sábado, 14 de mayo de 2011

La voz imperturbable

En un mundo vacío en el que las voces no suenan y las palabras son mudas, el sin sentido no tiene remedio. Los signos de la Humanidad, el canto del pueblo, las armas del pobre son las letras que emanan de gargantas, las que nos dicen y cuentan y narran historias y cuentos pasados y reales o ficticios o demasiado creíbles. Son distinguidas como la naturaleza y llanas como la pobredumbre. Chorrean en corrillos como corren chiquillos en un patio de vecinos. Es el refugio en el exilio púrpura de la tarde y la pena más lastimosa del recuerdo. Pero para bien o para mal nos acompañan y nos siguen como el sol a la luna o la luna al sol, según se mire, en su interminable persecución cósmica alrededor de la tierra para fundir la luz o alumbrar la lúgubre penumbra. Esa voz imperturbable que habla a nuestra señal y por nosotros cuando no queremos mencionarnos, se vuelve nuestra aliada o nos delata como traidores, pero es su fin, debemos y tenemos que vivir con ella, porque con ella comienza todo lo que anhelamos y aspiramos, ¿verdad palabra…? Por eso yo te pido que nunca calles porque sin ti ni el mundo sería un mudo sin mímica…


José María Fernández Vega


miércoles, 11 de mayo de 2011

Siempre

Cuando el sol cae y la luna acecha,
y el rigor de la noche envuelve
como una sábana negra los sueños,
las estrellas, tus relampagueantes estrellas
que habitan en mi, palpitan como la lava anaranjada
y el astro mayor hace presencia de nuevo
para iluminar, en un arco de fuego,
ese rostro que, como mi sombra,
vendrá siempre conmigo…


José María Fernández Vega


miércoles, 4 de mayo de 2011

Claroscuro

Cuerpo mojado de dudas vivas y sangrantes,
crecientes en noches de luna llena
y menguantes en licores de vasos sobrantes,
dicen que yace observando desde la grada de la montaña
el galope de su caballo huérfano
de paciencia y rebosante de rencor
que se guarda y esconde y oculta
bajo las sombras donde nadie lo ve,
ni los grillos, ni las luciérnagas, ni los de ambulantes,
ni los despistados que desconocen por dónde andan,
y cuando se muestra es como la ficción que
ahonda en la verdad, triste verdad, mísera verdad,
pero sólo es verdad, es el escaparate
de una sentencia anunciada, de un cuerpo celeste
que tiñó el horizonte errante con sonrisas y lágrimas
y recuerdos que no se borran y marchan al antojo
de una nueva memoria intacta basada en el pasado,
y sin querer, el presente dejó de ser alegre y vivarón.
Cuentan que ya no está, que se marchó sin decir adiós…


José María Fernández Vega