sábado, 22 de enero de 2011

Hablando de mí

No sé bien qué hora podría ser, si la una o las dos de la madrugada, o quizás más. Cuando el desvelo se une al sueño, es como el agua y el aceite, son enemigos acérrimos. Es como un combate entre el más allá y  la vida, o vives o mueres, son completamente incompatibles. El sueño es conocedor de las horas cortas y el tiempo que vuela, mientras que el desvelo,  narra en largos segundos como transcurre la pausa de la noche, su silencio inalterable, sólo perturbado por sus criaturas, por sus molestos insectos, por la imaginación que da vueltas y vueltas en la oscuridad que yace entre las paredes que te dan cobijo, esa que engaña y hace de las sombras criaturas perfectas. En mi caso, prefiero no pensar más de lo que debo. La noche, ciertamente era muy tranquila, no había manera humana de conciliar el sueño, ya sea por lo temprano de la hora a la que debía levantarme o porque,  simplemente, no tenía sueño. Por la ventana entraba mucha claridad, se entiende que la señora luna estaba de capricho esa noche y salió vestida con sus galas más brillantes y eclipsaba a la negrura que volvía transparente y aunque los colores no se apreciaban, las formas y tonos eran claramente visibles sin necesidad de la fría luz artificial. No se escuchaban coches en la calle circulando, ni gente caminando, ni torpes despertando. Aunque ya se sabe que la noche es como un cuchillo de doble filo, puede ser tan amarga y larga como el desvelo quiera, o por otro lado, puede ser una fiel amiga de los secretos que se guardan con celo en el silencio que da lugar a largas sesiones de reflexiones, de juicios tras meditar. De esas largas noches saqué conclusiones sobre aspectos de mi vida que cobraron importancia a lo largo del tiempo. Quién lo podría decir que el insomnio tiene su lado positivo, ¡y tanto que lo tiene! Acarreas cansancio que se lucen con acentuadas ojeras a cambio de nuevas actitudes. Y así pasaron las horas, como pasan los segundos y los minutos, una a una, hasta que la dueña de la noche decidió dar sombra al otro hemisferio del planeta y llevar consigo historias de desvelos y sueños consumados, dando paso al rey de la luz, al padre de la vida, al calor de la tierra, al espanta miedos, al comienzo del día y eso fue lo que llegó, otro día más, otra rutina a repetir, la misma que la de ayer y antes de ayer y la de cada día mientras tenga que ser un vulgar rutinario y eso es lo que sería hoy, otro día más que, aunque repita de nuevo, no es por insistir, es por revivir las vivencias de lo que se dice nuevo y no deja de ser lo mismo.


José María Fernández Vega


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