo impide cuando me tienes aquí y de tu lado no me quiero ir. No es necesario que pares el tiempo, sólo hay momento en el que queda el valor de tenernos. Sueña que soñamos y jamás despertamos. Esa es la forma de hacerlo. Ten contigo lo que doy de ti, tendré conmigo lo que das de mí. Mezclamos sentimientos y seremos uno. Así seremos eternos.

-Hablas con la razón de una persona sincera, y sinceras son tus palabras. Isolda quiero pasar el resto de mi vida contigo. Sin saber quién eres, aun así lo quiero. Tu aura proporciona calor y tu alma tranquilidad, nunca te he visto y nunca querré perderte de vista.

Tristán se incorporó y en su antebrazo se apoyó, se acercó hasta los carnosos labios de Isolda para sellar tan bellas palabras en un acto de tacto. Cerró sus ojos y cuando más cerca estuvo de besar a Isolda, ésta desapareció, sin más, sin dejar huella, ni marcas en la arena en la que reposaba. De pronto, Tristán abrió los ojos, miró a su alrededor y no se encontraba en ninguna placida playa, sino en un paraje solitario a los pies de un frondoso roble en la ribera de un liviano arroyuelo.

-Isolda. –Dijo extrañado. -Isolda. –Repitió tímido sin encontrar repuesta.

Se sintió, no defraudado, pero si frustrado por saber que todo fue un sueño. Pensó que cuánto más cerca está la victoria más dura es la derrota, pero antes de sentirse fracasado por una lucha que no había empezado quiso asegurarse de que Isolda no había sido un espejismo, ni fruto de su imaginación en un sueño lleno de sueños a su vez, si no real, tanto como que Tristán estaba allí preguntándose dónde estaba ella, quién era, de dónde venía, así que se armó de valor y en su busca fue. Tristán miró al sol, dorado cómo el fuego que lo envuelve, miró a una luna, plateada como  las gotas del océano que le dan cobijo cada noche, miró un cielo cubierto de estrellas, observó las nubes y prados y en ninguno de ellos encontró el reflejo de la  mirada de mar de Isolda. Surcó las aguas en un barco de ilusión, se adentró más allá de donde nunca llegó. Buscó entre arrecifes y profundidades, entre peces y mareas, entre fondo y orilla, pero en ninguno de ellos encontró el reflejo de su mirada pura y cristalina. Se debatió consigo mismo en una larga hora y comprendió que algo tan grande como el aura de un grano de arena y pequeño como el universo infinito no podría encontrase en un lugar en concreto, porque la maravilla que rodea a Isolda es la que crea una madre  sabia que no guarda detalles en la chistera y muestra sólo a los ojos del que no mira e imagina. Pensó que si bajo las aguas transparentes y turquesas de la media mañana no se escondía su belleza, quizás, podría estar en la majestuosidad del desierto, allí donde reina el vacio y donde todo está lleno de nada, donde sólo crece el viento y muere en una furiosa tempestad, donde las distancias no existen porque no sabes dónde termina el principio ni dónde comienza el fin. Se adentró en su hermosura tan primitiva como centenaria para buscar en ella lo que la casualidad trae como sorpresa, lo que para un distraído es un encuentro fortuito y para un atento es un intento frustrado. Aprendió por su calurosa travesía que lo que se espera como inesperado, sólo aparece como ente  impensado. Qué largo es caminar por una senda que tienes que imaginar. Todo es igual,  todo es similar pero en ningún todo encontró esa maravilla que reina en su escenario de luz y esperanza, que no es otra que la morada de Isolda. Defraudado por su fracaso, Tristán, cayó inmerso en un angosto bosque, masificado de vegetación por todas sus raíces, tan verde en primavera como húmedo en verano, tan frondoso que la tierra de su suelo no conocía la claridad del día y aunque era morena como la piel de una ballena, no lo era por la quemazón que irradiaba los rayos del sol, si no porque el agua se negaba a dejar refugio tan seguro a salvo del calor del astro mayor. Durante el día el bosque lucía galas de fantasía, colores de maestría, verdes, amarillos, rojos, marrones, purpuras en un sinfín de galerías, mientras que al caer la noche, la oscuridad se cebaba de gordura, espesa como la niebla del Londres de Jack, densa como el mercurio e invisible como lo que se ve cada día. Le sorprendió ver como en la rama de un sauce llorón un pájaro de múltiple color reposaba. Parecía que no pesaba en tan débil apoyo. El ramaje parecía impasible. Otra cosa que le llamó enormemente la atención era que dicha ave no dejaba de observarle. Le miraba y gesticulaba con acentuación. Se acercó a él y le preguntó:

-¿Qué clase de pájaro eres?

-No soy ningún pájaro. -Contestó.

-¿No eres un pájaro? Entonces qué clase de ave eres. –Preguntó de nuevo Tristán.

-No soy ningún ave. –Contestó.

-¿Podrías decirme qué eres?

-No soy ningún “qué eres”.

-¿Te burlas de mí?

-No soy nada que puedas comprender, ¿para qué explicar?

-¡Entonces dime cómo eres! –Replico Tristán con energía.

-Soy tan curioso como la duda y grácil como el viento. Tengo la pregunta a la búsqueda de tu respuesta.

-¿Cómo sabes que estoy inmerso en una búsqueda?

-¿Te gustan los acertijos?

-¿Cómo sabes que busco algo?

-Sé más de ti que tú propia sombra.

-¿Quién eres? ¡Contesta!

-No soy quién.

-¿Qué eres?

-Soy la solución.

-¡Pues habla entonces!

-¿En serio crees estar preparado para escuchar?

-Habla y no me hagas más esperar.

-Resuelve éste enigma con sabiduría y encontraras lo que con ansías has de buscar. -“Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta, muestra su secreto donde el norte es el sur y el sur es el norte, cuando el día se confunde tenue con la noche. Mira en su faz vista un reflejo de agua y fuego, tierra y aire”

-¿Qué quieres decirme con eso? –Preguntó Tristán. ¿Así podré encontrar a Isolda?

-Busca sin buscar y sin más encontraras. –Dijo y desapareció.

-¡Eh! ¿Dónde estás? ¿Qué has querido decirme?

Por si fuera poco para mayor confusión, resolver un acertijo con poca intuición. No quiso darse por vencido, pero si pensó. –Rendirme no es que yo quiera, pero a veces se me antoja. Aunque no era su estilo tirar la toalla, decidió aplazar la búsqueda por un tiempo, un tiempo para pensar. Durante momentos, no supo qué hacer y ante un vacio de ideas quiso sentir aún con más intensidad ese vacío de integridad. Por capricho le gustó imaginar cómo se vería el paisaje de la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra como era habitual. Buscó la montaña más alta que por desgracia fue también la más escarpada. Con audacia escaló por sus riscos y escalones, precipicios y balcones, hasta que llegó a la cima por fin. Agudizó la mirada, quería ver toda una extensión alargada, pero no fue suficiente, debía subir más alto, casi tanto o tanto como las estrellas. ¿Pero cómo llegar hasta ellas? están tan altas que a duras penas lograba verlas y cómo pensar alcanzarlas si son tan inalcanzables. -No conozco a nadie que haya llegado tan alto. –Pensó. De pronto el viento comenzó a soplar. Parecía que Eolo había escuchado a su subconsciente hablar. Era una corriente cálida de aire que provenía de las dulces tierras del sur y subía como un ascensor hasta las nubes, traía consigo aromas de frutas maduras y flores en primavera. Entonces dijo:

-Si dejo que me lleve con la suficiente fuerza como para que salga despedido podré llegar hasta una estrella y si caigo volveré descendiendo por su perfil, donde el viento no es tan ascendente y bajaré suave como una pluma meciéndose al viento.

Se acercó al filo de la montaña. En la punta de su nariz ya podía sentir el flujo de corriente como una dulce caricia. La caída le producía un poco de vértigo, pero fue valiente, más de lo que se conocía o supo conocerse hasta ese momento, y cerrando los ojos saltó para dejarse llevar. La impresión fue instantánea. Su corazón se paralizó, su aliento cesó y su pulso quebró. Respiró cuando apreció que subía y subía y subía sin parar. Tratando de mantener la postura en vertical pataleaba y agitaba sus manos como las alas de un pájaro al vuelo. Miraba el cielo y veía las estrellas de forma muy singular. Ya no eran puntos brillantes que se sostenían en el oscuro firmamento de la noche, sino que  cobraban forma. Esas formas de puntas que sin ser vistas se idealizan, pero para su sorpresa, eran su forma real. Estrellas de cinco puntas. Miles en toda la inmensidad. Era imposible contar tantas. -¿Cómo pensar que todas ellas nos salvaguardan? –Pensó. Si todas fuesen ojos que nos observan, nunca tendríamos la sensación de estar solos en ningún recóndito lugar, porque cuanto más vacio esté de civilización como luciérnagas estarían desde su observatorio mirando plácidas. Durante la incesante subida el vértigo de la altura empezó a acompañarle. Surgió de improvisto. Le miró y sonrió. No trató de ser correspondido, se mofó de su impresión. Tristán, al ver ya de tan cerca las estrellas, alargó la mano tratando de tocar alguna. No lo consiguió al primero, ni al segundo intento, en el que estuvo a punto de hacerlo rozando con las yemas de los dedos tan cálido brillo, si no al tercero, en el que impulsando su cuerpo atemorizado consiguió agarrarse a uno de los sobresalientes picos. El tacto de la estrella era extraño, no era gélido como el frío ni ardiente como calor del sol, si no, diría que afectuoso o quizás agradable o quizás acogedor. Trasmitía paz y sosiego, tranquilidad y calma. Se impulsó como pudo, con esfuerzo y logró, por fin, sentarse en el lucero y observó, desde la quietud, el azul extenso del océano y pensó que podría ser perfectamente el cielo en la tierra. Miró con detenimiento los campos cultivados por las humildes gentes rurales y las áreas metropolitanas, llenas de bullicio y multitud caminando por sus calles como hormigas en un hormiguero con orden aparente. Divisó el corte de luz que separa el día de la noche, donde la ausencia de claridad se sustituye por miles de destellos que iluminan allí donde el sol ya no enseña y la lobreguez muestra. Suspiró profundamente al recordar su sueño en el que Isolda lo llamaba con la dulzura de una sirena. –Tristán, Tristán, Tristán. –Se repetía en su cabeza. Apenado y cansado, bostezó, luchaba contra el cansancio de tanto ir y venir, pero más agotado lo tenía la lucha sin pelea que consistía en encontrar a Isolda y aún más, un acertijo extraño de un ser no menos raro y extravagante. Le asombraba ver como la oscuridad de la noche se apoderaba poco a poco la luz. Escena imperceptible desde la tierra, pero increíble y maravillosa desde el cielo. Seguía con la mirada el corte de luz que cada vez estaba más cerca de su persona. Como un chimpancé jugando en la rama de un verde y frondoso árbol de la rivera del Kilimanjaro se dejó caer hacía atrás y en ese momento colgó de sus piernas en la estrella y ligeramente se balanceaba. Para su asombro la luna lo miraba, nunca pensó que su faz tuviera rostro y sonrisa. Era dulce como la miel, le pareció preciosa, como Isolda o casi tanto, ya se sabe que cuando se idealiza no se rivaliza. En un momento la negrura de la sombra le cubrió medio cuerpo. La tarde se volvió purpura con la mezcla de pardos y destellos y la luna se volvió de cristal como su panza reflejada en el inmenso océano. Tristán, boquiabierto por la escena, recordó las palabras del enigma, -“Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta”. –Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta. –Repitió para sí. “Muestra su secreto donde el norte es el sur y el sur es el norte, cuando el día se confunde tenue con la noche”. Miró a su alrededor y confundido no logró apreciar donde brillaba el rey sol y dónde lucía la luna sus encantos místicos. “Mira en su faz vista un reflejo de agua y tierra, fuego y aire”. Los cuatro elementos se entrecruzaron y crearon el espectro de un rostro en su espejo. Tristán, miraba asombrado como la figura cobraba forma y como su forma concibió personalidad.

-Hola Isolda. –Dijo su corazón.

Isolda sonriente alargó su mano y sin palabras pidió a Tristán su compañía para tan grata morada, la estrella madre, la diosa del cielo, el rincón privado de dos enamorados.


 José María Fernández Vega


sábado, 6 de noviembre de 2010

Unidos por la esperanza

Son las palabras que habla mi mente,
es el relato que escribe mi corazón con sangre y espíritu,
es la tinta que derramo de fervor
al recordar nuestra historia que cuento a boca llena,
a los cuatro vientos, a todos los sordos dementes del mundo
que escuchan atentos y no pierden detalle…
Tragicomedia, diría…
Pero es el amargor el que relata estas letras, no es tu amor,
es el mal sabor que me impregna tu ausencia,
es la impotencia de no poder luchar
y tener que rendirme bajo una ofuscación impropia de mí…
Es como blandir una espada al aire sin tener nada que sesgar,
es como ser valiente y no haber miedo que vencer…
Fueron días de vida consumada que nadie entendió… y no importó…
¿Qué más da que la gente juzgue?
Jamás comprendieron que fue la simpleza,
la que conquistó nuestros pétalos rojos y complejos de vidas tan dispares
y que nosotros distinguimos volviéndolas similares…
Fue el sentir lo que nos unió como enamorados en su primer abrazo,
sentido y eterno, cálido y estrecho, puro y limpio…
Nos reflejamos en un cristal transparente como un manantial,
en el que nos miramos a los ojos para vernos el alma…
Comprendimos que en la esencia de nuestras palabras,
no hubo mal que las empañara… Sólo nos unió…
Nuestra viva esperanza…


José María Fernández Vega


Contigo

Me siento volátil en un trecho escarpado,
Acompañado en un árido y florido desierto,
Alumbrado en un rincón desolado…
Comparto todo lo que tengo, todo lo que ofrezco,
Que no es más que dar de mí lo único que sé…
Es tener cobijo en la lluvia, es la sombra en el tórrido verano…
La noche huele a Dama exuberante y el día a Abril intenso,
Las horas son cortas como el tiempo que transcurre y no se detiene,
Como los segundos que no existen,
como la vida que se pasa sin percibir…
Contigo siento que puedo… que todo es posible…
Que aunque los sueños, son sueños…
Tú haces soñar a este pobre soñador…


José María Fernández Vega

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cuenta la leyenda…

Guardo un secreto en un rincón discreto,
tengo preso con celo el dorado del lecho
que el sol con capricho alumbra y tu cuerpo vislumbra,
es mío el brillo de tus ojos
que la luna dibuja con plata fina en aguas de sal marina,
no es el ocaso en su retirada el que nubla de púrpura tu mirada,
si no tus ojos resplandecientes que reflejan la belleza terrestre...
Susurros en la brisa cantan tus labios de princesa,
como murmullos en la marea cuenta tu leyenda...


José María Fernández Vega


domingo, 31 de octubre de 2010

Versos prohibidos

Vago en un viaje de sueños prohibidos
que no se cuentan ni comparten, que despiertan el largo letargo,
germinan la vida de mi pálpito, siento que estoy vivo…
Vivo por tenerte, por seguir tus líneas en la arena húmeda,
que envidio por guardar tus curvas femeninas y sinuosas
que insinúan mi ardiente afán de ti,
de ser la tierra que moldea tu cuerpo con manos precipitadas de calor,
ordenadas con el fervor de tu pasión descontrolada,
que hace rebosar el recipiente en el que guardo mi secreto por ti…
Cierro mis ciegos ojos para ver tu aura que llena mis sentidos de fuego llameante
que sigo y persigo, que miro y observo, que hipnotiza mi intención de poseerte
y me obliga a hacerlo…
Señora de mis dominios que mueve al antojo del deseo,
que erizan la piel que rozas con tus puntas de Venus…
Diosa de Diosas… Amazona salvaje…
Dominante cabalga mi torso desnudo y dedica susurros gemidos…
Me haces sentir vivo…


José María Fernández Vega


Misteriosa

Es tu condición de ser humano,
es el adjetivo de la vida que te califica,
no dignifica ni magnifica, ni entristece ni doblega,
simplemente condiciona…
Es lo mejor del amor lo que me da de ti,
una cura para el error que parece no tener solución,
un tesoro que al tener no lo sé y al perder suspiro en un largo anhelo,
es la causa de mis sueños más dorados
y desvelos de horas negras y asoladas,
son lágrimas gozosas como tu risa que me hacen llorar de alegría,
y es tu alegría la que me hace viajar al lugar del que nunca quisiera volver,
como tu ausencia que llena una honda pena que está aun vacía,
es quererte y no saber por qué, es sentir y no saber de qué,
es tu misterio que sin obligación lo hago de mí,
son versos prohibidos los que escribo y recito en silencio,
los que guardo en el diario de mi alma y espíritu…
Es para ti la llave que abre la portada de una historia jamás contada…


José María Fernández Vega


Ensayo de una novela

 -No tienes ni idea de lo que es la consciencia, ni sabes qué es el remordimiento porque lo hubieras sentido sólo con pensar la necia idea de engañarme, ni sabes cuál es la vergüenza que siento por ti, de qué forma me avergüenzas, has destrozado mi intimidad, has pisoteado mi nombre como un puñado de hojas en otoño. No eres consciente de nada, absolutamente de nada, no tienes ni idea del daño que me has infringido y que vas a causarme, porque este daño, por desgracia, no morirá entre estás paredes malditas sino que vagará hasta que se ahogue luchando por sobrevivir en el último suspiro de mis recuerdos y que trataré por todos los medios que muera cuanto antes. Para mí ya has muerto pero no para mi subconsciente que te sacará a la luz durante más de mil de mis sueños y esa es una cruz, tan pesada como la lápida con la que me has otorgado esta pena, que sólo yo tendré que soportar y tengo la perversa suerte de que esa cruz ya la conozco y no tienes ni idea, dentro de tu consciencia de lo que eso significa. Ni tus amiguitos de la infancia, con lo osados que presumíais ser. Ninguno de vosotros conoce el dolor real de la vida, el daño insufrible que te ocasiona un ser querido. Es la otra cara del amor, es el odio, es el amor al desamor, es el esperado olvido. ¿Sabes lo fácil que es caer en la desesperanza? ¿Sabes cómo acaba con la vida de una persona? Sin esperanza, no hay anhelo por el que vivir, no hay motor que te haga mover, no hay sentimiento que te haga respirar, lo único que deseas es morir y por tu gran idea de engañarme tengo que enfrentarme de nuevo a ese icono de monstruosidad. Gracias a tu genial idea de destruir nuestro compromiso. Gracias por ser sincero conmigo. Gracias por devolverme como  amigos inseparables al odio y al rencor, por devolverme como aliada a la desconfianza, por hacer que mi compañera sea de nuevo la soledad. Gracias por hacerme sentir enferma de nuevo, por que suba por mi cuerpo, desde mis pies hasta mi cabeza, esa infernal sensación de angustia y pesar, de ahogo interminable y de una presión constante que parezca que en mi pecho reposa el dolor de mil tristes desdichados. ¿De verdad lo has hecho Diego? –Dijo rompiendo a llorar. ¿Qué he hecho mal? Dime, ¿en qué te he fallado? ¿No he sido lo suficiente buena para ti? ¿Quién es tan grande y afortunada que ha hecho que fijes tu mirada en ella? ¿De verdad te merece? ¿Te parece mejor que yo? Oh Diego, sé sincero conmigo. Te ruego que no me hagas el daño que no merezco. Aun sigo pensando que en este juicio de moralidad, el culpable es inocente y la mentira sólo es una verdad enmascarada, que la ficción es eso, simplemente ficción y que las dolorosas noticias que cuentan como reales son fruto de una función más de pésimo argumento. ¿Es así o no es así? Dime que no estoy equivocada, dime que estoy loca por desconfiar de ti y creer el rumor absurdo de una envidiosa infeliz, dime que una fracasada que reparte dudas y vive en la inmoralidad no tiene la razón de un juez ni la ni la imparcialidad de un árbitro. Dímelo y no hagas que el silencio hablé por ti, porque será tan incomodo como la insensatez. Dímelo y no hagas que terceras personas sean las que rompieron nuestros lazos de unión. ¡Dime que estoy loca! ¡Dime que te acuso sin razón! ¡Dime que no lo hiciste! ¡Dime que fuiste más fuerte que la tentación! Si llego a haber tentación ¡Dime que no soy una tonta por creer las necedades de palabras ajenas! ¡Dime que todo esto es un mal sueño! Ayúdame a despertar de esta pesadilla. Ayúdame a creer y confiar. ¿Debo tener fe en tus palabras? Aunque ya te has confesado como culpable. Pero ¿Por qué sigo creyendo que eres inocente? ¿Tanto te amo? Que ni la más dura de las penas puedo permitir que recaiga sobre tus hombros. Soportaría hasta la condena más tétrica, hasta la condena en el calabozo más lúgubre que pueda existir, dónde la luz y la alegría brillen por su ausencia, ¡me tiraría al pozo más hondo y oscuro! Con tal de que tus palabras sean sinceras y aun siendo sinceras y puede que duras y lastimosas. La verdad, sólo por ser verdad, no tiene por qué ser buena, ni mala tampoco, pero si indiferente, no va acompañada de una manual de sensatez, sino de cruda realidad.


José María Fernández Vega


La flor de la tentación

Cuántos días tuve el lecho de tu ser,
cuántas veces dimos calor al sentido de nuestra unión,
jugamos al parecer a despertar instintos,
que se empeñan en mostrase ocultos,
vagando en un subconsciente dormido,
que pierden la vergüenza con el amanecer de nuestro fervor...
Es la impetud, es la fogosidad, es el arrebato, es el apasionamiento,
es el delirio, es el frenesí que produce tu cuerpo de mujer…
Corta el ritmo de mis latidos con tu insinuación,
mira y paraliza con tu voz, con tu alma de amor,
con la piel que te envuelve y que el capricho pintó de canela,
con la delicadeza de un virtuoso que sacó de él el mejor de los deseos…
Deseos de ti que llevo conmigo y me vuelven deseoso de tenerte,
de darte lo mismo que me proporcionas sin saberlo y sin quererlo me lo ofreces,
deseo descubrirte ante mí, deseo romper, adentrarme en tu físico
y mezclar con excitación todo lo que el silencio guarda por nosotros,
hundiendo mi ser en tu ser,
mi espada forjada en tu cáliz de pétalos rojos como la sangre,
beber el vino de esa copa dorada que viertes de placer incontenido,
que contengo y contendré por la eternidad,
porque eres para mí lo que yo para tí...
Almas gemelas...


José María Fernández vega


A la sombra de la luna

Pasaría largas horas mirando destellos de tí,
largas horas que siento como el paso de cortos segundos,
eternas como el placer que produce tu mirada en mí,
como mi reflejo en tu reflejo, que es el de mi espejo,
eres el cristal sobre el que observo mi alma,
como la orilla del mar a la que me asomo para verme sonreír,
cuando veo tu sonrisa que retoza con mi reír,
cúbreme con tu manto de picardía,
terso y cálido como la vida misma,
como la sábana que guarda el calor de tu mañana desnuda,
expande mis sentidos en una emoción descontrolada,
que sólo entendamos tú y yo,
y nadie más comprenda que vivir no requiere de cordura,
vuelve loca a la locura con tu susurro,
insinúa tu intención de pasión
y trae contigo tu dulce canto de sirena,
un largo letargo de sueños sin decoro del que jamás quiera despertar
y por siempre navegar,
perdernos en el final
y no volver jamás al lugar que nos quiso separar,
quedándonos sin el tiempo a la sombra de la luna...


José María Fernández Vega


Cuando comienza el fin

Sigue tu instinto,
escucha tu corazón,
persigue tu sueño,
vive tu realidad,
 pero no dejes pasar de largo las oportunidades
que la vida, un día cualquiera, te brinda,
porque puede ser que se conviertan en parte de tu sueño…


Es tu vacio el que me hace incompleto,
es el por qué de tu ausencia que entiendo pero no comparto,
es la situación que no comprendo,
no la pedí en ningún momento…
Temo que el gélido viento no se lleve tu recuerdo
y permanezca espeso conmigo, como el mal silencio,
como la niebla que cubre de blanco el vasto campo en la aurora
y hace perder su color de primavera.
Fueron largas noches de plata,
aquellas en las que le robe al sueño horas en su plácida morada
y que jamás se las devolveré porque sólo fueron nuestras,
las que compartimos sin pedir, las que otorgamos sin querer,
y nos ofrecimos como adolescentes en su primer, dulce, rosado e inocente amor.
¡Te prometí la lucha! ¿Por qué buscas la derrota?
¿Por qué no mantienes lo que un día nos ofrecieron?
¿Acaso la suerte no fue suficiente?
Que es mayor la desdicha que nos separa que  la dicha que nos dio unión.
Veo el umbral del final sobrepasado, desde el otro lado.
Son mis dedos, lánguidos,
los que escriben ordenados por mi somnolienta cabeza.
Es mi alma, triste,
la que se despide agitando su mano al alba.
Es mi corazón, amargo,
el que dice un adiós sin regreso, entre negras lágrimas.
Es mi esperanza, alentadora,
la que me dice que te espere paciente en el país de nuestros sueños…


José María Fernández Vega


Amig@s...

Son colores teñidos de color, bañados de emoción,
salpicados de comprensión, unidos con una sola intención.
Puros como el aire y cristalinos como la lluvia,
son intemporales, no distinguen de tiempo ni momento,
son la vida en sí y una gran parte de mí, son todo y nada a la vez.
Es como la magia... su desinterés, su sinceridad, su saber estar...
En su transcurso nos hacen reír con tino y llorar sin desacierto,
nos sinceramos en palabras que estrechamos en verdades.
Contigo el silencio se hace cómodo,
nuestra alianza se une como el agua que se pierde en el agua.
Qué verdad es su melancolía y alegría,
es grande sentirse escuchado, quiero escucharte por siempre…
No me dejes sólo, llévame contigo, dame tu cordial mano
y acércame allí dónde siempre te encuentro, donde la soledad deja de estar sola,
porque por muy lejos que nos mantenga la distancia
o el espacio nos separe en largas travesías y nuestra voz no se encuentre en años,
mi recuerdo, mi espacio, mi corazón estará siempre contigo...


José María Fernández Vega


Eres

Eres el camino bajo un manto estrellado,
como una estela que surca el océano,
el suspiro que hace respirar de alivio,
como el tacto que vuelve lo mundano en divino.
Eres el sueño de un soñador,
la alegría inusitada del triste,
la lágrima cristalina del que llora de alegría,
eres la sal que da sabor al mar.
Llegas como la lluvia de verano,
como el sol en una florida y temprana primavera,
como el agua que borra la larga sequía.
Eres la luz de la luna que se asoma a tu alcoba curiosa
y llena de calidez los rincones sombríos de la noche.
Cubres con tu calor como una manta en un gélido invierno,
refrescas con la brisa que desprenden tus morenas y gitanas pestañas.
Eres tú el fin de la busqueda que sin buscar se encuentra...



José María Fernández Vega


Vivir

En la vida que se ha de vivir,
no podemos dejar ver el transcurso del tiempo pasar.
Las partes activas son implicadas, las pasivas olvidadas.
Guardaré el recuerdo como un sueño intacto,
como un tesoro recién encontrado,
como una rosa nacida en primavera,
reina de abril.
Surcaré en el tiempo el espacio.
Viviré despacio a la sombra de mis ojos cerrados,
sólo así lograré ver lo que tanto ansío.
Es capricho de la vida hacer y deshacer
y una vez deshecho vuelve a crear lo que hizo para deshacer,
haciéndolo de nuevo...
y allí estaré yo,
brindado por el don de la oportunidad,
ocupando el lugar oportuno,
diciéndole a la vida que no me volveré a ir.
Lucharé hasta el final,
hasta la extenuación de las fuerzas y los sentidos,
hasta caer rendido orgulloso de la bravura,
de vencer asalto tras asalto
 y sólo perder cuando te encuentre de nuevo,
porque en ese momento la lucha cesará
 y el cesar de la existencia alzará su dedo pulgar
 y otorgará libertad al nuevo reencuentro.
Todo pasa tan rápido...


José María Fernández Vega


El poema más hermoso del mundo. (Para ti)

Te encontré sumida en un baile de fuego de sombras doradas,
bailó entre llamas que no daban calor a su roce.
Me invitó a bailar, sucumbí al encanto de la Diosa, al canto de la sirena,
a la marea de su mirada profunda que ronda la brisa que me rodea.
Bailé a su merced, al compás de sus pies, cantos griegos,
letras de Dionisos coreaban sus labios entre pálpitos desnudos de pudor,
ese pudor que no acompaña al rubor que vuelve la tez rosada.
Acepté el reto...
Entré en el círculo de luz de tu aura brillante...
Bailamos agarrados, girando y girando,
contemplando las estrellas alborotadas, luminosas por sí solas,
luminosas como el brillo de tu sol, porque eso es lo que eres para mí: mi sol...
Envidia de la luna, que sólo puedes ser de una...
y una es quien eres, una sola, sólo una y ninguna más...


José María Fernández Vega


Mi deseo… Tu deseo

Deseo tenerte cerca,
tan cerca que pueda sentir el deseo de tu vivir
y el anhelo de tu sin vivir.
Deseo ver tu mañana llena de luz
y morar en tus noches repletas de sueños de luna llena.
Deseo envolverme en el calor de tus sábanas de seda
y fundirme en la piel canela de tu cuerpo desnudo, mi ama…
Deseo que me ordenes,
que me hagas rendirme a tus pies,
que me hagas suplicar por ti…
Deseo romper el silencio de la penumbra con desgarros de gemir y de pasión,
deseo tu miel, tu agua, tu sangre, tu semilla fluir, correr y emanar.
Deseo queme desees como si nuestro encuentro fuera el primero
o a su vez el último…
Déjame comer de tu mano y sentirme prohibido,
deseo ser sólo tuyo, hazme de ti…
Deseo descansar hasta el final a tu lado
y tenerte tan próxima que seamos llamas de fuego
vivas y brillantes, ardientes y traviesas
deseosas la una de la otra…


José María Fernández Vega


Dueña de mí

La dueña de mis letras,
escritora de mis trazos.
Dueña de mis sentimientos,
de mis anhelos,
de mi alegría y de mi tristeza.
Dueña de mi paciente esperanza
y de mi espera impaciente.
La dueña de mi dominio y de mi cuerpo,
de mi mente y de mi alma.
Dueña de mi corazón,
dueña de mi pálpito.
Dueña de mi inspiración y creación.
Dueña mis suspiros inacabados
y dueña de mis suspiros por acabar.
Dueña de mis sueños
que me ordena soñar contigo y sólo contigo.
Dueña de mis deseos que desea adueñarme
y como dueña de mí lo consigue.
Dueña de mí porque sí
y no lo sé por qué se adueña de mí…


José María Fernández Vega


No sé cómo

No sé cómo...
pero es así.
No sé cómo expresar una vida sin ti,
no sé cómo vivir una vida sin ti.
No sé cómo decir
que contigo o sin tí,
mi anhelo por vivir
difiere de ti.


José María Fernández Vega


Un final inesperado

Las clases siempre me han parecido aburridas. Prefiero estudiar a asistir a clase. Las clases son muy relativas, varían en función de la interpretación de la sesión de cada profesor. Son pocos los que de verdad inculcan con sentimiento los conocimientos, la mayoría son funcionarios acomodados que hacen lo mismo una y otra vez, una y otra vez. Son mecánicos, monótonos, repetitivos, iguales, desmotivados y desesperados en silencio, apáticos, indiferentes y lo peor de todo es que no lo saben y muchos de ellos o ellas son aun jóvenes, muy jóvenes. Han buscado ciegamente el ocupar un lugar que no les aporta ni la más mínima motivación, sólo el resultado de la colocación y de la seguridad. Las más tristes de las seguridades sin la emoción de la aventura, del riesgo y de la incertidumbre del qué pasará o cómo saldré de esta, del logro, del triunfo, de la superación y de ese afán por escalar, por retarse uno mismo, por batirse y por llorar de alegría. ¿Habéis llorado alguna vez de alegría? Las lágrimas son diferentes, brillan como las estrellas en la noche y saben a triunfo, no a desolación ni a soledad. Alabo a los que murieron en el intento, a los verdaderos héroes, a los que escribieron la historia con mayúsculas y de los que siempre se hablará por tener la suerte de que hace tiempo estuvieron ahí y nos brindaron generosamente sus trazos, sus letras y sus formas, sus historias, aventuras y desventuras. Alabo a los que se quedaron sordos y a los que se quedaron ciegos, a los que le cortaron una oreja y a los que descubrieron después de muertos en la más miserable miseria.


José María Fernández Vega

Princesa de las flores

Me sigue como mi sombra al caminar,
luce igual en la luz como en la oscuridad,
trato de olvidar,
de ignorar, de no pensar,
lucho ante la adversidad,
sólo tu anhelo lleno de esperanza me hace continuar.
Veo mariposas volar
que escriben tu nombre entre polen y azahar,
miro tu cara en las fisionomías de los demás,
recorro palmo a palmo la distancia que nos ha de condenar,
puede ser que no pueda más,
ayúdame a continuar.
Cuelgo de un precipicio sin miedo al caer
pensando reposar en tu pecho de miel.
Subo a la montaña y respiro con ansia el aroma
que del oeste te acompaña.
Noches vacías sin tu compañía,
días soleados sin alegría.
risas torpes y agrias sonrisas en rebeldía.
Puede que un día mi luz entre en tu regazo,
que mis letras salpiquen tu baño de rosas y canela,
que el lirio vuelva a preguntar
y la violeta irónica vuelva a contestar.
Se escribirá con letras tu nombre
que el sol pueda dorar y la luna platear,
tejerá el marfil tu trono con puntadas carmesí,
y una escalinata de papel forjada con palabras
que sólo tu amor refuerza y la esperanza remienda,
me llevará hasta ti…


José María Fernández Vega


Almas

Surgen dos almas de un fondo vacío y cristaliano lleno de pasados recuerdos.
Brota de su jardín motivos florales de aromas y corales.
Crece el sentir, el creer y el vivir.
Luchan por no hundir lo que el capricho del tiempo ha querido unir.
Ella andina, el latino. Ella misteriosa y maravillosa, el apasionado y maravillado.
Cierran sus castaños ojos, abren las puertas al corazón y la percepción.
Alargan sus manos y en la distancia rozan sus débiles dedos sin temor.
Se síenten en la lejanía de la distancia,
rompen la barrera de lo físico
y vuelan su intensidad en mareas de nubes de sensibilidad.


José María Fernández Vega
 

Arde en mi interior

Siento la llama que hay en tu interior,
siento la llamada de fuego
que te hace resplandecer como una estrella.
Muero en tu fuego, me derrito de placer.
Mis vellos se erizan con el roce de tus senos por mi desnuda piel.
Hazme crecer y dejame navegar entre tu alma de miel,
entre susurros de hiel,
entre gemidos que desgarran un silencio lleno de pasión.
Esa pasión que me hace nadar en tu cuerpo y volar en tu sueño.
Déjame penetrar en el calor que hay en ti,
déjame quebrar el sentido de la realidad,
quiero llevarte al mundo del más allá,
donde el placer será nuestro aliado,
donde nuestros cuerpos unidos y entrelazados son uno sólo,
donde las únicas palabras que existan sean
las que hablamos del éxtasis de la unión y de la fornicación...
Expandimos nuestras mentes sobre nuestras carnes rosadas,
damos juego al juego y fin al comienzo,
jugaremos al nunca acabar...


José María Fernández Vega


Oda a la espera

Cuando no decía, no sabía,
cuando dije que no, no conocía.
Desperté sin querer,
me ayudaste a despertar,
traté de olvidar pero me hiciste recordar.
Recordé que sin ti
no hay por qué respirar
eres el aire que me hace volar,
eres la nube que me hace flotar,
quiero volver a soñar.
Apareciste de la nada,
te fuiste sin ser echada,
largas lunas en tu ausencia
longevos soles de brillos tristes y apagados.
Regresaste sin pedir nada,
volviste sin ser llamada,
te esperé como a mi hada,
hada bienaventurada.
Aprendí a valorar,
me enseñaste a comprender,
aprendí a escuchar,
me enseñaste a conocer,
aprendí a esperar.
Te esperaré bajo la luna llena,
donde las estrellas brillan por amor,
donde los relojes no existen
y el tiempo no transcurre.

Allí te esperaré siempre…



José María Fernández Vega


La Princesa & el Caballero

El mensajero del rey corría sin aliento por las colinas, llevaba en su saca un mensaje de ayuda dirigido a un caballero. El mensajero corrió y corrió más hasta que llegó a la morada del caballero al que le cedió el mensaje:

Mi hija, la princesa de la tierra de la luz y del sol, ha sido raptada por un malvado dragón. Vivimos desconsolados y sólo un caballero como usted puede hacer algo por este pobre hombre que lo único que quiere es recuperar a su hija. Como recompensa ofrezco 1000 reales de oro de la corona que espero acepté de un buen agrado por su valor y ofrecimiento si nos ayuda. Le ruego que escuche mis palabras.El caballero sin dudar ni un sólo momento montó su caballo, fiel compañero en la batalla, y partió hacia la guarida del dragón. Cabalgó durante horas sin descanso hasta que por fin tuvo ante él el volcán donde en su pico más alto y en una mazmorra guardaba la princesa como su trofeo más preciado. El dragón salió a su encuentro. Su mirada era de azufre y su aliento de fuego como las llamas del infierno.

-¡Suelta a la princesa! –Exigió el caballero.

El dragón con mirada desafiante escupió una llamarada de fuego que el caballero esquivó blandiendo su espada. Corrió hacia el dragón, se apoyo en su pierna y de un salto llegó a la altura de su escamado cuello que cortó de un solo tajo y limpiamente con el afilado acero de su espada. El dragón cayó desplomado en su propia guarida, humillado por un extraño. El caballero se apresuró a buscar a la princesa y de un golpe seco abrió la celda que la encerraba. Cuál fue su sorpresa cuando la vio. Su cabello era dorado y rizado como los rayos del sol, sus ojos marrones como el mejor de los chocolates, su sonrisa era una mueca dibujada seguro por un virtuoso que quiso hacer de ella una princesa risueña. La montó en su caballo y cabalgaron hasta la tierra de la luz y del sol.

-Gracias caballero por salvarme del terrible dragón. –Dijo la princesa. No sé cómo podría agradeceros tal hazaña.

-Fue su padre el que pidió mi ayuda y ahora que la conozco sólo tengo que decir que ha sido un placer salvarla y por supuesto conocerla. Sepa princesa que la salvaría tantas veces como fuese necesario.

-Es un caballero valiente, merece todos mis respetos. Pediré a mi padre que la recompensa sea aun mayor de la que ofreció.

El caballo se detuvo en la puerta del castillo de la tierra de la luz y del sol. Habían llegado y no se habían dado cuenta.

-No quiero recompensa princesa. Dígaselo a su honrado padre. Mi única recompensa ha sido salvarla de tan voraz enemigo. –Dijo el caballero.

-Valiente y desinteresado a la vez. –Contestó la princesa mientras bajaba del caballo. ¿No va a pasar a conocer mi país y mi padre?

-No princesa, ya he hecho bastante y debo marcharme, quizás alguien necesite de mí en algún momento.

-Tomad entonces estos diez reales de oro de la corona de la misma mano de la princesa como obsequio.

-Gracias dijo el caballero que acepto el obsequio con honor.

Mientras se marchaba se detuvo en el camino para ver a la princesa quién sabe si por última vez.


El caballero, sentado, con la espada desenvainada y la punta apoyada en el suelo la hacía girar sobre sí misma como una peonza. Su codo estaba apoyado sobre su pierna dejando caer el peso de su cuerpo cómodamente sobre ella. Meditando, acariciaba su mentón. Con la mirada perdida, pensaba. El recuerdo de la bella princesa lo asaltaba, así que se levantó y batió su capa con energía. Envainó su espada y llamó a su corcel con un sonoro silbido. Rápido se montó sobre él y cabalgó en busca de la princesa. Cabalgó durante horas por el país de las tinieblas donde nunca sale el sol, donde el frío es mortal, donde los árboles yacen petrificados como momias y donde el silencio es aterrador e inquietante. Cabalgó sin descanso hasta que al final del camino una luz encumbraba un destino anhelado, el país de la luz y del sol, donde en un castillo postrado en la colina más alta y grande albergaba a la princesa que lo recibió como al caballero que era, como al salvador que fue.

-Gracias caballero de nuevo por salvarme de las feroces garras del dragón. –Dijo la princesa. Te estaré siempre eternamente agradecida. Pero, ¿qué te trae por la tierra de la luz y del sol?

-Princesa. –Dijo el caballero mientras clavaba su rodilla en el suelo ante sus pies. El motivo de mi visita es presentarle mis saludos y decirle princesa que desde el día que la vi por primera vez la llevo en mi recuerdo, la tengo en todo momento presente. Princesa, vengo a reclamar su corazón.

-¡Pero qué dices! –Exclamó la princesa. Eres un apuesto caballero y podríais tener a la doncella que quisierais. Cualquiera de las doncellas del reino caería sin dudarlo ante vuestros pies. ¿Por qué yo?

-Es mi corazón quién decide que doncella es la que quiere, no mis ojos ni mi cabeza.

-Pides algo que no puedo darte caballero. No porque no lo merezcas, sino porque no estoy preparada para hacerlo. Me alagan tus palabras, sé que son sinceras, pero no puedo darte lo que pides.

El caballero, consternado, volvió por sus pasos hacia su morada, cruzando las mismas y desoladas tierras. Al día siguiente regresó para conseguir sin fortuna la misma respuesta. Al día siguiente volvió y la princesa triste no tuvo más remedio que dar la misma respuesta al caballero que no tuvo más remedio que volver de nuevo por sus mismos pasos. A la semana la princesa recibió una carta. En su solapa estampado el escudo del caballero en cera roja. Cogió un abrecartas y la abrió sin más deseosa de saber que decían sus letras:

Querida princesa. Mi lucha por conquistar su corazón ha sido más dura que vencer a muerte al mismísimo dragón en su guarida. No soy un famoso caballero sólo por ser apuesto y vencer dragones, si no por mi valentía, coraje y tenacidad. Pero me siento triste, he sido rechazado tres veces por la princesa que amo y esas son demasiadas aún para mí. Como buen caballero mi corazón es noble y sé cuando tengo que aceptar una derrota y como buen perdedor me marcho, me marcho para siempre…

La princesa abatida no daba crédito a las palabras que leía. Sus ojos se inundaron en océanos de tristes lágrimas. Corrió al balcón de su habitación desde donde divisaba todo el reino y gritó con fuerza el nombre del caballero al cálido viento del sur. -¡¡¡Caballero!!! –Gritó una y otra vez. ¡¡¡Caballero!!! Sus ojos se volvieron grises como la ceniza. El cielo tornó de un azul intenso a un grisáceo inerte. Bajó al jardín. A su paso los árboles verdes y relucientes, perdían su vida de eterna primavera y se deshojaban como en el otoño. Cayó de rodillas ante un estanque de nenúfares y flores de loto. Las lágrimas negras que se deslizaban por sus mejillas se evaporaban en la tierra cuando caían. La tierra no quería de ninguna de las formas albergar tanta tristeza en sus entrañas. Se asomó al estanque para mirarse. Los nenúfares huyeron con horror y el agua del estanque no tuvo más remedio que recibir las lágrimas de angustia de la princesa que desolada agarró un puñado de arena negra y la fue dejando correr por sus delicados dedos mientras mascullaba: -¿Por qué cuando puedo no lo quiero y cuando quiero no lo puedo?

De repente, de entre todos los nenúfares huidos, surgió uno que se acercaba hasta la princesa y posado sobre él una rana, la rana más sabia y vieja de todo el país de la luz y del sol. Sus arrugas eran tan marcadas y longevas como sus ancas y era tan famosa por su sabiduría que todos, totalmente todos, la visitaban como a un oráculo para pedir sus sabios consejos.

-¿Por qué la princesa de la tierra de la luz y del sol vierte por sus ojos lágrimas tan tristes como la soledad? – Preguntó la rana. Que hace que el sol se esfume entre grises nubes y que las flores se escondan como en el invierno más gélido.

-Porque mis palabras no dijeron la verdad que guardaban. –Contestó. Una princesa nunca debe mentir.

-¿Qué verdad? –Preguntó de nuevo la rana.

-He rechazado a un caballero como ninguno de los caballeros de ningún reino conocido por los hombres, elfos y demás criaturas existentes. Pero no sólo lo he rechazado una vez, sino hasta tres veces, y ahora se ha marchado para siempre, para siempre decían sus palabras. – Y volvió a llorar desconsolada la princesa.

-¿Cuál fue el motivo de tal triple rechazo?

-Le dije que no estaba preparada, que mi corazón no estaba en posición de ser ocupado. Dijo mientras secaba sus lágrimas entre sollozos.

-¿Y era verdad?

-No. –Respondió con la cabeza baja.

-¿Y cuál es la verdad?

-Que yo misma me protejo con un escudo protector y me hago invulnerable a los sentimientos que puedan surgir.

-¿Con qué motivo hiciste tal cosa?

-Porque tenía miedo.

-¿Miedo? –Preguntó la rana con sorpresa.

-Miedo, sí miedo y ahora mi miedo me ha hecho perderlo para siempre.

-Acaso no pensasteis que él tuvo miedo cuando luchó a muerte con el dragón para salvaros.

-Él es un caballero, los caballeros nunca tienen miedo.

-Quizás una vieja rana de un estanque no deba llevarle la contraria a una princesa, pero os equivocáis.

-¿Cómo? –Preguntó la princesa intrigada.

-¡Sí pasó miedo!, ¡claro que sintió miedo! –Exclamó la rana. El miedo, querida princesa, siempre está con nosotros. A veces no lo verás, no lo sentirás ni lo palparás, pero siempre os acompañará allá dónde vayáis, allá dónde viajéis. Los caballeros sólo muestran su valor nunca sus miedos princesa. Serían vulnerables. Pero el miedo al igual que el valor siempre les acompaña en sus hazañas. Tan aliado es el uno del otro como el otro del uno. El valor les proporciona seguridad pero el miedo les hace estar alertas, por eso sobreviven, porque el miedo los mantiene alerta ante sus peligros.

La princesa enmudeció y palideció su rostro como la cal con las palabras de la sabia rana. Durante un momento titubeo, sin entereza para decir nada en absoluto.

-¿Y aún teniendo miedo a la fría muerte fue a salvarme? –Preguntó la princesa.

-Sí. –Respondió rotunda la rana.

-¿Y aún teniendo miedo a un doloroso rechazo vino a ofrecerme su corazón?

-Sí. –Volvió a contestar la rana. Por eso son valientes los caballeros. No por matar alados dragones que escupen fuego y miran con ojos de azufre, sino por vencer sus propios miedos.

-¿Qué puedo hacer ahora? –Preguntó la princesa entre ahogos.

-Podéis demostrarle vuestro valor de la misma forma que lo hizo él.

-¿Cómo? –Volvió a preguntar la princesa. ¿Cómo puedo hacerlo?

-Podéis salir en su busca. –Contestó.

-¡Pero no sé dónde se encuentra!

-Podéis salir en su busca. –Repitió la rana.

La princesa estaba sumida bajo una duda tormentosa entre la búsqueda y la perdida, a la que terminó por vencer el anhelo del caballero. Sin más se levantó apresurada y corrió a las caballerizas. Por el camino gritaba que montaran a su mejor corcel. Un caballo español blanco, fuerte como un roble, seguro y osado como el mismo caballero. Su crin, larga y lacia caía por su robusto cuello como el agua deslizándose por una roca de manantial. Sin esperar ni un segundo lo montó y cabalgó hacía lo desconocido en busca del perdido caballero. Cabalgó por infinidad de lugares, por todos los confines del reino, paró en todas las viejas posadas de los caminos, en todas las apestosas tabernas de los puertos, preguntó a las gentes, animales, flores, soles y lunas, pero nadie le daba una esperada respuesta. Busco por todos los rincones habidos y por haber, pero el caballero seguía sin aparecer. Ya de vuelta, por un sendero solitario, preguntó a un vagabundo que caminaba en sentido contrario.

-Perdone que le molesté señor. Busco a un valeroso caballero valiente y apuesto. ¿Lo ha visto usted en algún lugar?

-Señorita, no conozco a ningún caballero, ni a nadie con las características que pregunta. Lo único que puedo decirle que allí. –Dijo señalando con el dedo. Lleva sentado varios días en la rivera del rio, junto a la torre centenaria cuyos ladrillos brillan como el oro y se reflejan en sus aguas como el destello dorado del sol, algo que parece un caballero. Lo único que hace es lanzar pequeñas piedras al agua donde pierde su mirada.

La princesa se giró y miró con entusiasmo, sus ojos se engrandecieron al comprobar que en efecto se trataba del caballero.

-¡Gracias! –Contestó la princesa. ¡Gracias y mil gracias más!

Dirigió su corcel hacía el caballero, lentamente, hasta que el hocico del caballo casi tocó su espalda. El caballo relinchó, pero el caballero no se molesto ni en observar quién se aventuraba.

-No tengo limosna que dar y poco servicio que ofrecer. –Dijo el caballero. Lo único que sé hacer es matar dragones y salvar princesas de sus afiladas garras. ¿Necesita que mate algún dragón? Puedo hacerle un buen precio, podríamos llegar a un buen acuerdo.

-¿Qué hace tan aguerrido caballero forjado como el acero de su espada sentado como un niño en la rivera del rio lanzando piedras a sus aguas?

El caballero, extrañado, frunció el ceño.

-Yo no soy un caballero, no me permiten tener corazón, sólo soy un mercenario que se mueve por miserable dinero. –Dijo mientras miraba las palmas de sus manos cubiertas de sangre mil veces en mil batallas anteriores.

-¿A qué se debe tal tristeza si no tiene corazón?

-Mi corazón está hecho pedazos y no hay pegamento posible que lo pueda arreglar. Hasta un caballero puede ser rechazado, no una ni dos, sino hasta tres veces por la misma princesa y esa es una losa que pesa más que el acero de mi armadura.

-¿Qué puede hacer una princesa, dentro de su arrepentimiento, por recuperar el anhelo del caballero?

-Nada, ya no hay nada que hacer, ya está todo hecho, ya se dijo todo, ya no tengo fuerzas para seguir luchando. He sido batido en la única lucha sin sangre en la que he participado y en la que me jugaba más que en ninguna otra.

-Entonces, ¿no hay forma de recuperar el corazón del caballero? –Preguntó la princesa.

El caballero movió su cabeza de lado a lado, de forma negativa, lánguidamente, sin mediar palabra.

-Es mejor que se marche. –Dijo el caballero. No me gusta repetirme, pero ya no hay nada que hacer. No sé quién demonios es usted. Veo que conoce a la princesa. No quiero que le mande ningún recado simplemente diga que no me encontró por mucho que buscó y jamás aparecí y nadie supo de mí. ¡Márchese! –Repitió.

La princesa abatida por las palabras de dolor del caballero volvió, por los mismo pasos por los que había llegado hasta allí, rumbo al palacio de la tierra de la luz y del sol dejando en su soledad a un caballero en su retiro.

Pasados varios días llegó al palacio un monje gregoriano con una túnica marrón que lo cubría completamente. Iba montado en un burro y del cuello del burro salía una cuerda en la que iba amarrado un poderoso y brioso corcel. Esa estampa llamó la atención de todos los presentes. ¿Por qué iba en un burro cuando podía montar un extraordinario caballo?

-¡Traigo un obsequio para la princesa! –Gritó el monje a viva voz. ¡Traigo este caballo para la princesa! –Volvió a pregonar el monje.

La princesa, alertada por el vocerío, se asomo a su balcón.

-¿Traéis un caballo para mí? ¿De quién? –Preguntó la princesa.

-No lo sé princesa. –Contestó el monje. Me pagó un caballero en un camino por traeros este caballo.-¿Cuánto os pago si es no mal intencionada mi pregunta?

-Diez reales de oro de la corona. –Contestó

-¿Cómo? –Preguntó extrañada. Eso es mucho dinero sólo por traer un caballo.

La princesa miró detenidamente el caballo. Era el caballo del caballero.

-Llevar el caballo a las caballerizas y dar cobijo y comida a este buen monje. –Dijo la princesa. Gracias amable monje por el recado, pero por favor, descubríos de vuestra túnica y dejad ver vuestra cara.

-Tenéis que perdonar a este humilde siervo. El paso de los años ha hecho mella en mi rostro y algún accidente ha desfigurado mi cara. Dejad que lleve mi vergüenza en secreto y en solitario princesa.

-Si así lo deseáis, así será. –Dijo la princesa y volvió a entrar en sus aposentos. ¿Por qué habrá mandado traer su caballo? ¿Qué lo habrá motivado para hacer tal cosa? ¿Dónde estará el caballero?

En ese momento alguien golpeo la puerta de la habitación.

-¿Quién anda ahí? –Preguntó la princesa sin recibir contestación ninguna.

Abrió la puerta y frente a ella el monje postrado ante su umbral. La princesa lo miró de arriba abajo y extrañada se percató de la coraza de acero de sus zapatos.

-¿Desde cuándo un monje lleva el acero de los zapatos de un caballero? –Se preguntó la princesa.

Levantó sus delicadas manos y agarró la capucha que cubría el rostro del monje dejando descubrir su vergüenza. Para el asombro de la princesa no se trataba de ningún monje sino del mismísimo caballero en persona que se mantenía serio, con la mirada fija en las pupilas de su princesa. La princesa, asombrada, no cabía en su asombro. Lo agarró de un brazo y no lo invitó a entrar en su alcoba sino que lo obligó. El caballero sin dudarlo se dejó llevar. La princesa de una patada cerró la puerta. Ella mordió sus labios, él beso su cuello como si fuesen sus mejillas. Ambos cayeron en el lecho y se perdieron durante toda la noche y hasta el amanecer entre sus sabanas, entre el calor de sus cuerpos, entre el secreto de sus miradas y sus palabras. Desde aquel día el sol nunca dejó de brillar en la tierra de la luz y del sol, las flores lucían sus mejores galas de primavera y aquella tierra que por un tiempo perdió su esencia jamás volvió a volverse gris y triste.


José María Fernández Vega


ανάμεσα σε εσάς και εμένα

Entre tierras lejanas,
entre soles y lunas,
entre concordancias de luces y tinieblas,
entre orilla y orilla,
entre marea y marea,
siento el aire al despertar,
vivo la lejanía al soñar,
cuento los segundos al pasar...
Vivo sin vivir,
hablo mientras canto,
canto mientras hablo,
respiro sin respirar de alivio al verte pasar.
Tras mucho hablar, tengo que confesar...
¡Miento! Tengo miedo,
de ser amigo de la soledad,
de mirar hacia atrás,
de luchar sin ganar,
de vencer al perder,
de caer al tropezar.
Si de alguna forma pudiera expresar
bajaría de las nubes para poderte contar
que el anhelo de mi caminar rompe con tu topar.
Y si en algún caso mi piel
deslizará sobre tu purpura tez
pétalos de rojas rosas mecerían
todo lo que adoro dentro de tu desnudez.


José María Fernández Vega


Sentir...

Cuando suena el silencio,
callo para escucharlo.
Cuando veo la noche,
admiro un brillo oculto entre tinieblas
que se muestra para no ser visto.
Cuando sopla el cálido viento
toco el aire suavemente
con la yema de mis lánguidos dedos.
Cuando la lluvia arrecia
palpo la dulce humedad del ambiente
con el sentir de tus labios
tan rosados y carnosos.
Cuando abril florece
sólo huelo el aroma
de tu grato recuerdo inolvidable
de un pasado de pronto presente.


José María Fernández Vega


Anoche soñé

Anoche soñé con tu cercanía, anoche me perdí en el reflejo de tu cristalina mirada, anoche sentí tu dulce olor como una fragancia en primavera, anoche rocé con mis sentidos el anhelo de un vivo corazón que late en la larga distancia, anoche escuche tu voz que hace que mis vellos se ericen y un escalofrío recorra mi cuerpo desnudo bajo la luna plateada, anoche soñé con los dorados rayos del sol y con los rojos pétalos de una rosa, anoche soñé que el canto de un ruiseñor traía un mensaje entre líneas, anoche soñé qué no debía soñar más, que mi sueño se haría realidad, que mi anhelo dejaría de ser eso mismo, un anhelo, que acabaría con la agonía del que espera y con la paciencia del que añora, con la tristeza del que extraña y con la esperanza del que sueña. Anoche soñé contigo mi amor...


José María Fernández Vega


Te adoro

Adoro tu voz cuando te escucho,
adoro tu risa cuando la siento...
Te adoro tanto... Que te extraño cuando no estás
y cuando estás me haces soñar tanto
que me niego a despertar
porque es más larga tu espera
que una vida sin respirar...



José María Fernández Vega


El nombre de la Rosa

Caminaba por tierra negra y fértil, húmeda por las lluvias del largo invierno que cubrían los días con una capota gris de gruesas nubes. Dejaba sus huellas marcadas en la tierra a su paso. Tras caminar varios minutos se detuvo en el centro del jardín. Se agachó y sacó de una vieja bolsa de mimbre que colgaba de su hombro un pequeño azadón tan castigado como la torcida espalda del humilde jardinero. Clavó el azadón en la tierra y la removió, de forma reiterada la volvía a remover con entusiasmo. Volvió a sacar de su saca una bolsita con abono que esparció con sus manos sobre la tierra como se esparce la sal por una carne que se quiere sazonar. Volvió a meter la mano en la saca y buscó detenidamente hasta que de ella saco una semilla. La miró entre sus gruesos dedos y sonrió, la observaba como un trofeo que acababa de ganar tras mucho esfuerzo. Introdujo su dedo anular en la tierra removida para hacer un hueco en el que enterrar a la semilla y la dejó caer en su interior. Con las manos tapó el agujero. Suspiró y se marchó por donde había venido satisfecho por el trabajo realizado. Al marcharse el jardinero, el jardín pareció retomar vida. A su paso las Amapolas y los Jazmines lo seguían con la mirada. Los Girasoles levantaban sus pesadas cabezas y llamaban a las diminutas Margaritas preguntándole que sucedía. ¿Cuál era la curiosidad de las Amapolas y de los Jazmines? Las Dalias, llenas de esplendor, púrpuras como el ocaso, miraban extrañada a los Lirios, que largos como cuellos de jirafa, extendían sus pétalos para observar que sucedía en torno al jardín. Un murmullo incesante recorría el jardín. Desde las Adormideras, hasta el último Almendro.

-¿Qué es lo que sucede? –Dijo la Azucena. No llego a divisar que ocurre.

-No entiendo tanto revuelo. Contestó la Manzanilla.

-Preguntémosle al Lirio. Él nos sabrá decir. ¡Lirio!, ¡Lirio! –Grito la Azucena.

-¿Quién me llama? –Preguntó el Lirio girando su largo y blanco cuello.

-Aquí Lirio, aquí, soy yo, la Azucena. Tengo que hacerte una pregunta que nos tiene a la Manzanilla y a mí sumergidas en un mar de dudas ¿Podrías decirme que sucede? ¿Por qué todas mantienen un rumor que suena como el correr del agua de un manantial en primavera?

El Lirio alargó uno de sus pétalos y preguntó al gentío. Uno de los Almendros contestó.

-Se trata de una nueva incorporación a nuestra casa. Ha venido el jardinero y ha fecundado una semilla en nuestra tierra. –Dijo el Almendro.

-¿Y qué hay de extraño en eso? –Preguntó de nuevo el Lirio. Es bueno saber que seremos más. Tenemos sol para todas por igual y no hay lluvia que repartir, ya se encargan las nubes de darnos el agua que necesitamos sin pedirla, nos la ofrecen generosamente.

-Son las Amapolas y los Jazmines quienes están más alertadas. –Dijo el Girasol.

-Pero sigo sin entender por qué tanto revuelo por una semilla. Puede que no florezca, que la tierra no la bendiga y muera enterrada en el útero que tenía por obra darle vida. –Dijo la Azucena.

-¡Callaos! –Advirtió el Lirio. El jardinero se acerca de nuevo.Todas las flores callaron como la noche y adoptaron su gracia natural. El jardinero se apresuraba en llegar cuanto antes al jardín, siguió los mismos pasos que anteriormente. Llevaba en su mano una regadera con agua pura y cristalina. Al llegar al centro del jardín inclinó la regadera y vertió el agua para empapar la tierra y dar fuerza a la nueva semilla para que luzca en la primavera como una seda natural. Lo hizo de forma lenta y meticulosa, no quería que un exceso de agua estropeara su nueva obra. Al terminar, regresó a su casa dónde su mujer lo esperaba con la comida humeante y recién hecha sobre la mesa.

-¿Habéis visto? –Dijo la Dalia. Con qué mimo da de comer a la nueva semilla.

-Tienes razón Dalia. –Contestó una Margarita.

-¿Qué tendrá de especial? –Preguntó la Azucena.

-A todas nosotras nos ofrece un cuidado especial y diferente, ya sabéis que no todas somos iguales. –Dijo el Jazmín sabiamente.

-¡Claro qué no somos todas iguales! –Replicó la Violeta con soberbia. ¿A alguna de vosotras se os ocurre pensar esa estupidez en serio?

Todas las flores miraron sorprendidas a la Violeta que parecía estar al margen, como si no fuese con ella la conversación.

-Ya me parecía que la arrogante Violeta estaba tardando mucho en hacerse notar. –Dijo el Almendro.

-Esperaba un inoportuno momento. –Dijo muy segura la Violeta. Una aparición en un adecuado instante es como una desaparición en un buen momento, todos las esperan. Es muy usual y poco interesante.

-¿Acaso te crees interesante? –Preguntó la Amapola.

-¿Estás celosa? Claro que soy interesante, soy la favorita del jardín para el jardinero. Soy la que está mejor ubicada, me despiertan los rayos del sol de la mañana dándome los buenos días y me despide el reflejo de la panza de la luna reposando en el estanque de aguas de plata.

-Ya no eres la favorita del jardinero. –Dijo la Dalia. No estás en el centro del jardín. Es la mejor ubicación, es la que está más alta y es la que siente primera el rocío de la mañana en sus pétalos brillantes.

-¡Claro que soy la favorita! –Dijo expresiva. El jardinero quiere hacer un experimento.

-¿Cómo? –Dijeron todas al unísono.

-Lo que habéis escuchado. Un experimento.

-¿Puedes explicarte? –Preguntó el Jazmín.

-El jardinero. El sabio jardinero está probando cómo de fértil es la tierra que me rodea. Aunque sea negra como el carbón, quiere cerciorarse. No asume el riesgo de perder su mayor trofeo.

-Será más especial que tú. –Dijo el Lirio. Todas habéis visto lo feliz que parecía.

Las margaritas y las manzanillas asintieron sus cabezas amarillas como el azafrán y sus pétalos blancos como el algodón.

-No tenéis ni idea. –Dijo la Violeta. ¿Qué flor puede ser más bella que yo? ¿Acaso tú Dalia? Con tu reflejo purpúreo, ¿o tú Azucena? Con tus pétalos blancos como la leche. El jardinero planea construir mi trono, seré la princesa del jardín. Me bañará con las aguas más puras del estanque y me rociará con las mejores ofrendas. En cuanto crezca, me implantará en mi silla de reina. Miradlo con detenimiento, porque en primavera, cuando los rayos del sol cubran con luz maravillosa los parajes sombríos del invierno, mis pétalos morados bailarán con la fresca brisa, meciéndose al son del viento. ¡Vamos miradlo! –Insistió. Observad el futuro emplazamiento de alguien digno de un trono.

-No lo sabes con certeza Violeta. –Dijo la Dalia. Podría ser una nueva flor que no está con nosotros, una flor tan bella que no sea conocida y que sólo exista en el mundo de los sueños donde sólo algunos afortunados logran ver porque ni siquiera está al alcance de la imaginación. Sólo existe en nuestros subconscientes.

-¡Jajajaja…! -¡Qué Platónico! –Dijo riendo la Violeta. ¡Qué clase de disparate acabas de decir! Una flor tan bella qué sólo exista en el mundo de los sueños. ¿Te lo ha contado un niño o la adormidera ebria de su veneno?

Todas las flores miraron a la Adormidera que, en silencio, asumió el la irónica pregunta de la Violeta. Sabía de sobras que discutir con la Violeta era como llevarle la contraria a la flor más tozuda para hacerla entrar en razón.

-El tiempo me dará la razón. –Dijo la Violeta.

-O te la quitará. –Contestó la Azucena.

-Siempre tiene que haber incomprendidas en la viña del jardín. Ya no quiero hablar más de este tema, me aburre está conversación, no es de flores inteligentes, es de simples charlatanas que cacarean como gallinas de corral.

-¡Callaos! –Dijo de nuevo el Lirio que advertía como un vigía. El jardinero viene, se aproxima. Todas en silencio.

El silencio se volvió a apoderar del jardín que parecía imperturbable para el jardinero. Se acercó de nuevo al centro del jardín e hizo un cerco con piedras grises y lisas que había escogido meticulosamente. Las fue apilando alrededor del montículo negro de arena húmeda hasta que la semilla quedo dentro de un círculo de pedruscos. Parecía protegida como una ciudad amurallada. El jardinero se sentó en la tierra, y contempló su jardín durante la caída del triste sol del invierno. Esos días de invierno, cortos como la vida pero de noches largas como la espera, transcurrían con lluvias y con soles, alternando y sincronizando una secuencia de luces y de sombras caprichosas. Pero las estaciones, al igual que la vida, cambian con el transcurso del tiempo. El invierno deja paso al nacimiento de la vida. La primavera llena de olores que contrastan unos con otros, llena de vida que inunda los parajes más solitarios y recónditos. Y da vida hasta a la semilla más insignificante. Del montículo de arena sobresalía un débil tronco verde culminado por un tímido capullo avergonzado por su languidez. La Violeta en cuanto lo vio no dudo en burlarse de él.

-¡Habéis visto! –Advirtió la Violeta. ¿De verdad queréis hacerme creer que ese insólito y deforme capullo me puede hacer sombra alguna?

-No seas cruel. –Dijo la Azucena.

-Aún es muy pequeña. –Contestó la Dalia.

-Parece que la celosa intratable eres tú Violeta. –Dijo el Jazmín.

-¿Celosa yo? Mi belleza no entiende de celos. No necesito ser celosa ni envidiosa. Estoy por encima de sentimientos tan banales y bajos como esos. Además todas sabéis que soy la favorita del jardinero. ¿Qué tiempo creéis que tardará en arrancar ese débil capullo y sembrarme a mí, a la favorita de su colección?

-Me gustaría saber que eso no lo hará jamás. –Contestó el Almendro.

-El tiempo terminará por darme la razón. Es simplemente cuestión de tiempo. Se trata de esperar una respuesta ya anunciada por mí y que se os revelará de forma fehaciente llegado el momento. Aunque yo, cortésmente ya os lo digo.

Las flores contestaron con murmullos más que con palabras directas a lo que la Violeta en su posición superior pareció no afectarle para nada. El jardinero, con la paciencia de una madre, cada día, regaba con ojo clínico el capullo que brotaba de la tierra fecundada. Cada día miraba al cielo buscando por dónde salían los rayos de sol que la nutrirían. Cada día se acercaba al brote para oler la mínima esencia que de ella podía emanar. Son esos olores que, en primavera, perfuman rincones y parajes. Olores intemporales y fragancias naturales que el hombre se empeña en imitar y que sólo la naturaleza sabe crear con maestría. Durante la primera etapa de la primavera, las lluvias incesantes, crearon un ambiente otoñal, con la diferencia de que las hojas de los árboles en lugar de caer débiles y oxidadas, se empeñaban en surgir con la fuerza y el vigor de un adolescente. El capullo no iba a ser menos, su tronco, lánguido y triste, como una metamorfosis, paso a ser un tallo verde, largo y esbelto como las patas de una cigüeña. De su tronco, surgieron, a modo de protección, púas punzantes, dos hojas tan verdes como su tallo y un capitel corintio sobre el que se asentaba el capullo como una corona sobre la cabeza de una princesa. Con la luz de la mañana las abejas pastan por las flores recolectando preciado polen, los insectos campan entre la hierba y los pájaros cantan como tenores en un teatro rebosante de curiosos por escucharlos. Es el sonido de la primavera. La Azucena, brillante por el rocío de la mañana en sus pétalos, observaba el cambio del capullo. Llamó al Jazmín para que lo viese también, el Jazmín a su vez llamó a la Dalia.

-Ya no parece la misma raquítica. –Dijo la Dalia.

-Ha crecido bastante. Y parece que perfuma con frescura el jardín. –Contestó el Jazmín.

-¡Es cierto! –Apreció la Azucena. Es un olor tan nuevo como la mañana que, despierta con las primeras horas del día.

-¿No te parece increíble Violeta? –Preguntó el Jazmín.

La Violeta no contestó, respiraba el aroma que galardonaba el ambiente.

-Tarde o temprano conoceremos a nuestra preciada invitada. –Dijo la Dalia.

-Más temprano que tarde. –Contestó el Jazmín.

La Violeta, presa de la duda, cobarde de sus palabras, alargo el silencio todo lo que pudo. Presumía de ser la más bella del jardín, pero y si se equivocaba de verdad. Las manzanillas y margaritas, traviesas y jóvenes, bromeaban entre ellas y daban formas posibles al capullo. Los girasoles extendían sus pétalos y ofrecían sus anchas cabezas al baño de los rayos del sol. Los almendros en flor, las enredaderas cubriendo bastos troncos, desde las raíces hasta las copas verdes y frondosas. Cada mañana, a primera hora, el jardinero volvía al jardín para regar a la nueva flor. Hacía una ronda por todas y finalizaba en el centro del jardín. Procuraba mimos dignos de princesas para su nueva obra. Halagos propios de una musa admirada. Palabras de caballero a una joven Dulcinea. Hasta que un día, la semilla que se sembró en el frio invierno floreció en la soleada primavera. Inundó con el bálsamo de sus pétalos el jardín. Las flores despertaron y con sorpresa olieron, con asombro miraron y sin palabras comentaron. Su figura era fina y esbelta como una bailarina, su belleza propia de una andina, su tronco largo, espinoso y de un verde lleno de frescura, sus pétalos bermellón como el rojo de la sangre de un humilde corazón. El viento la mecía suavemente como un niño en una cuna. Todas la miraban absortas, nadie vio antes belleza parecida.

-¿Cómo te llamas? –Preguntó la Violeta.

-Déjanos saber cómo te llamas. –Dijo la Dalia.

-Aun no sé mi nombre. –Contestó. Nadie me lo ha dicho.

-No puede ser que tus pétalos rojos como la escarlata no lo sepan. –Contestó el Jazmín.

-Deberás tener nombre de princesa. –Dijo la Dalia. Tu nombre deberá ser el de una princesa que se escriba con letras que el sol pueda dorar y la luna platear.

-Será el jardinero quién decida cómo se llamará. –Dijo la Violeta. Envidio la curvatura de tu perfil, envidio la tierra en la que se proyecta tu sombra, envidio la luz que choca en tu tronco espinado. Eres tan bella que jamás podría haberlo imaginado… princesa. A partir de ahora este jardín estará coronado por este galardón tan preciado. Serás la princesa de las flores.

-Callaos chicas. –Advirtió el Lirio de nuevo. Escucho pisadas en la tierra, creo que alguien viene.

El jardinero fue hasta el jardín. Con asombro vio lo que llevaba meses esperando. Llamo a su mujer para compartir esta nueva visión que hace que la imaginación fluya por sus mejores afluentes. Llegó hasta sus pies y se agachó. Se acercó a ella e inspiró su fragancia como quien descubre un nuevo olor. Acarició sus pétalos rojos.

-Nunca llegué a pensar que podrías llegar a ser tan bella. –Dijo el jardinero. No tengo palabras para describirte, sólo tengo palabras para agradecerte. Quiero ponerte nombre. Quiero ponerte un nombre que cuando se escuche el sol salga a alumbrarte y cuando lo repita las estrellas salgan a iluminarte.El jardinero se acercó a ella y como en un susurro en un oído le dijo.

-Eres la rosa más bella que jamás haya sido vista en un jardín… Katia…



José María Fernández Vega

¿Sabes una cosa?

Te veo cuando te escucho,
te siento cuando te imagino,
te huelo cuando te acercas
y rio cuando sonríes.
Lloro cuando lloras,
salto cuando saltas,
vuelo cuando vuelas,
ando cuando andas
y te espero sentado en un escalón solitario rodeado de gente.
Me toman por loco
y no engaño,sé que estoy loco,
me sobra la cordura si con ella sé aleja mi flor.
Cada mañana me despierta tu pensar,
sueño con tu gemir y disfrutar,
con tu retozar y anhelar,
con tu cuerpo desnudo sobre el mío
y el mío sobre el tuyo.
Tu risa pícara sobre mis labios
hacen desaparecer mi inocencia perdida,
me envuelve tu fuego que avivo con mi pasión enfurecida.
Carnes trémulas,
frenesí de calor,
placer descontrolado,
llueve sin control entre tus piernas sedosas.
Mójame de tu lujuria,
no tengas piedad,
haz de mí tú sufridor,
que yo haré de ti el motivo de mi vivir...


José María Fernández Vega