domingo, 31 de octubre de 2010

El nombre de la Rosa

Caminaba por tierra negra y fértil, húmeda por las lluvias del largo invierno que cubrían los días con una capota gris de gruesas nubes. Dejaba sus huellas marcadas en la tierra a su paso. Tras caminar varios minutos se detuvo en el centro del jardín. Se agachó y sacó de una vieja bolsa de mimbre que colgaba de su hombro un pequeño azadón tan castigado como la torcida espalda del humilde jardinero. Clavó el azadón en la tierra y la removió, de forma reiterada la volvía a remover con entusiasmo. Volvió a sacar de su saca una bolsita con abono que esparció con sus manos sobre la tierra como se esparce la sal por una carne que se quiere sazonar. Volvió a meter la mano en la saca y buscó detenidamente hasta que de ella saco una semilla. La miró entre sus gruesos dedos y sonrió, la observaba como un trofeo que acababa de ganar tras mucho esfuerzo. Introdujo su dedo anular en la tierra removida para hacer un hueco en el que enterrar a la semilla y la dejó caer en su interior. Con las manos tapó el agujero. Suspiró y se marchó por donde había venido satisfecho por el trabajo realizado. Al marcharse el jardinero, el jardín pareció retomar vida. A su paso las Amapolas y los Jazmines lo seguían con la mirada. Los Girasoles levantaban sus pesadas cabezas y llamaban a las diminutas Margaritas preguntándole que sucedía. ¿Cuál era la curiosidad de las Amapolas y de los Jazmines? Las Dalias, llenas de esplendor, púrpuras como el ocaso, miraban extrañada a los Lirios, que largos como cuellos de jirafa, extendían sus pétalos para observar que sucedía en torno al jardín. Un murmullo incesante recorría el jardín. Desde las Adormideras, hasta el último Almendro.

-¿Qué es lo que sucede? –Dijo la Azucena. No llego a divisar que ocurre.

-No entiendo tanto revuelo. Contestó la Manzanilla.

-Preguntémosle al Lirio. Él nos sabrá decir. ¡Lirio!, ¡Lirio! –Grito la Azucena.

-¿Quién me llama? –Preguntó el Lirio girando su largo y blanco cuello.

-Aquí Lirio, aquí, soy yo, la Azucena. Tengo que hacerte una pregunta que nos tiene a la Manzanilla y a mí sumergidas en un mar de dudas ¿Podrías decirme que sucede? ¿Por qué todas mantienen un rumor que suena como el correr del agua de un manantial en primavera?

El Lirio alargó uno de sus pétalos y preguntó al gentío. Uno de los Almendros contestó.

-Se trata de una nueva incorporación a nuestra casa. Ha venido el jardinero y ha fecundado una semilla en nuestra tierra. –Dijo el Almendro.

-¿Y qué hay de extraño en eso? –Preguntó de nuevo el Lirio. Es bueno saber que seremos más. Tenemos sol para todas por igual y no hay lluvia que repartir, ya se encargan las nubes de darnos el agua que necesitamos sin pedirla, nos la ofrecen generosamente.

-Son las Amapolas y los Jazmines quienes están más alertadas. –Dijo el Girasol.

-Pero sigo sin entender por qué tanto revuelo por una semilla. Puede que no florezca, que la tierra no la bendiga y muera enterrada en el útero que tenía por obra darle vida. –Dijo la Azucena.

-¡Callaos! –Advirtió el Lirio. El jardinero se acerca de nuevo.Todas las flores callaron como la noche y adoptaron su gracia natural. El jardinero se apresuraba en llegar cuanto antes al jardín, siguió los mismos pasos que anteriormente. Llevaba en su mano una regadera con agua pura y cristalina. Al llegar al centro del jardín inclinó la regadera y vertió el agua para empapar la tierra y dar fuerza a la nueva semilla para que luzca en la primavera como una seda natural. Lo hizo de forma lenta y meticulosa, no quería que un exceso de agua estropeara su nueva obra. Al terminar, regresó a su casa dónde su mujer lo esperaba con la comida humeante y recién hecha sobre la mesa.

-¿Habéis visto? –Dijo la Dalia. Con qué mimo da de comer a la nueva semilla.

-Tienes razón Dalia. –Contestó una Margarita.

-¿Qué tendrá de especial? –Preguntó la Azucena.

-A todas nosotras nos ofrece un cuidado especial y diferente, ya sabéis que no todas somos iguales. –Dijo el Jazmín sabiamente.

-¡Claro qué no somos todas iguales! –Replicó la Violeta con soberbia. ¿A alguna de vosotras se os ocurre pensar esa estupidez en serio?

Todas las flores miraron sorprendidas a la Violeta que parecía estar al margen, como si no fuese con ella la conversación.

-Ya me parecía que la arrogante Violeta estaba tardando mucho en hacerse notar. –Dijo el Almendro.

-Esperaba un inoportuno momento. –Dijo muy segura la Violeta. Una aparición en un adecuado instante es como una desaparición en un buen momento, todos las esperan. Es muy usual y poco interesante.

-¿Acaso te crees interesante? –Preguntó la Amapola.

-¿Estás celosa? Claro que soy interesante, soy la favorita del jardín para el jardinero. Soy la que está mejor ubicada, me despiertan los rayos del sol de la mañana dándome los buenos días y me despide el reflejo de la panza de la luna reposando en el estanque de aguas de plata.

-Ya no eres la favorita del jardinero. –Dijo la Dalia. No estás en el centro del jardín. Es la mejor ubicación, es la que está más alta y es la que siente primera el rocío de la mañana en sus pétalos brillantes.

-¡Claro que soy la favorita! –Dijo expresiva. El jardinero quiere hacer un experimento.

-¿Cómo? –Dijeron todas al unísono.

-Lo que habéis escuchado. Un experimento.

-¿Puedes explicarte? –Preguntó el Jazmín.

-El jardinero. El sabio jardinero está probando cómo de fértil es la tierra que me rodea. Aunque sea negra como el carbón, quiere cerciorarse. No asume el riesgo de perder su mayor trofeo.

-Será más especial que tú. –Dijo el Lirio. Todas habéis visto lo feliz que parecía.

Las margaritas y las manzanillas asintieron sus cabezas amarillas como el azafrán y sus pétalos blancos como el algodón.

-No tenéis ni idea. –Dijo la Violeta. ¿Qué flor puede ser más bella que yo? ¿Acaso tú Dalia? Con tu reflejo purpúreo, ¿o tú Azucena? Con tus pétalos blancos como la leche. El jardinero planea construir mi trono, seré la princesa del jardín. Me bañará con las aguas más puras del estanque y me rociará con las mejores ofrendas. En cuanto crezca, me implantará en mi silla de reina. Miradlo con detenimiento, porque en primavera, cuando los rayos del sol cubran con luz maravillosa los parajes sombríos del invierno, mis pétalos morados bailarán con la fresca brisa, meciéndose al son del viento. ¡Vamos miradlo! –Insistió. Observad el futuro emplazamiento de alguien digno de un trono.

-No lo sabes con certeza Violeta. –Dijo la Dalia. Podría ser una nueva flor que no está con nosotros, una flor tan bella que no sea conocida y que sólo exista en el mundo de los sueños donde sólo algunos afortunados logran ver porque ni siquiera está al alcance de la imaginación. Sólo existe en nuestros subconscientes.

-¡Jajajaja…! -¡Qué Platónico! –Dijo riendo la Violeta. ¡Qué clase de disparate acabas de decir! Una flor tan bella qué sólo exista en el mundo de los sueños. ¿Te lo ha contado un niño o la adormidera ebria de su veneno?

Todas las flores miraron a la Adormidera que, en silencio, asumió el la irónica pregunta de la Violeta. Sabía de sobras que discutir con la Violeta era como llevarle la contraria a la flor más tozuda para hacerla entrar en razón.

-El tiempo me dará la razón. –Dijo la Violeta.

-O te la quitará. –Contestó la Azucena.

-Siempre tiene que haber incomprendidas en la viña del jardín. Ya no quiero hablar más de este tema, me aburre está conversación, no es de flores inteligentes, es de simples charlatanas que cacarean como gallinas de corral.

-¡Callaos! –Dijo de nuevo el Lirio que advertía como un vigía. El jardinero viene, se aproxima. Todas en silencio.

El silencio se volvió a apoderar del jardín que parecía imperturbable para el jardinero. Se acercó de nuevo al centro del jardín e hizo un cerco con piedras grises y lisas que había escogido meticulosamente. Las fue apilando alrededor del montículo negro de arena húmeda hasta que la semilla quedo dentro de un círculo de pedruscos. Parecía protegida como una ciudad amurallada. El jardinero se sentó en la tierra, y contempló su jardín durante la caída del triste sol del invierno. Esos días de invierno, cortos como la vida pero de noches largas como la espera, transcurrían con lluvias y con soles, alternando y sincronizando una secuencia de luces y de sombras caprichosas. Pero las estaciones, al igual que la vida, cambian con el transcurso del tiempo. El invierno deja paso al nacimiento de la vida. La primavera llena de olores que contrastan unos con otros, llena de vida que inunda los parajes más solitarios y recónditos. Y da vida hasta a la semilla más insignificante. Del montículo de arena sobresalía un débil tronco verde culminado por un tímido capullo avergonzado por su languidez. La Violeta en cuanto lo vio no dudo en burlarse de él.

-¡Habéis visto! –Advirtió la Violeta. ¿De verdad queréis hacerme creer que ese insólito y deforme capullo me puede hacer sombra alguna?

-No seas cruel. –Dijo la Azucena.

-Aún es muy pequeña. –Contestó la Dalia.

-Parece que la celosa intratable eres tú Violeta. –Dijo el Jazmín.

-¿Celosa yo? Mi belleza no entiende de celos. No necesito ser celosa ni envidiosa. Estoy por encima de sentimientos tan banales y bajos como esos. Además todas sabéis que soy la favorita del jardinero. ¿Qué tiempo creéis que tardará en arrancar ese débil capullo y sembrarme a mí, a la favorita de su colección?

-Me gustaría saber que eso no lo hará jamás. –Contestó el Almendro.

-El tiempo terminará por darme la razón. Es simplemente cuestión de tiempo. Se trata de esperar una respuesta ya anunciada por mí y que se os revelará de forma fehaciente llegado el momento. Aunque yo, cortésmente ya os lo digo.

Las flores contestaron con murmullos más que con palabras directas a lo que la Violeta en su posición superior pareció no afectarle para nada. El jardinero, con la paciencia de una madre, cada día, regaba con ojo clínico el capullo que brotaba de la tierra fecundada. Cada día miraba al cielo buscando por dónde salían los rayos de sol que la nutrirían. Cada día se acercaba al brote para oler la mínima esencia que de ella podía emanar. Son esos olores que, en primavera, perfuman rincones y parajes. Olores intemporales y fragancias naturales que el hombre se empeña en imitar y que sólo la naturaleza sabe crear con maestría. Durante la primera etapa de la primavera, las lluvias incesantes, crearon un ambiente otoñal, con la diferencia de que las hojas de los árboles en lugar de caer débiles y oxidadas, se empeñaban en surgir con la fuerza y el vigor de un adolescente. El capullo no iba a ser menos, su tronco, lánguido y triste, como una metamorfosis, paso a ser un tallo verde, largo y esbelto como las patas de una cigüeña. De su tronco, surgieron, a modo de protección, púas punzantes, dos hojas tan verdes como su tallo y un capitel corintio sobre el que se asentaba el capullo como una corona sobre la cabeza de una princesa. Con la luz de la mañana las abejas pastan por las flores recolectando preciado polen, los insectos campan entre la hierba y los pájaros cantan como tenores en un teatro rebosante de curiosos por escucharlos. Es el sonido de la primavera. La Azucena, brillante por el rocío de la mañana en sus pétalos, observaba el cambio del capullo. Llamó al Jazmín para que lo viese también, el Jazmín a su vez llamó a la Dalia.

-Ya no parece la misma raquítica. –Dijo la Dalia.

-Ha crecido bastante. Y parece que perfuma con frescura el jardín. –Contestó el Jazmín.

-¡Es cierto! –Apreció la Azucena. Es un olor tan nuevo como la mañana que, despierta con las primeras horas del día.

-¿No te parece increíble Violeta? –Preguntó el Jazmín.

La Violeta no contestó, respiraba el aroma que galardonaba el ambiente.

-Tarde o temprano conoceremos a nuestra preciada invitada. –Dijo la Dalia.

-Más temprano que tarde. –Contestó el Jazmín.

La Violeta, presa de la duda, cobarde de sus palabras, alargo el silencio todo lo que pudo. Presumía de ser la más bella del jardín, pero y si se equivocaba de verdad. Las manzanillas y margaritas, traviesas y jóvenes, bromeaban entre ellas y daban formas posibles al capullo. Los girasoles extendían sus pétalos y ofrecían sus anchas cabezas al baño de los rayos del sol. Los almendros en flor, las enredaderas cubriendo bastos troncos, desde las raíces hasta las copas verdes y frondosas. Cada mañana, a primera hora, el jardinero volvía al jardín para regar a la nueva flor. Hacía una ronda por todas y finalizaba en el centro del jardín. Procuraba mimos dignos de princesas para su nueva obra. Halagos propios de una musa admirada. Palabras de caballero a una joven Dulcinea. Hasta que un día, la semilla que se sembró en el frio invierno floreció en la soleada primavera. Inundó con el bálsamo de sus pétalos el jardín. Las flores despertaron y con sorpresa olieron, con asombro miraron y sin palabras comentaron. Su figura era fina y esbelta como una bailarina, su belleza propia de una andina, su tronco largo, espinoso y de un verde lleno de frescura, sus pétalos bermellón como el rojo de la sangre de un humilde corazón. El viento la mecía suavemente como un niño en una cuna. Todas la miraban absortas, nadie vio antes belleza parecida.

-¿Cómo te llamas? –Preguntó la Violeta.

-Déjanos saber cómo te llamas. –Dijo la Dalia.

-Aun no sé mi nombre. –Contestó. Nadie me lo ha dicho.

-No puede ser que tus pétalos rojos como la escarlata no lo sepan. –Contestó el Jazmín.

-Deberás tener nombre de princesa. –Dijo la Dalia. Tu nombre deberá ser el de una princesa que se escriba con letras que el sol pueda dorar y la luna platear.

-Será el jardinero quién decida cómo se llamará. –Dijo la Violeta. Envidio la curvatura de tu perfil, envidio la tierra en la que se proyecta tu sombra, envidio la luz que choca en tu tronco espinado. Eres tan bella que jamás podría haberlo imaginado… princesa. A partir de ahora este jardín estará coronado por este galardón tan preciado. Serás la princesa de las flores.

-Callaos chicas. –Advirtió el Lirio de nuevo. Escucho pisadas en la tierra, creo que alguien viene.

El jardinero fue hasta el jardín. Con asombro vio lo que llevaba meses esperando. Llamo a su mujer para compartir esta nueva visión que hace que la imaginación fluya por sus mejores afluentes. Llegó hasta sus pies y se agachó. Se acercó a ella e inspiró su fragancia como quien descubre un nuevo olor. Acarició sus pétalos rojos.

-Nunca llegué a pensar que podrías llegar a ser tan bella. –Dijo el jardinero. No tengo palabras para describirte, sólo tengo palabras para agradecerte. Quiero ponerte nombre. Quiero ponerte un nombre que cuando se escuche el sol salga a alumbrarte y cuando lo repita las estrellas salgan a iluminarte.El jardinero se acercó a ella y como en un susurro en un oído le dijo.

-Eres la rosa más bella que jamás haya sido vista en un jardín… Katia…



José María Fernández Vega

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