domingo, 31 de octubre de 2010

Ensayo de una novela

 -No tienes ni idea de lo que es la consciencia, ni sabes qué es el remordimiento porque lo hubieras sentido sólo con pensar la necia idea de engañarme, ni sabes cuál es la vergüenza que siento por ti, de qué forma me avergüenzas, has destrozado mi intimidad, has pisoteado mi nombre como un puñado de hojas en otoño. No eres consciente de nada, absolutamente de nada, no tienes ni idea del daño que me has infringido y que vas a causarme, porque este daño, por desgracia, no morirá entre estás paredes malditas sino que vagará hasta que se ahogue luchando por sobrevivir en el último suspiro de mis recuerdos y que trataré por todos los medios que muera cuanto antes. Para mí ya has muerto pero no para mi subconsciente que te sacará a la luz durante más de mil de mis sueños y esa es una cruz, tan pesada como la lápida con la que me has otorgado esta pena, que sólo yo tendré que soportar y tengo la perversa suerte de que esa cruz ya la conozco y no tienes ni idea, dentro de tu consciencia de lo que eso significa. Ni tus amiguitos de la infancia, con lo osados que presumíais ser. Ninguno de vosotros conoce el dolor real de la vida, el daño insufrible que te ocasiona un ser querido. Es la otra cara del amor, es el odio, es el amor al desamor, es el esperado olvido. ¿Sabes lo fácil que es caer en la desesperanza? ¿Sabes cómo acaba con la vida de una persona? Sin esperanza, no hay anhelo por el que vivir, no hay motor que te haga mover, no hay sentimiento que te haga respirar, lo único que deseas es morir y por tu gran idea de engañarme tengo que enfrentarme de nuevo a ese icono de monstruosidad. Gracias a tu genial idea de destruir nuestro compromiso. Gracias por ser sincero conmigo. Gracias por devolverme como  amigos inseparables al odio y al rencor, por devolverme como aliada a la desconfianza, por hacer que mi compañera sea de nuevo la soledad. Gracias por hacerme sentir enferma de nuevo, por que suba por mi cuerpo, desde mis pies hasta mi cabeza, esa infernal sensación de angustia y pesar, de ahogo interminable y de una presión constante que parezca que en mi pecho reposa el dolor de mil tristes desdichados. ¿De verdad lo has hecho Diego? –Dijo rompiendo a llorar. ¿Qué he hecho mal? Dime, ¿en qué te he fallado? ¿No he sido lo suficiente buena para ti? ¿Quién es tan grande y afortunada que ha hecho que fijes tu mirada en ella? ¿De verdad te merece? ¿Te parece mejor que yo? Oh Diego, sé sincero conmigo. Te ruego que no me hagas el daño que no merezco. Aun sigo pensando que en este juicio de moralidad, el culpable es inocente y la mentira sólo es una verdad enmascarada, que la ficción es eso, simplemente ficción y que las dolorosas noticias que cuentan como reales son fruto de una función más de pésimo argumento. ¿Es así o no es así? Dime que no estoy equivocada, dime que estoy loca por desconfiar de ti y creer el rumor absurdo de una envidiosa infeliz, dime que una fracasada que reparte dudas y vive en la inmoralidad no tiene la razón de un juez ni la ni la imparcialidad de un árbitro. Dímelo y no hagas que el silencio hablé por ti, porque será tan incomodo como la insensatez. Dímelo y no hagas que terceras personas sean las que rompieron nuestros lazos de unión. ¡Dime que estoy loca! ¡Dime que te acuso sin razón! ¡Dime que no lo hiciste! ¡Dime que fuiste más fuerte que la tentación! Si llego a haber tentación ¡Dime que no soy una tonta por creer las necedades de palabras ajenas! ¡Dime que todo esto es un mal sueño! Ayúdame a despertar de esta pesadilla. Ayúdame a creer y confiar. ¿Debo tener fe en tus palabras? Aunque ya te has confesado como culpable. Pero ¿Por qué sigo creyendo que eres inocente? ¿Tanto te amo? Que ni la más dura de las penas puedo permitir que recaiga sobre tus hombros. Soportaría hasta la condena más tétrica, hasta la condena en el calabozo más lúgubre que pueda existir, dónde la luz y la alegría brillen por su ausencia, ¡me tiraría al pozo más hondo y oscuro! Con tal de que tus palabras sean sinceras y aun siendo sinceras y puede que duras y lastimosas. La verdad, sólo por ser verdad, no tiene por qué ser buena, ni mala tampoco, pero si indiferente, no va acompañada de una manual de sensatez, sino de cruda realidad.


José María Fernández Vega


No hay comentarios:

Publicar un comentario