miércoles, 24 de noviembre de 2010

Triste poeta

Escucha del silencio la triste voz de un poeta
que clama al susurro sin palabras para no decir nada,
para ahuyentar digna melancolía que late como valentía…
Fuerte es el llanto de la lluvia que no cesa…
aun sentido su afonía,
se palpa su estrecho hilo de vida
que retumba como un oscuro vacio sin fin…
Brinda al anhelo con el clamor de un guerrero
que desgarra su ropaje dispuesto a la lucha sin contrario,
sin condición del sabor que emana de la derrota,
muere en su solitaria victoria…


José María Fernández Vega


lunes, 22 de noviembre de 2010

Inesperado

La luz de las luces que brilla sin cegar,
es tu rayo de plata luna que ilumina una senda de color claroscuro y
lleva la primavera en un otoño tan deshojado como marchito... que
vuelve a la vida la vida que aun no ha muerto, ni morirá…
Se mantendrá a tu lado inconsciente sin pensar…
no hay nada más que pensar…
es la locura la que motiva nuestro inmoral vicio
que descarría el desorden aparente y relaja la incompetencia…
Libre soy si soy loco y acompaño tu locura que me vuelve cuerdo…
Como desnudo me siento en tu ausencia que por corta es eterna y por larga utopía…
No puede ser real… no puedo creer que sea verdad… que sea así…
Y sí así es… que así sea, porque de alguna forma así se ha querido…
O alguien justo en esta vida lo quiso por nosotros y quiso de ti y de mí
lo que él para él… para nosotros… nuestra locura…
Porque aunque lejos supo que en lugares recónditos nace de improvisto…
lo inesperado…



José María Fernández Vega


domingo, 14 de noviembre de 2010

Es decir el nombre que sale de mí… tú…
No sé quién soy cuando perdido vago en pensamientos de ti,
en lagunas eternas que no fingen y son sinceras,
de los que es difícil regresar, tanto que me niego a retroceder,
reconozco como soy cuanto cerca estoy,
contigo es diferente y nunca es lo mismo,
ni pretendo que lo sea, aunque contigo repetir… siempre sea algo nuevo…
Sentimos idénticos deseos que consumamos entre llamas que no se agotan,
apetitos insaciables que no sacian las ganas de ti y de mí,
nuestras ganas…
que viven perpetuas y ninguna desvanece…
Escribimos con letras prohibidas en cavidades ocultas
que no se encuentran fácilmente,
poesías de calor y ritmos de pasión,
conjuros latinos que se celebran en noches de luna llena,
en territorios perdidos, en senderos lejanos que no llevan a ningún lugar
y en el que anhelamos perdernos para no volver jamás…
Eres tú y sólo tú la que hace de mí y consigue conmigo
lo que nadie tiene y brindo por regalártelo
porque nada lo merece más que tú…


José María Fernández Vega


sábado, 13 de noviembre de 2010

En busca de un sueño

-¿A qué se debe tanta calma? El aire es tranquilo, la brisa apacigua el calor del día. Respiro paz.

Tristán estaba sentado, solo, en una playa de aguas turquesas como la Alejandrita. Se dejó caer lánguidamente sobre la cálida arena y respiró profundamente.

-Es tu interior el que da paz a esta naturaleza, no la natura la que tranquiliza los elementos. –Escuchó de pronto.

Tristán engrandeció sus ojos cuando sintió una voz tan delicada. Se levantó sobresaltado al pensar que solo se hallaba en kilómetros de distancia. Cuál fue su sorpresa al observar tanta belleza reunida en tan poco espacio. De cabello castaño y ojos marrones como el más suave de los chocolates. De piel canela y suave como el terciopelo, a la que no se atrevió a tocar por miedo a que no fuera real y llegará a desvanecerse. La brisa, esa que apacigua la temperatura y vuelve agradable la estancia, mecía su pelo al son de las notas de una partitura inigualable. No pudo preguntar de quién se trataba, fue, quizás una pregunta innecesaria en una necesidad de saber más de lo que se requería.

-Esta preciosa la tarde, ¿Verdad? –Preguntó Tristán.

-No tanto como tu compañía. -Respondió la extraña que dejó caer su cabeza en el hombro de Tristán y rodeo la cintura con sus brazos.

Era de extrañar que hubiera un vacio de preguntas por parte de Tristán hacía la aparición que, aunque grata, asombraba. Esta persona de tez fémina lo acompañó en su movimiento y reposaron ambos horizontales, descansando piernas y brazos al unísono.


-Me llamo Isolda. –Dijo de forma súbita.


No esperó respuesta, ya que los dos permanecieron sumidos en un baño de tranquilidad, donde el silencio era un mero acompañante que nunca fue incomodo y siempre correspondido. Isolda giró sobre sí misma y reposó su brazo sobre el torso de Tristán. Este pasó su brazo por debajo de la cabeza de ella a modo de almohada para mayor comodidad. Juntos vieron el atardecer sin cruzar mayor palabra que el sonido de sus corazones latiendo suavemente que hablaron por ellos.

-Sí por mi fuera y pudiera el tiempo detendría. –Dijo Tristán. No te conozco, ni sé quién eres. –Confesó en un arrebato de sinceridad. Pero pasaría contigo aquí el resto de mi vida.

-Si quieres, por qué no lo haces, qué te lo impide cuando me tienes aquí y de tu lado no me quiero ir. No es necesario que pares el tiempo, sólo hay momento en el que queda el valor de tenernos. Sueña que soñamos y jamás despertamos. Esa es la forma de hacerlo. Ten contigo lo que doy de ti, tendré conmigo lo que das de mí. Mezclamos sentimientos y seremos uno. Así seremos eternos.

-Hablas con la razón de una persona sincera, y sinceras son tus palabras. Isolda quiero pasar el resto de mi vida contigo. Sin saber quién eres, aun así lo quiero. Tu aura proporciona calor y tu alma tranquilidad, nunca te he visto y nunca querré perderte de vista.

Tristán se incorporó y en su antebrazo se apoyó, se acercó hasta los carnosos labios de Isolda para sellar tan bellas palabras en un acto de tacto. Cerró sus ojos y cuando más cerca estuvo de besar a Isolda, ésta desapareció, sin más, sin dejar huella, ni marcas en la arena en la que reposaba. De pronto, Tristán abrió los ojos, miró a su alrededor y no se encontraba en ninguna placida playa, sino en un paraje solitario a los pies de un frondoso roble en la ribera de un liviano arroyuelo.

-Isolda. –Dijo extrañado. -Isolda. –Repitió tímido sin encontrar repuesta.

Se sintió, no defraudado, pero si frustrado por saber que todo fue un sueño. Pensó que cuánto más cerca está la victoria más dura es la derrota, pero antes de sentirse fracasado por una lucha que no había empezado quiso asegurarse de que Isolda no había sido un espejismo, ni fruto de su imaginación en un sueño lleno de sueños a su vez, si no real, tanto como que Tristán estaba allí preguntándose dónde estaba ella, quién era, de dónde venía, así que se armó de valor y en su busca fue. Tristán miró al sol, dorado cómo el fuego que lo envuelve, miró a una luna, plateada como  las gotas del océano que le dan cobijo cada noche, miró un cielo cubierto de estrellas, observó las nubes y prados y en ninguno de ellos encontró el reflejo de la  mirada de mar de Isolda. Surcó las aguas en un barco de ilusión, se adentró más allá de donde nunca llegó. Buscó entre arrecifes y profundidades, entre peces y mareas, entre fondo y orilla, pero en ninguno de ellos encontró el reflejo de su mirada pura y cristalina. Se debatió consigo mismo en una larga hora y comprendió que algo tan grande como el aura de un grano de arena y pequeño como el universo infinito no podría encontrase en un lugar en concreto, porque la maravilla que rodea a Isolda es la que crea una madre  sabia que no guarda detalles en la chistera y muestra sólo a los ojos del que no mira e imagina. Pensó que si bajo las aguas transparentes y turquesas de la media mañana no se escondía su belleza, quizás, podría estar en la majestuosidad del desierto, allí donde reina el vacio y donde todo está lleno de nada, donde sólo crece el viento y muere en una furiosa tempestad, donde las distancias no existen porque no sabes dónde termina el principio ni dónde comienza el fin. Se adentró en su hermosura tan primitiva como centenaria para buscar en ella lo que la casualidad trae como sorpresa, lo que para un distraído es un encuentro fortuito y para un atento es un intento frustrado. Aprendió por su calurosa travesía que lo que se espera como inesperado, sólo aparece como ente  impensado. Qué largo es caminar por una senda que tienes que imaginar. Todo es igual,  todo es similar pero en ningún todo encontró esa maravilla que reina en su escenario de luz y esperanza, que no es otra que la morada de Isolda. Defraudado por su fracaso, Tristán, cayó inmerso en un angosto bosque, masificado de vegetación por todas sus raíces, tan verde en primavera como húmedo en verano, tan frondoso que la tierra de su suelo no conocía la claridad del día y aunque era morena como la piel de una ballena, no lo era por la quemazón que irradiaba los rayos del sol, si no porque el agua se negaba a dejar refugio tan seguro a salvo del calor del astro mayor. Durante el día el bosque lucía galas de fantasía, colores de maestría, verdes, amarillos, rojos, marrones, purpuras en un sinfín de galerías, mientras que al caer la noche, la oscuridad se cebaba de gordura, espesa como la niebla del Londres de Jack, densa como el mercurio e invisible como lo que se ve cada día. Le sorprendió ver como en la rama de un sauce llorón un pájaro de múltiple color reposaba. Parecía que no pesaba en tan débil apoyo. El ramaje parecía impasible. Otra cosa que le llamó enormemente la atención era que dicha ave no dejaba de observarle. Le miraba y gesticulaba con acentuación. Se acercó a él y le preguntó:

-¿Qué clase de pájaro eres?

-No soy ningún pájaro. -Contestó.

-¿No eres un pájaro? Entonces qué clase de ave eres. –Preguntó de nuevo Tristán.

-No soy ningún ave. –Contestó.

-¿Podrías decirme qué eres?

-No soy ningún “qué eres”.

-¿Te burlas de mí?

-No soy nada que puedas comprender, ¿para qué explicar?

-¡Entonces dime cómo eres! –Replico Tristán con energía.

-Soy tan curioso como la duda y grácil como el viento. Tengo la pregunta a la búsqueda de tu respuesta.

-¿Cómo sabes que estoy inmerso en una búsqueda?

-¿Te gustan los acertijos?

-¿Cómo sabes que busco algo?

-Sé más de ti que tú propia sombra.

-¿Quién eres? ¡Contesta!

-No soy quién.

-¿Qué eres?

-Soy la solución.

-¡Pues habla entonces!

-¿En serio crees estar preparado para escuchar?

-Habla y no me hagas más esperar.

-Resuelve éste enigma con sabiduría y encontraras lo que con ansías has de buscar. -“Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta, muestra su secreto donde el norte es el sur y el sur es el norte, cuando el día se confunde tenue con la noche. Mira en su faz vista un reflejo de agua y fuego, tierra y aire”

-¿Qué quieres decirme con eso? –Preguntó Tristán. ¿Así podré encontrar a Isolda?

-Busca sin buscar y sin más encontraras. –Dijo y desapareció.

-¡Eh! ¿Dónde estás? ¿Qué has querido decirme?

Por si fuera poco para mayor confusión, resolver un acertijo con poca intuición. No quiso darse por vencido, pero si pensó. –Rendirme no es que yo quiera, pero a veces se me antoja. Aunque no era su estilo tirar la toalla, decidió aplazar la búsqueda por un tiempo, un tiempo para pensar. Durante momentos, no supo qué hacer y ante un vacio de ideas quiso sentir aún con más intensidad ese vacío de integridad. Por capricho le gustó imaginar cómo se vería el paisaje de la tierra desde el cielo y no el cielo desde la tierra como era habitual. Buscó la montaña más alta que por desgracia fue también la más escarpada. Con audacia escaló por sus riscos y escalones, precipicios y balcones, hasta que llegó a la cima por fin. Agudizó la mirada, quería ver toda una extensión alargada, pero no fue suficiente, debía subir más alto, casi tanto o tanto como las estrellas. ¿Pero cómo llegar hasta ellas? están tan altas que a duras penas lograba verlas y cómo pensar alcanzarlas si son tan inalcanzables. -No conozco a nadie que haya llegado tan alto. –Pensó. De pronto el viento comenzó a soplar. Parecía que Eolo había escuchado a su subconsciente hablar. Era una corriente cálida de aire que provenía de las dulces tierras del sur y subía como un ascensor hasta las nubes, traía consigo aromas de frutas maduras y flores en primavera. Entonces dijo:

-Si dejo que me lleve con la suficiente fuerza como para que salga despedido podré llegar hasta una estrella y si caigo volveré descendiendo por su perfil, donde el viento no es tan ascendente y bajaré suave como una pluma meciéndose al viento.

Se acercó al filo de la montaña. En la punta de su nariz ya podía sentir el flujo de corriente como una dulce caricia. La caída le producía un poco de vértigo, pero fue valiente, más de lo que se conocía o supo conocerse hasta ese momento, y cerrando los ojos saltó para dejarse llevar. La impresión fue instantánea. Su corazón se paralizó, su aliento cesó y su pulso quebró. Respiró cuando apreció que subía y subía y subía sin parar. Tratando de mantener la postura en vertical pataleaba y agitaba sus manos como las alas de un pájaro al vuelo. Miraba el cielo y veía las estrellas de forma muy singular. Ya no eran puntos brillantes que se sostenían en el oscuro firmamento de la noche, sino que  cobraban forma. Esas formas de puntas que sin ser vistas se idealizan, pero para su sorpresa, eran su forma real. Estrellas de cinco puntas. Miles en toda la inmensidad. Era imposible contar tantas. -¿Cómo pensar que todas ellas nos salvaguardan? –Pensó. Si todas fuesen ojos que nos observan, nunca tendríamos la sensación de estar solos en ningún recóndito lugar, porque cuanto más vacio esté de civilización como luciérnagas estarían desde su observatorio mirando plácidas. Durante la incesante subida el vértigo de la altura empezó a acompañarle. Surgió de improvisto. Le miró y sonrió. No trató de ser correspondido, se mofó de su impresión. Tristán, al ver ya de tan cerca las estrellas, alargó la mano tratando de tocar alguna. No lo consiguió al primero, ni al segundo intento, en el que estuvo a punto de hacerlo rozando con las yemas de los dedos tan cálido brillo, si no al tercero, en el que impulsando su cuerpo atemorizado consiguió agarrarse a uno de los sobresalientes picos. El tacto de la estrella era extraño, no era gélido como el frío ni ardiente como calor del sol, si no, diría que afectuoso o quizás agradable o quizás acogedor. Trasmitía paz y sosiego, tranquilidad y calma. Se impulsó como pudo, con esfuerzo y logró, por fin, sentarse en el lucero y observó, desde la quietud, el azul extenso del océano y pensó que podría ser perfectamente el cielo en la tierra. Miró con detenimiento los campos cultivados por las humildes gentes rurales y las áreas metropolitanas, llenas de bullicio y multitud caminando por sus calles como hormigas en un hormiguero con orden aparente. Divisó el corte de luz que separa el día de la noche, donde la ausencia de claridad se sustituye por miles de destellos que iluminan allí donde el sol ya no enseña y la lobreguez muestra. Suspiró profundamente al recordar su sueño en el que Isolda lo llamaba con la dulzura de una sirena. –Tristán, Tristán, Tristán. –Se repetía en su cabeza. Apenado y cansado, bostezó, luchaba contra el cansancio de tanto ir y venir, pero más agotado lo tenía la lucha sin pelea que consistía en encontrar a Isolda y aún más, un acertijo extraño de un ser no menos raro y extravagante. Le asombraba ver como la oscuridad de la noche se apoderaba poco a poco la luz. Escena imperceptible desde la tierra, pero increíble y maravillosa desde el cielo. Seguía con la mirada el corte de luz que cada vez estaba más cerca de su persona. Como un chimpancé jugando en la rama de un verde y frondoso árbol de la rivera del Kilimanjaro se dejó caer hacía atrás y en ese momento colgó de sus piernas en la estrella y ligeramente se balanceaba. Para su asombro la luna lo miraba, nunca pensó que su faz tuviera rostro y sonrisa. Era dulce como la miel, le pareció preciosa, como Isolda o casi tanto, ya se sabe que cuando se idealiza no se rivaliza. En un momento la negrura de la sombra le cubrió medio cuerpo. La tarde se volvió purpura con la mezcla de pardos y destellos y la luna se volvió de cristal como su panza reflejada en el inmenso océano. Tristán, boquiabierto por la escena, recordó las palabras del enigma, -“Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta”. –Reina en la tiniebla un espejo de cara oculta. –Repitió para sí. “Muestra su secreto donde el norte es el sur y el sur es el norte, cuando el día se confunde tenue con la noche”. Miró a su alrededor y confundido no logró apreciar donde brillaba el rey sol y dónde lucía la luna sus encantos místicos. “Mira en su faz vista un reflejo de agua y tierra, fuego y aire”. Los cuatro elementos se entrecruzaron y crearon el espectro de un rostro en su espejo. Tristán, miraba asombrado como la figura cobraba forma y como su forma concibió personalidad.

-Hola Isolda. –Dijo su corazón.

Isolda sonriente alargó su mano y sin palabras pidió a Tristán su compañía para tan grata morada, la estrella madre, la diosa del cielo, el rincón privado de dos enamorados.


 José María Fernández Vega


sábado, 6 de noviembre de 2010

Unidos por la esperanza

Son las palabras que habla mi mente,
es el relato que escribe mi corazón con sangre y espíritu,
es la tinta que derramo de fervor
al recordar nuestra historia que cuento a boca llena,
a los cuatro vientos, a todos los sordos dementes del mundo
que escuchan atentos y no pierden detalle…
Tragicomedia, diría…
Pero es el amargor el que relata estas letras, no es tu amor,
es el mal sabor que me impregna tu ausencia,
es la impotencia de no poder luchar
y tener que rendirme bajo una ofuscación impropia de mí…
Es como blandir una espada al aire sin tener nada que sesgar,
es como ser valiente y no haber miedo que vencer…
Fueron días de vida consumada que nadie entendió… y no importó…
¿Qué más da que la gente juzgue?
Jamás comprendieron que fue la simpleza,
la que conquistó nuestros pétalos rojos y complejos de vidas tan dispares
y que nosotros distinguimos volviéndolas similares…
Fue el sentir lo que nos unió como enamorados en su primer abrazo,
sentido y eterno, cálido y estrecho, puro y limpio…
Nos reflejamos en un cristal transparente como un manantial,
en el que nos miramos a los ojos para vernos el alma…
Comprendimos que en la esencia de nuestras palabras,
no hubo mal que las empañara… Sólo nos unió…
Nuestra viva esperanza…


José María Fernández Vega


Contigo

Me siento volátil en un trecho escarpado,
Acompañado en un árido y florido desierto,
Alumbrado en un rincón desolado…
Comparto todo lo que tengo, todo lo que ofrezco,
Que no es más que dar de mí lo único que sé…
Es tener cobijo en la lluvia, es la sombra en el tórrido verano…
La noche huele a Dama exuberante y el día a Abril intenso,
Las horas son cortas como el tiempo que transcurre y no se detiene,
Como los segundos que no existen,
como la vida que se pasa sin percibir…
Contigo siento que puedo… que todo es posible…
Que aunque los sueños, son sueños…
Tú haces soñar a este pobre soñador…


José María Fernández Vega

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cuenta la leyenda…

Guardo un secreto en un rincón discreto,
tengo preso con celo el dorado del lecho
que el sol con capricho alumbra y tu cuerpo vislumbra,
es mío el brillo de tus ojos
que la luna dibuja con plata fina en aguas de sal marina,
no es el ocaso en su retirada el que nubla de púrpura tu mirada,
si no tus ojos resplandecientes que reflejan la belleza terrestre...
Susurros en la brisa cantan tus labios de princesa,
como murmullos en la marea cuenta tu leyenda...


José María Fernández Vega